lunes, 29 de abril de 2013





Pedro Salinas
dice en un poema
que no quiere dejar de sentir
el dolor de la ausencia
de la mujer a la que ama
porque eso es lo único
que le queda de ella:
el dolor.
No recuerdo sus palabras exactas.
Él lo dice mejor que yo.
Eran otros tiempos.
Salinas está muerto.
La mujer a la que amaba también.
Pronto lo estaremos todos.
La vida es un mero parpadeo.
Abre los ojos
y ciérralos.



domingo, 28 de abril de 2013








Desayunar con Nietzsche
es relativamente fácil, sobre todo
si hace sol, la lluvia es fina
-un ligero chaparrón
traslúcido y oxigenado-
o hay cigarrillos, buen café
ninguna compañía
salvo el perro
y las periódicas noticias
del gerente
de mi banco
no me impiden deglutir.

El almuerzo, cenit
de los días, me recuerda
-abatido el asomo
de sano optimismo mañanero
por dispositivos infernales
que adoptan formas sucesivas
de teléfono, timbrazo,
zancadilla callejera,
gente puesta en fila,
el sordo ronroneo
de un PC-
que la vida
es
struggle for survival
como dijo Darwin
con toda la razón.


Y finalmente, horas más tarde,
tras el dudoso ensayo
de ascesis imposible
que a veces llamo cena,
Schopenhauer me conduce
renqueante y roto
hacia la cama,
murmurando
memorables últimas palabras
que el gran Will Shakespeare
utilizó mucho mejor que yo:


To die, to sleep-
To sleep, perchance to dream...

jueves, 25 de abril de 2013




Cada obra, cada página, cada párrafo, cada línea que he escrito, que escribo, que escribiré, es un jirón arrancado de la carne de mi vida, el reflejo de toda esta basura en movimiento, mi particular process of breaking down, es lo que soy, es lo que he sido, son las botas puestas, los cojones en la pista, saliva, enjuagaduras, blood, sweat and tears and the innermost dregs of my tortured heart, el canto y el silencio, el grito y el espasmo, la vida, Dios mío, la vida, hay que meterlo todo, lo bueno y lo malo, el llanto y el suplicio, la carcajada y la cagada y el vómito y el orgasmo, pajas mentales, masturbación emocional, la escoria y los detritos, los raros instantes de beatitud mental, la prisa y la pausa, grano y paja, la tinta fresca y los borrones, el asco, la desidia, el movimiento, sobre todo el movimiento, cómo atraparlo, cómo asirlo, todo este maldito flujo de mierda viva que se va, todo este sublime desaguisado, toda esta guerra, toda esta paz, toda esta jodida belleza, todo este odio, toda esta verborrea vacía en medio del mutismo intergaláctico, día y noche, sístole y diástole, inhalación, exhalación, el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, si cuando todo se haya dicho y se haya hecho y consumado ni la muerte que nos come el culo y los talones quedará en pie.

miércoles, 24 de abril de 2013




Es hora de aventuras,
rezan unos dibujos animados.
Es hora de tal y cual. Son
graciosos esos dibujos.
Muy locos, surrealistas.
Porque el surrealismo ha sido
siempre un poco infantil.
A mi hijo le encantan.
Y lo dice así: Esos dibujos
me encantan.
Un poco cursi, mi hijo.
Me llama "papi" de vez en cuando.
No sé de dónde lo ha sacado.
Eh, papi...
Yo me siento un poco cansado.
En baja forma. Y ya creo
que no voy a ser capaz de
sentirme mejor. Ha arraigado en mí
el cansancio.
Cuando me llama "papi"
yo le digo "cuqui".
De ese modo estamos empatados.
Esta semana he desempolvado
Blonde on Blonde.
Me da energía.
Algunos hemos sacralizado
a Dylan.
Y tenemos que leer
de vez en cuando
su catecismo.
Para seguir sumergidos
en nuestras vidas miserables.

