viernes, 30 de diciembre de 2011

Comidas familiares. Sin parar. Con los tuyos, con los míos; con una parte de los tuyos, con la otra parte de los míos, con tus amigos y compañeros, con mis amigos y compañeros; fiesta en el cole, canta el nene; fiesta en el instituto, pintamos camisetas, lo que sea. En una de ésas, vamos a comer-merendar a un restaurante en el que nos sientan en una mesa grande junto a un enorme cuadro pintado por Mariscal. Mariscal no es pintor. Da igual. Uno de los asistentes a la comida-merienda emite un juicio sobre el cuadro. Dice: Es el cuadro más feo que he visto en mi vida. Desconozco si ese juicio iba dirigido a mí, como provocación. Soy el único asistente a la comida-merienda directamente relacionado con la pintura y los cuadros, hablando en general. Callo. Por qué callo. Se trata de la mujer de un primo hermano mío, a la que apenas he visto tres o cuatro veces en toda mi vida. El comentario ha sido dicho, digamos, a la mesa, sin dirigirse a nadie en concreto, como si le saliera de dentro, a la mujer. No seré yo quien defienda a Mariscal, a pesar de que el cuadro no me parece estrictamente feo; no creo que sea un buen cuadro, pero tampoco es feo. Me gusta provocar en las comidas familiares, pero no por el lado pedante, sino por el escatológico, el de las conductas sexuales, los vicios y las adicciones. No quiero entrar en una discusión sobre arte; no con la mujer de mi primo. Le parece feo el Mariscal, pues bueno.

¿Tiene que ser bonitos los cuadros? No lo creo. Un cuadro no tiene por qué ser bello. Tiene que ser digno, tiene que ser un buen cuadro, tiene que interesar por algo, tiene que tener muchas otras cualidades; pero no ha de ser obligatoriamente bonito. Hay y ha habido muchos ejemplos para ilustrar esto que digo (Goya, Bacon, Picasso, por nombrar pintores muy célebres). La belleza de las cosas es esquiva, imposible. Uno corre tras ella y se escapa, huye, siempre va más allá. Cuando se materializa, se convierte en tópico. A la mujer de mi primo yo le hubiese preguntado qué cuadros considera ella bonitos, cuál es su cánon de belleza en lo que concierne a pintura y cuadros. Probablemente esta pregunta hubiese puesto en evidencia a la mujer de mi primo. No se la hice, por supuesto. En su lugar, hablé de la sana costumbre de emborracharse en las comidas-merienda. Me llené la copa de vino. Serví a mi hermano y a mis primos. Eructé, luego, para acabar.



jueves, 29 de diciembre de 2011


A mí también me gustan las cosas viejas, como a Aki Kaurismäki. Le gente vieja, los coches viejos, las casas viejas, los muebles viejos, las películas viejas. En la vejez se pone en evidencia la derrota. De hecho, la derrota es un componente intrínseco al envejecimiento de las cosas. Hay que hacer algo con lo que se va quedando atrás, pasado de moda y fuera del tiempo. El de Kaurismäki es un cine de viejos; es como el abuelo estoico que nos observa a todos, distante, en las reuniones familiares. Absolutamente ignorado por los nietos hipertecnologizados, dejado de lado por los atareados hijos, loco de sentido común. Kaurismäki ha construido su particular mundo sobre la metafísica de lo viejo; a partir de ahí, articula mesajes, discursos, poderosamente actuales. Parece extraño; pero a él le funciona. Yo creo que le funciona porque es alguien con una caligrafía cinematográfica particularísima. Apenas la ha variado en una trayectoria de décadas. Un pie en John Ford y el cine negro clásico, y otro en la rítmica geométrica de Robert Bresson. Con esa base ha construido su personal atalaya, donde atrincherarse y resistir. Porque de lo que Aki Kaurismäki nos habla es, sobre todo, de resistencia.