martes, 23 de abril de 2013




Solícito el silencio se desliza
por la mesa nocturna,
rebasa el irrisorio contenido del vaso.
No beberé ya más hasta tan tarde.
Otra vez soy el tiempo que me queda.
Detrás de la penumbra
yace un cuerpo desnudo
y hay un chorro de música insidiosa
disgregando las burbujas del vidrio.
Tan distante como mi juventud,
pernocta entre los muebles el amorfo,
el tenaz y oxidado material del deseo.
Qué aviso más penúltimo
amagando en las puertas,
los grifos, las cortinas.
Qué terror de repente de los timbres.
La botella vacía se parece a mi alma.
Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.

lunes, 22 de abril de 2013




Empieza a verse en el partido de tenis
que confronta a Nadal con Djokovic
una dinámica que se repite. Al igual que sucedía
antaño entre Federer y el propio Nadal.
Nadal destronó a Federer buscando un resquicio
de debilidad en su revés a una mano casi perfecto.
Por arriba, es decir, golpeando muy por encima de la cintura,
ese revés se vuelve torpe, incómodo, sin control.
El nuevo rey del tenis tenía el arma perfecta
para atacar ese revés: su drive de zurdo liftador,
cruzado, de bote muy alto y con mucho peso.
Los enfrentamientos de Federer y Nadal
repetían siempre este esquema.
Nadal insistía por ese lado, buscando bolas altas
que desquiciaban a Federer.
Nada podía hacer el suizo. El juego natural de uno
erosionaba naturalmente el del otro.
Algo similar estoy empezando a ver en los partidos de tenis
que enfrentan a Djokovic con Nadal.
El juego de muñeca de Nadal en el golpe de drive
es muy acentuado. Necesario para su terrible liftado.
No obstante, cuando le coge desplazado y tiene que correr
y golpear en carrera ese drive
se vuelve torpe, incómodo
y sin control. El revés a dos manos de Djokovic
cruzado
siempre sorprende a Nadal
por ese lado.
El juego natural de Djokovic, su revés cruzado,
erosiona el drive de Nadal.


domingo, 21 de abril de 2013



Leo libros porque no creo en las religiones. Leo porque no creo en nada. Busco algo en los libros. Una especie de consuelo, algo tangible, firme. Alguna consistencia. Leo libros porque la realidad me decepciona. La mayor parte de la gente que conozco no me interesa. Por eso mismo leo libros. Algunos libros destilan lo mejor de quienes los escribieron. Son sustancia pura. Contienen el alma. El lenguaje es el alma.

Hace ya bastante tiempo que no experimento esta especie de misticismo en la lectura de un libro. No recuerdo exactamente cuándo leí por vez primera En el camino, de Kerouac. Yo era muy joven, sin duda. Creo recordar que lo leí por azar. Mis padres tenían una edición de bolsillo en uno de los estantes de un mueble de la casa. No creo que mis padres lo hubiesen leído. Nunca se lo pregunté. Lo tendrían con otros libros para llenar el espacio de la estantería.

Cogería ese libro, lo hojearía y seguramente pensé que me podría interesar. Yo entonces era lector de Bukowski. Durante algún tiempo para mí solamente existía Bukowski. Bukowski es un misántropo. Si te lo crees, sólo existe él. Los misántropos lo son porque no son capaces de seducir de otra manera. Creen que serán capaces de seducir en la distancia. En la que proporciona la literatura, por ejemplo. Kerouac era otra cosa. Me gustó En el camino. Pero no me apartó de la senda Bukowski. Y ahora creo entender por qué. En En el camino, el narrador se sitúa siempre en un segundo plano. El libro de Kerouac es el de un observador, alguien que admira algo, una escena, un paisaje, una persona. El narrador de Kerouac se supedita siempre a eso otro que observa y admira. Bukowski nunca se supedita a nada. Bukowski, con su literatura, con ese arma que supone la literatura, siempre trata de aniquilar al otro. Para ensalzarse, para seducir. Por ello, creo haberlo entendido, el lector adolescente es más vulnerable a Bukowski que a Kerouac. Kerouac tiene una carga más compleja; grupal, es decir, social.

El tercer vértice de mis lecturas adolescentes fue Henry Miller. Miller pertenece a una generación anterior. En Miller encuentro el germen de Kerouac y, también, el de Bukowski. Miller, curiosamente, es un escritor expansivo sin ser grupal. Su cosmogonía enlaza muy bien con la de Jack Kerouac. Inclusive, su orientalismo. Sin embargo, el ego de Miller se parece más al de Bukowski.

Yo de Bukowski pasé a Miller y a Celine. Leí por esa época En el camino. Pero no volví a Kerouac hasta años más tarde. Consumí de seguido toda la prosa de Bukowski. Prácticamente todo lo editado por Miller y Celine en castellano, por aquella época. Pero, por alguna razón, no seguí con Kerouac hasta mucho tiempo después, cuando me encontré con una edición de Big Sur.

Big Sur me hizo volver a valorar aquella lectura adolescente, aquel escritor; del mismo modo que encontrarme con algunos de los desgarradores poemas de Charles Bukowski me hizo pensar que aquel misántropo, al fin y al cabo, no debía ser tan mal escritor. Miller y Celine no me han vuelto a interesar.

Lo de Kerouac excede lo literario. Por ello el papel de Walter Salles no ha debido ser fácil, al aceptar la adapatación de la novela En el camino. Uno va a ver esa película y resulta imposible desprenderse de todo el bagaje de imágenes y literatura vertidas en torno a los beatniks. Creo que soy incapaz de juzgar esa película. En cualquier caso, la magnitud del mito creo que merece una lectura diferente. Creo que el cine debería añadir algo.

De cualquier modo, al volverme a enfrentar con esa historia, para mí importante, al menos anteriormente, me he dado cuenta de que, de alguna manera, allí empezó todo. Kerouac y su grupo de amigos son el inicio de la cultura juvenil. A partir de ellos, todo el mundo ha ido haciendo más o menos lo mismo hasta que se ha normalizado. Cambia el aspecto de la gente, las modas, la música, los itinerarios; sin embargo, se sucede una y otra vez el mismo desenfreno, el mismo spleen adolescente.

Con los beatniks, el negocio estaba servido; alguien debió de verlo. Probablemente, eso fue lo que destrozó a Jack Kerouac.

Se me ocurre decir que, al fin y al cabo, el misántropo Charles Bukowski no fue tan susceptible de ser manipulado. Su desprecio le hizo fuerte.

De todas mis lecturas adolescentes tal vez En el camino fuese la de calado más profundo. La obra literaria más duradera, probablemente; mucho más que los Trópicos millerianos, por supuesto. A pesar de que Henry Miller nos propone una especie de vitalismo mucho más adulto; un vitalismo perenne, jovial, taoísta.

Yo creo que la obra de Jack Kerouac tiene mayor calado gracias a sus virtudes de observador. Al lector adolescente le gustan los egos desmesurados tal vez porque necesita reafirmar el suyo propio. Kerouac me gustó menos que los Bukowski, Celine o Miller, siendo solamente un lector adolescente, porque no trasluce un ego despreciativo que me ayudase a ensalzar el mío propio. Kerouac ejerce de observador fascinado de su amigo Neal Cassady. Ese paso atrás, ese desfase que tiene con la vida es lo que le proporciona, a mi modo de ver, una mayor profundidad.


sábado, 20 de abril de 2013

Si se ha de escribir correctamente poesía
no estaría de más bajar un poco el tono
sin adoptar por ello un silencio monolítico
ni decidirse por la murmuración.
Es un pez o algo así lo que esperamos pescar,
algo de vida, rápido, que se confunde con la sombra
y no la sombra misma ni el Leviatán entero.
Es algo que merezca recordarse
por alguna razón parecida a la nada
pero que no es la nada ni el Leviatán entero,
ni exactamente un zapato ni una dentadura postiza.



jueves, 18 de abril de 2013



James Sallis tiene cara de hombre bueno. De americano bueno. A lo Jack Lemmon o algo parecido. No fuma. No fuma en las fotos, quiero decir. Tiene un gatito. Sonríe siempre. Ni siquiera lleva gafas de pasta o lentillas. Parece un tipo feliz, sin conflictos.