(Damasco)


Querer a una mujer
es diferente
a medida que va pasando el tiempo.
El amor perdura,
sin duda. Pero ya no manda
tanto el cuerpo (hablo
por mí). Uno aprende
a consumir
la femineidad de ella
a través de pormenores múltiples
orquestados de muy diversas maneras.
Puede que no haya mayor placer
que mirar a la mujer
que uno ama,

en su desnudez
cotidiana. El cuerpo
ruge a ratos,
claro.


miércoles, 28 de diciembre de 2011


A S. le han regalado un libro de Ramón Palomar y ella me lo ha regalado a mí; por no tirarlo, supongo, a la basura.

Ramón Palomar es el Boris Izaguirre de la Comunidad Valenciana. Uno de esos personajes mediáticos que valen un poco para todo y se mueven con notable habilidad colaborando en radios, periódicos y televisiones; y, además, escriben. A Izaguirre le publica una gran editorial de tirada internacional; a Palomar, no obstante, una editorial pequeña, valenciana y arruinada.

Son personajes que caen bien; manejan como nadie la ironía; quedan fenomenal en cualquier lado, esto es, saben estar, sonreír, intervenir, meter baza sin hacer daño a nadie; su inocuidad es lo que les permite sobrevivir, los mantiene a flote, los hace simpáticos.

El lenguaje (hablado) es su soporte; y la escritura una parte, una parcela, un territorio, uno más, en que ponerlo de manifiesto. Escriben como hablan; son lo que son, sin grandes aspiraciones, sin necesidad de lastrarse con engorrosas cargas de profundidad. Mantenerse a flote exige saber estar en el mercado de la apariencia; con un puntito de calidad y cierto aire intelectualoide.

El libro de Palomar son sus artículos periodísticos, su columna semanal en un periódico rancio valenciano; fatalmente editados por la editorial arruinada. Algunos son muy buenos, a mi modo de ver. Apuntes cotidianos del personaje-Palomar, escritos con elegancia e ironía, con ese aire de pijo-macarra que se gasta. Con esa mirada un poco desencantada que se le adivina en las fotos:

Cosa extraña en mí, egoísta recalcitrante, ando atento y sensible ante los escasos rastros de dignidad emergiendo a mi vera porque en estos tiempos indignos donde triunfa el fulgor de la hipocresía más devastadora uno se agarra a lo que puede. Eso, por una parte; y luego por otra, pues hombre, que la lluvia y el frío siempre ayudan a componer ciertos estados de ánimo, para que nos vamos a engañar...

Atravesaba bajo la luz grasienta de las farolas una solitaria avenida. Sorteaba los charcos sin ninguna gracia mientras añoraba mi gabardina. Entonces, cuando procuraba que no se me mojase el clandestino pitillo que me acompañaba, descubrí a un tipo apalancado en un cajero automático como si este fuese el nuevo refugio o la nueva caverna del hombre moderno. Pensé que, en cierto modo, era como regresar a la cueva, sólo que ahora nuestra covacha se regía gracias a la electricidad y a los chismes aparatosos que nos distraen del cielo estrellado. Observé que ese hombre mostraba intacta su pulcritud. Su mochila de fortuna conservaba un orden admirable, firme. Su manta perfectamente plegada parecía decirme que ese era el estado de su cabeza pese a la desgracia de vivir sin techo. Una radio a su lado con la antena inclinada susurraba su información vivaracha. Nuestras miradas se cruzaron durante una milésima de segundo. Aparté la vista rápido porque no quería que interpretase mal mi radiografía: ni pretendía molestar su intimidad ni censurar su desventura ni apiadarme en plan caridad barata. Pero durante esa milésima de segundo percibí la enorme dignidad que manaba de ese hombre despojado de toda la morralla que nos rodea. Me impresionó. La indestructible dignidad que destilaba aquella actitud y esos ojos quizá es lo único que nos queda cuando nos han robado todo lo demás.

martes, 27 de diciembre de 2011

(París)



El último Beckett fue el primero; o de los primeros. (Cuando se publican las obras completas de alguien uno no se explica cómo se las apañan los recopiladores; esto es, cómo saben que eso que publican es todo lo que hay, todo lo que hizo el autor; cómo saber que no hay algo oculto o semidestruido, una carta a un amigo que contenga un poema revelador, un dibujo regalado a un desconocido y perdido en cualquier parte, una seminovela semiolvidada, yo qué sé.) No me ha quedado claro si Samuel Beckett quiso o no publicar póstumamente Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Hay reseñistas que han dicho recientemente que sí, que Beckett dejó la orden de publicarlo y que no quiso hacerlo en vida porque es un libro demasiado autobiográfico. Otros dicen recientemente que no, que el tipo no quiso publicarlo porque se trata de una especie de experimento juvenil al que no le daba especial importancia (y sin embargo, guardó en un cajón durante toda su vida). El libro se vende como la primera novela del genio; la primera cosa, rechazada por las editoriales inglesas e irlandesas de la época. No sabemos a qué atenernos. No obstante echando un vistazo al texto queda claro: ese libro no es estrictamente de Beckett; tal vez lo escribiera él, sin embargo no es suyo, no lo parece, no tiene el aspecto de sus textos posteriores y por los que se le conoce. En las muestras antológicas de pintores modernos suelen poner un par de cuadros de la llamada primera etapa, de pintor joven que aún no sabe por dónde tirar e imita sin prejuicios a sus referentes inmediatos. Tengo en casa un catálogo de Mark Rothko en el que las primeras reproducciones recuerdan descaradamente a Picasso o Miró. Por qué no destruyó Rothko esos primeros cuadros. Por qué destruirlos, sin embargo. Esas primeras obras son como las fotos de niño, en las que el rostro todavía no ha adquirido la expresión y los rasgos adultos, definitorios, que acompañan al individuo para mal o para bien durante el resto de la vida. Inocencia y mímesis. Eso hay en Sueño con mujeres que ni fu ni fa. No se concretan aún el silencio y la monocromía beckettianos. El texto aparece puntuado convencionalmente, seccionado en cortos párrafos y el tono, al leerlo, aun sin ser un lector experimentado, recuerda a Joyce, con aquellas humoradas de burgués ilustrado y aquellos jueguecitos graciosetes con el idioma (no obstante desconfiemos leyendo traducciones de autores como éstos, imposibles de traducir). No es Beckett aún; es un muy buen imitador de Joyce. Los grandes artistas se distinguen porque supieron discernir qué o a quién imitar y consiguieron, ya en un primer momento, estar a la altura.

Un tipo rememora
en un poema
el día que le dijeron
que su propio padre había muerto.
El poeta era entonces
sólo un niño de siete años.
Concluye
diciendo que no tuvieron tiempo
de quererse.
Yo imagino a mi hijo
de tres. Ni siquiera
recordaría haberme visto.

lunes, 26 de diciembre de 2011

(Viena)