Siendo un autor fundamentalmente de ficción, y de literatura de género, poco importa que sea un tipo feliz. La novela negra lleva lo pasional y la muerte en el arquetipo. La novela negra es doliente de serie. El escritor, se entiende, recurre a los tópicos del género para explicarse. Hay un enmascaramiento mayor. Un mayor elemento lúdico, excéntrico o lo que sea. La novela negra es como un enorme espacio de recreo. Todo vale alrededor del asesinato. Por eso es el género que mejor se lleva con lo postmoderno. Donde todo es mentira, como de cartón-piedra.

En Vidas difíciles James Sallis ha escrito un pequeño ensayo muy lúcido sobre tres autores de novela negra. Jim Thompson, David Goodis y Chester Himes. Sallis escribe muy bien sobre lo que le gusta. Aquí, en realidad, hace lo que otros autores, más high culture, hacen con los mitos y autores de la literatura "seria". El resultado, efectivamente, tendría mucha más trascendencia si Sallis hablase de Rimbaud, como hace Pierre Michon, por ejemplo, o de Baudelaire, como Roberto Calasso. Pero, no.

Además, Sallis avisa de que no pretende reivindicar la valía literaria de Thompson, Goodis y Himes. No desea auparlos. Están bien donde están, en el nucleo de la literatura barata, de consumo, industrial. Como el propio James Sallis.

Sallis lo explica muy bien. Introduce a estos autores haciendo una pequeña reflexión sobre el fenómeno de la literatura de bolsillo, la de consumo fácil y rápido. Al parecer, los libros de bolsillo surgen en Estados Unidos durante la década de los años cuarenta. Se genera allí una industria de grandes dimensiones. Miles, millones de novelitas siguiendo un patrón fijo, una estructura marcada, una ley de semejanza. Se venden baratas y se pagan mal a sus autores, que las producen a toda velocidad, renunciando, algunos, a sus expectativas de convertirse en escritores prestigiosos. Se produce tanto, viene a decir Sallis, que se genera una cierta confusión, una especie de relajamiento en el mundo editorial, una falta de filtros, que permite que se publiquen cosas más raras, en las que el patrón del género viene adulterado. No hubiese sido posible de otra manera, en otro lugar y en otra época. Entre tantos autores industriosos, se cuelan los locos, los raros, los diferentes, los difíciles. Los que, décadas después, todavía se rememoran.

Jim Thompson es definido por Sallis como "Dostoievski de Todo a Cien".


miércoles, 17 de abril de 2013




No todos saben cantar
No todos saben ser manzana
Y caer a los pies de otro.
Esta es la suprema
Confesión de un granuja.

Ando intencionalmente despeinado,
Con la cabeza como una lámpara a petróleo.
Me gusta alumbrar en las tinieblas
El otoño sin hojas de vuestros espíritus.
Me gusta que las piedras de los insultos
Caigan sobre mí como granizo vomitado por la tormenta.
Entonces es cuando aprieto con más fuerza
El globo oscilante de mi cabezota.

Con qué nitidez recuerdo entonces
La laguna cubierta de hierba y la voz ronca del aliso
Y que en algún lugar viven mi padre y mi madre.
Mis versos les importan un comino,
Pero me quieren como a un campo, como a la carne de su carne,
Como a la buena lluvia que en primavera ayuda a salir a los brotes.
Ellos les clavarían a ustedes sus horquetas
Cada vez que me lanzan una injuria.

¡Pobres, pobres campesinos!
Seguramente están viejos y feos
Y siguen temiendo a Dios y a los espíritus del pantano.
¡Si sólo pudieran comprender
Que su hijo
Es el mejor poeta de Rusia!
¿Acaso sus corazones no temían por él
Cuando se mojaba los pies en los charcos del otoño?
Ahora anda de sombrero de copa
Y con zapatos de charol.

Pero con el mismo espíritu juguetón de antes.
De aldeano travieso.
Desde lejos saluda con una gran reverencia
A las vacas pintadas en los letreros de las carnicerías.
Y cuando se cruza con los coches de la plaza,
El olor del estiércol lo remonta a los campos de su tierra
Y está dispuesto a sostener en el aire la cola de cada caballo
Como si fuese la cola de un traje de novia.