Ya no tienes miedo de Papá Noel y sin embargo te asustan ahora los Reyes Magos. Has superado tu miedo inicial a Papá Noel cuando lo has visto pasar de largo a través del cristal de la puerta del comedor; una sombra roja y blanca que se asomaba por el, ya lo he dicho, cristal ahumado y declamaba su habitual arenga navideña; cosas como: jojojó, ¿habéis sido niños buenos?, o: ¿hay aquí en esta casa algún niño que quiera que le regalen algo? En verdad la figura de Papá Noel es bastante siniestra. ¿Por qué ha de ser un hombre tan grande? ¿Por qué no se puede tratar de un hombre de tamaño normal? Tu madre dice que le tienes miedo porque te recuerda al malo de las series de Disney. No sería raro; ya que esas series son de lo más siniestro y no sería raro que esas series produjesen miedos infantiles, miedos navideños y oscuros, miedos que convierten una figura aparentemente amable, como Papá Noel, en algo siniestro, ya lo he dicho, y perverso, una sombra amenazadora roja y blanca que avanza por la oscuridad del pasillo, asomándose, ya lo he dicho, por el cristal ahumado para no dejarse ver claramente, para aparecer deforme y no amable, para asustarte en definitiva. Tú dices: No me da miedo Papá Noel, no me da miedo Papá Noel; pero en realidad sí te da miedo. Porque, ¿quién cojones es ese hombre, ya lo he dicho, grande y siniestro, vestido llamativamente de rojo y con abundantes barba y melena de color blanco? ¿Es un viejo que no tiene nietos ni casa, no vive con nadie, es un vagabundo inmensamente rico que se dedica a repartir cosas? Es de lógica temer a alguien así; esto es, ya lo he dicho, alguien cuyo aspecto e intenciones son potentemente anormales, que se anuncia por todas partes y subvierte cualquier ley natural, desplazándose por el aire, en la noche, y llegando al mismo tiempo a muchos lugares. Tú tenías la esperanza de que no fuese así, de que por mucho que se anunciase nunca llegaría, no invadiría la intimidad de tu casa en medio de una comida o una cena, pasando por el pasillo y asomándose por el cristal, ya lo he dicho, esto es entrando por la puerta de la casa sin hacer el más mínimo ruido (¿alguien le oyó abrir?, ¿tiene una llave maestra ese gran hijoputa?), pasando por el pasillo, ya lo he dicho muchas veces, demasiadas, sin entrar en el comedor, donde todos estábamos, en cierto modo esperándolo, pasando de largo hacia la cocina y las habitaciones y desapareciendo por la ventana de la habitación de la abuela. Es natural, el pánico te invadió de súbito; sobre todo porque a ese tipo tú lo habías visto ya, bien de cerca, en la casa de tu otra abuela; esta vez el tipo entró de repente, como si todo el mundo lo conociera, emitiendo alaridos muy sonoros y hablando con tu abuelo, con una familiaridad realmente extraña. Esa voz, esa voz me suena, pensaste; y ya no hubo duda cuando el tipo grande y grueso de barba blanca se giró a hablar con alguien, entre risas (todos parecían divertirse menos tú, que te encontrabas realmente mal, verdaderamente acojonado), el tipo grande y vestido de rojo, como ya he dicho, se giró, te dio el perfil y ese fue su error, pudiste ver el hilo que ataba la barba al cogote y la otra barba, la real, la no ilusoria, debajo de la barba ficticia, la real oscura y sudorosa (hacía allí mucho calor); así que pensaste, ya está, ya lo sé; pero el miedo seguía allí, un miedo visceral y antiguo, al fin y al cabo no dejaste de poner en duda algunas cosas: si ese tipo es tu tío, disfrazado con un traje rojo y una barba postiza, ¿cómo ha llegado hasta aquí?, ¿volando con un trineo de renos, en la noche?, ¿quién le ha abierto la casa?, ¿tiene una llave maestra, tu tío?, ¿está a esta misma hora tu tío en otros muchos lugares, dejando otros muchos regalos?, ¿es entonces tu tío el famoso Papá Noel?, al fin y al cabo tu tío es grande y grueso, vive lejos, en el extranjero; entonces, ¿por qué tiene que disfrazarse? Cuando todo vuelve a la normalidad, mientras destapas los regalos, copiosos, exuberantes, inservibles, entra en el comedor tu tío, ya con su aspecto normal, y en ese momento es cuando le preguntas que por qué ha tenido que disfrazarse de Papá Noel; y entonces todos ríen y aplauden y te abrazan y te besan y dicen que eres listo y tú ya no entiendes nada. ¿Creen de verdad que eres idiota, que no te das cuenta de nada?

Superado lo del mostruoso Papá Noel, ahora faltan los Reyes Magos. Que no vengan, por favor. ¿Cuántos son? ¿Tres? ¿Dos más que el otro? Pero, ¿y los pajes?, ¿cuántos pajes lleva cada uno? ¿Cuántos son en total? ¿De dónde vienen éstos? ¿De Oriente? ¿Qué es Oriente?