Amo mi tierra.
¿La amo con locura!
Aunque sobre ella caiga toda la tristeza y el moho de los sauces.
Gozo con los hocicos inmundos de los cerdos
Y con las notas estridentes de los sapos en el silencio nocturno.
Estoy enfermo de los recuerdos de infancia,
Sueño con la niebla y con la humedad de las tardes de abril,
Cuando nuestro arce se puso en cuclillas
Para calentarse los huesos en la hoguera del crepúsculo.
¡Trepando de rama en rama,
Cuántos huevos no robé de los nidos de las cornejas!
¿Seguirá siendo el mismo de antes, con su copa verde?
¿Tendrá todavía la corteza tan dura?

¿Y tú, mi querido perro fiel
Overo?
La vejez te ha puesto gruñón y ciego
Y vas de un lado a otro del patio arrastrando tu cola caída.
Tu nariz no distingue ya el establo de la casa.
Cuánto no significan para mí nuestras pillerías de antaño
Cuando le robaba pan a mi madre
Y lo comíamos entre los dos, mordiéndolo por turno
Sin sentir repugnancia.

Soy siempre el mismo,
Mi corazón es siempre el mismo.
Los ojos florecen en el rostro como los azulíes en el trigo.
Y yo, extiendo las esteras doradas de mis versos
Quiero decirles a ustedes
Mis palabras más tiernas.

¡Buenas noches a todos!
¡Buenas noches!
Rozando por última vez la hierba del crepúsculo
Ha enmudecido la guadaña de la aurora.
Y siento unas ganas locas
De mear a la luna desde la ventana.
¡Luz azul, en este azul profundo
Ni siquiera la muerte me importa!
¡Qué importa que yo parezca un cínico
Con un farol colgando del trasero!
Viejo, buen y supercabalgado Pegaso,
¿Qué falta me hace a mí tu trote blandengue?
Yo he venido como un severo maestro
A cantar y a ensalzar a las ratas.
Como agosto, vierte
Mi cabeza el vino espumoso de mis cabellos.

Yo quiero ser ese amarillo
Que nos lleva al país que navegamos.



¿Qué historia es ésta y cuál es su final?
Ya no quiero ser más vendedor de palabras.
Ya mi cabeza está demasiado aturdida
y mi canción es sólo un montón de hojas muertas.

Me da lo mismo la ciudad que el campo.
Trataré de olvidar los poemas y los libros
abrigaré mi cuello con una vieja bufanda
y me echaré un pan en el bolsillo.

Oleré a mal vino y suciedad
enturbiando los limpios mediodías.
Y me haré el tonto a propósito de todo.

Y sin tener necesidad de triunfar o fracasar
trataré que la escarcha cubra mi pasado
porque no puedo sino hacer estupideces
seguir caminando en estos tiempos.



domingo, 14 de abril de 2013

No me hables de Matisse...
Del estilo europeo de 1900, la tradición del estudio
en el que la mujer desnuda se recuesta para siempre
sobre una sábana de sangre.
Háblame en cambio de la cultura en general:
de cómo los asesinos se alimentaron
con la belleza robada a los salvajes: a nuestros remotos
pueblos llegaron los pintores, y nuestras encaladas
chozas de barro quedaron salpicadas de disparos.



El abandono silba llamando a sus amigos.
La noche y el sueño
amarran sus caballos frente a las ventanas.
El dueño de casa baja a la bodega
a buscar sidra guardada desde el año pasado.
Se detiene el reloj de péndulo.
Clavos oxidados
caen de las tablas.
El dueño de casa demora demasiado
-quizás se ha quedado dormido entre los toneles-.
Una mañana busqué grosellas al fondo del patio.
En la tarde este mismo viento
luchaba con los pinos a orillas del río.
Se detienen los relojes.
Oigo pasos de cazadores que quizás han muerto.
De pronto no somos sino un puñado de sombras
que el viento intenta dispersar.