viernes, 23 de diciembre de 2011




No me acaba de gustar el penúltimo Cronenberg; el de las pelis de mafiosos rusos. He leído no obstante críticas que lo señalan como el mejor Cronenberg. Alcanza aquí su zenit; se hace accesible sin perder su esencia, o algo parecido. Me parece, en estas películas (Promesas del Este y Una historia de violencia), una especie de Clint Eastwood con ligero énfasis en lo truculento. A mí Eastwood me gusta por cuestiones formales, que Cronenberg no respeta. Entiendo que el cine de Clint Eastwood, como todo el que se mueve en esa esfera, digamos, comercial, narra historias de una profunda banalidad, absolutamente insignificantes y llenas de clichés y arquetipos. Hay que superar algunos prejuicios para aprender a disfrutarlo. A mí Clint Eastwood me gusta como narrador seco, adusto, como cineasta, digamos, lacónico; independientemente de lo que pretenda contarme (no es del todo cierto, me molan los arquetipos eastwoodianos; tal vez porque los he consumido desde niño). David Cronenberg me gustaba porque se pasaba mucho; era moderno y freudiano, pero por el lado oscuro y deforme, enfermizo y nihilista. Me gustan sus pelis de los ochenta (La mosca, Inseparables), sus adaptaciones de Ballard y Burroughs, en los noventa, (Crash, El almuerzo desnudo); me gustó inclusive aquella paranoia futurista, eXistenZ, que entroncaba con sus primeras pelis de ciencia-ficción, siniestras y cutres.

El arquetipo eastwoodiano, cuidadosamente confeccionado a través de diversas generaciones de narradores y cineastas norteamericanos, más allá de su esquematismo, dice mucho de determinado tipo de sociedad (de la maldad a la que el individuo no puede enfrentarse sino como un perro enrabietado). Clint Eastwood sería a mi modo de ver buen adaptador de las historias de su paisano Cormac McCarthy (mucho mejor, tal vez, que los irónicos hermanos Coen y a la altura o quizá superando la estupenda adaptación que John Hillcoat hizo de La carretera). El arquetipo eastwoodiano es una mezcla postmoderna del vaquero solitario y el detective violento y cínico. No es obra de Clint Eastwood, como digo; no es fruto de sus obsesiones personales, sino el producto de una larga tradición en la que Eastwood, como si fuera solamente un simple artesano, se sitúa a la cola.

David Cronenberg era una especie de David Lynch de trazo grueso. Luego fue, como digo, una especie de Clint Eastwood de trazo grueso. (Salió perdiendo con el cambio.) No obstante, en su última peli, Un método peligroso, se ha trasformado de nuevo; esta vez es, a mi modo de ver, una especie de James Ivory de trazo grueso. Es lo suyo, el trazo grueso, lo que le da coherencia; el truculentismno y la deformidad, con más o menos crudeza. Seguramente a Cronenberg le mola que Keira Knightley haga carasas y exagere la pose de loca de manual (algo que caga, en mi opinión, la película). La peli es más que eso, afortunadamente. Yo creo que es una buena película; aunque no sé qué pretende hacer David Cronenberg a partir de ahora. No dice nada que no haya dicho ya; no obstante esta vez, ivoryanamente, de un modo mucho más elegante. Pero, ¿quién quiere un David Cronenberg elegante?

Sin embargo, la película ilustra bien la ruptura entre Freud y Jung. Nunca me ha interesado el tema, así que me ciño a lo que dice Cronenberg en su película: Sigmund Freud hace una inerpretación del psicoanálisis profundamente racionalista, es decir, atado a lo que él mismo pretendía que fuese un método científico; Jung, en cambio, vio las limitaciones y contradicciones que había en ello. El psicoanálisis de Jung apunta a una visión irracional, mística o esotérica. Yo estoy más de acuerdo con la interpretación de Jung (por eso detesto la terapia), creo que es más fiel a la naturaleza del psicoanálisis. (Es decir, esa terapia descubre un campo simbólico, y como tal merece una interpretación simbólica, con un lenguaje poblado de fantasía, profundamente irreal y esotérico.) Sigmund Fred era en el fondo un realista y quiso impregnar su terapia de realismo, con un sentido pragmático. En su ruptura, yo me quedo con Freud. Freud es el clasicismo del psicoanálisis; Carl Jung, el comienzo de su modernidad. No obstante, a mi modo de ver, el empeño de Freud me parece imposible. El lenguaje de los símbolos debe ser simple y poderosamente irracional.

martes, 20 de diciembre de 2011


Parece que estemos en la cuerda floja.
La crisis, supongo.
Vale, yo soy un puto funcionario
con más trabajo y menos
sueldo. Podré aguantar.
Pero ella vive
bajo una constante amenaza.
Apenas duerme,
no se cuida. No quiere

cuidarse. Está siendo absorbida
por La Empresa, arrastrada
hasta el fondo.

domingo, 18 de diciembre de 2011

El blanco del invierno aún agarrado a la cumbrera

perce-neige

tú, tierna diana.

En un santiamén

me corre en torrente el agua de deshielo

derribo al negro muñeco de nieve.

Muevo yo la rueda de mi año

hacia las rosas

y más allá del verano

hacia dentro de la hojarasca de la papa

y por sobre el otoño

de prisa

de prisa

adónde.



Osa Mayor, baja, hirsuta noche,
animal de piel de nubes con ojos viejos,
ojos de estrellas,
por la espesura irrumpen relucientes
tus patas con las garras,
garras de estrellas,
mantenemos despiertos los rebaños,
pero encantados por ti, desconfiamos
de tus flancos cansados y de tus dientes
agudos y semidescubiertos,
vieja osa.

Una piña: vuestro mundo.
Vosotros: sus escamas.
Yo la muevo, la hago rodar
desde los abetos del principio
hasta los abetos del final,
la resoplo, la pruebo en la boca
y la agarro con las zarpas.

Ya tengáis miedo o no lo tengáis,
pagad en la limosnera y dadle
al ciego una buena palabra,
para que sostenga a la osa de la correa.
Y sazonad bien los corderos.

Podría ser que esta osa
se soltara, no amenazara ya más
y corriera tras todas las piñas caídas
de los abetos grandes y alados
que cayeron del paraíso.

El tipo creo que se llama M. A. Landete y es valenciano. Recuerdo que compré su primer disco casi por casualidad. Estaba muy barato. Me gustó bastante. Parecía una especie de Neil Young cantando en valenciano, con un aire llano y rural. Me cayó bien que existiese alguien así por aquí cerca. Un tipo desacomplejado haciendo la música que le gusta; con una propuesta que entronca con el nuevo folk y en una escena, la valenciana, que es un auténtico erial. Algunas letras hablaban de lugares que yo mismo había frecuentado. La sensación de cercanía era, como reza el título de aquel primer disco, toda una experiencia gratificante.

S. y yo fuimos a ver a Will Oldham cuando el norteamericano vino a Valencia, hace unas semanas. El tal Landete cayó a nuestro lado, con su grupo de colegas. Lo tuvimos junto a nosotros durante todo el concierto. Lo reconocí por las fotos promocionales. Puto tabarrero. Se creía el rey de mambo. Tarareaba las canciones, como si a los demás no nos pudiera molestar. (Al fin y al cabo estábamos allí para escuchar a Oldham, no a Landete.) Mucha efusividad, saludos, palmadas, colegueo, griterío. Landete no es un tipo discreto, que digamos.

Me cayó fatal. Larga barba y melena, al estilo rústico norteamericano. (Los rústicos de por aquí no se peinan de ese modo. Eso seguro. Cabe deducir que la rusticidad de Landete es de prestado.) (Ni tan siquiera Will Oldham, gran patriarca de los nuevos barbudos norteamericanos, luce ya la frondosa barba de antaño.) Yo no estaba dispuesto a adquirir el segundo disco de Landete (al frente de Senior i el cor brutal), ni hablar de ello. Lo había visto por ahí, en las tiendas, y el packaging me parecía horrible. (Las discográficas no saben ya qué hacer con el envasado de los discos; necesitan hacer algo diferente, que sobresalga en los estantes de venta, que no pase desapercibido. Cuando uno ve algo parecido tiende a pensar que el contenido, las canciones, son tan mediocres que requieren ese tipo de compensación.) Nunca compro discos con embalajes raros.

El nuevo se titula Gran (grande). Nada que se titule así puede gustarme. Vaya desfachatez. Un paleto valenciano que tiene un poco de éxito y empieza ya con los aires de grandeza.

Finalmente, M. A. Landete ha hecho un muy buen disco de folk-rock. Mucho mejor que el anterior. Un disco abierto y campestre que recuerda, a veces, por la nueva dicción del cantante valenciano, al fallecido Vic Chesnutt. Hay canciones que me emocionan como hacía tiempo que no me emocionaba una canción. Landete no se limita ya a sobrevolarnos con el lamento de las guitarras americanas. Sus tonadillas han ganado texturas, pinceladas de instrumentación variada, cortes, huecos, cadencias. Landete es mejor; casi tan grande como el apodo de su nuevo disco. He buscado en internet alguna dirección para poder decírselo: Landete, me emocionas.

sábado, 17 de diciembre de 2011



Ha muerto una persona
que yo conocía.
Algo triste.
En las lápidas del cementerio
la inscripción más común
reza: no te olvidan.
Me llama la atención tanta protesta
contra el olvido. Debe ser
lo más temido, el olvido,
la eterna soledad,
la nada absoluta.
No te olvidan tus familiares
y amigos. Pamplinas.
Todas esas inscripciones
son una especie de hipocresía
post mortem.
La última, ya,
de una larga cadena
de mentiras.

viernes, 16 de diciembre de 2011



Fuma con fruición y ansiedad.
Tiene un aire altanero
y digno, de mujer
muy vivida. Ya no es guapa;
más bien fea y vieja.
Le queda un cigarro.
Se aferra a él
mientras arrastra un montón de chatarra,
sucia de hollín y loca
de rabia.

jueves, 15 de diciembre de 2011

En una época arrogante
hay que pasar de prisa
de una luz a otra, de un país
a otro, bajo el arco iris,
con la punta del compás en el corazón,
tomando la noche por radio.
Abierto de par en par. Desde las montañas
se ven lagos, en los lagos
montañas, y en el armazón de las nubes
se balancean las campanas
de un mundo. Saber de quién
es ese mundo, me está prohibido.


Él venía de una semana de trabajo en el campo
en casa de un hijo de puta y era diciembre o enero,
no lo recuerdo, pero hacía frío y al llegar a Barcelona la nieve
comenzó a caer y él tomó el metro y llegó hasta la esquina
de la casa de su amiga y la llamó por teléfono para que
bajara y viera la nieve. Una noche hermosa, sin duda,
y su amiga lo invitó a tomar café y luego hicieron el amor
y conversaron y mucho después él se quedó dormido y soñó
que llegaba a una casa en el campo y caía la nieve
detrás de la casa, detrás de las montañas, caía la nieve
y él se encontraba atrapado en el valle y llamaba por teléfono
a su amiga y la voz fría (¡fría pero amable!) le decía
que de ese hoyo inmaculado no salía ni el más valiente
a menos que tuviera mucha suerte.



miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ayer ella y yo
estábamos
muy cansados.
No teníamos ganas
ni de preparar una cena
a medias.
Ella se acostó
y yo me puse a ver
cualquier cosa
por televisión.
Una mierda, como siempre.
Tardé una hora más o menos
en desengancharme.
Finalmente, me fui
a dormir.
Ella aún leía
en su lado de la cama,
recostada
de manera
que a veces uno no sabe
si se ha dormido
con el libro
en la mano.
Me acerqué.
Estaba llorando.
¿Qué te pasa?,
le dije.
Este libro habla
de gente
como nosotros,
me dijo,
de lo fácil
y liberador
que es a veces
perderlo todo.
(Quise averiguar más.
No hubo forma.)
Luego preguntó
si yo la quería.
Y Yukel habla:
Te busco.
El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.
Sólo calles vacías,
calles desnudas,
el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,
un mundo donde no estás, donde te busco.
Están tus pasos,
tus pasos que sigo, que espero.
He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,
sin saber quién era yo,
sin saber a dónde me dirigía.
Un día estarás.
Será aquí, en otro lugar,
un día como todos los días en que estás.
Será, tal vez, mañana.
He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargos
donde la sal quebraba la sal.
He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.
La noche es una mano para quien sigue la noche.
De noche, todos los caminos caen.
Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.
Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.
En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.
Eres el grito perdido en que me extravío.
Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.


martes, 13 de diciembre de 2011

Pasa tus años de aprendiz derrochando
Valor por tantos años de ir vagando
A través de un mundo que con cortesía
De la torpeza de aprender se libra


La culpa será del paisaje,
independientemente
del observador empastado y malo
que lo perciba.


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