A priori, Cosas de familia de Michael Ondaatje podría parecer un libro menor. Uno de esos libros llamados "menores". De no-ficción, autobiográficos, sin género. Memoria familiar, libro de viajes, en prosa, con fragmentos en verso. Yo estaba lleno de prejuicios hacia este autor. Prejuicios basados en la adaptación cinematográfica de una de sus novelas, El paciente inglés. Uno tiende a pensar que si la peli es romanticorra y convencional, la novela lo es. Y tal vez lo sea esa novela de Ondaatje. Desde luego, no la he leído. Y por ello no sé qué me hizo acercarme a este libro, Cosas de familia. Lo encontré en una Feria del Libro. Y lo compré por, digamos, sus valores intrínsecos, superando mis prejuicios hacia el autor, del que apenas sabía nada, excepto que había escrito aquella exitosa novela que había dado lugar a una exitosa película, romanticorra y convencional. El libro que tenía entre manos me atrajo por sus capítulos cortos, algunos cortísimos, y por el tono ligero y humorístico que adiviné leyendo algunas frases al azar. El puto esnobismo es un misterio que nos envuelve con su catarata de nombres. ¿Has leído lo último de Don DeLillo? Buah, flipante. Michael Ondaatje se introduce elegantemente en el mercado de los Best Sellers. De prosa fácil, fluida, a veces fuertemente evocadora y poética, el cingalés, al parecer, entrega una de cal y otra de arena. Novelones de corte clásico, decimonónico, se alternan con narraciones más experimentales, barajando estilos y géneros, como en Las obras completas de Billy el Niño, en la que nuestro autor revela su querencia por lo menor o lo popular.

En Cosas de familia se burla de los suyos; de un modo que recuerda a veces al Dovlátov de Los nuestros. Borracheras, amores ridículos, más borracheras. No obstante, Ondaatje es un escritor mucho más hábil, no tan esquemático (adoro el esquematismo de Dovlátov). Anecdotario, libro de viajes de perfiles borrosos. Me viene a la memoria A lo largo del camino, de Julien Gracq; un libro que leí a pequeños sorbos, tratando de descifrar la densidad de su prosa, que es como un muro de piedra, inquebrantable. La escritura de Ondaatje es mucho más blanda, más frondosa y ornamental. De hecho, Ondaatje tiene un colorido muy tropical, acuoso y selvático. De ahí ese rollo ligero y placentero, de burla, festivo, a pesar de lo narrado, que a mí particularmente tanto me ha gustado. El estilo, siempre el estilo.

sábado, 13 de abril de 2013

Los liberales dicen que deberíamos acabar con la discriminación en los empleos. Yo digo que deberíamos acabar con los empleos. Los conservadores apoyan leyes del derecho-a-trabajar. Siguiendo al yerno descarriado de Karl Marx, Paul Lafargue, yo apoyo el derecho a ser flojo. Los izquierdistas favorecen el empleo total. Como los surrealistas — excepto que yo no bromeo — favorezco el desempleo total. Los trotskistas agitan por una revolución permanente. Yo agito por un festejo permanente. Pero si todos los ideólogos defienden el trabajo (y lo hacen) — y no solo porque planean hacer que otras personas hagan el suyo — son extrañamente renuentes a admitirlo. Hablan interminablemente acerca de salarios, horas, condiciones de trabajo, explotación, productividad, rentabilidad. Hablarán alegremente sobre todo menos del trabajo en sí mismo. Estos expertos que se ofrecen a pensar por nosotros raramente comparten sus ideas sobre el trabajo, pese a su importancia en nuestras vidas. Discuten entre ellos sobre los detalles. Los sindicatos y los patronos concuerdan en que deberíamos vender el tiempo de nuestras vidas a cambio de la supervivencia, aunque regatean por el precio. Los marxistas piensan que deberíamos ser mandados por burócratas. Los anarco-capitalistas piensan que deberíamos ser mandados por empresarios. A los feministas no les importa cuál sea la forma de mandar, mientras sean mujeres quienes manden. Es claro que estos ideo-locos tienen serias diferencias acerca de cómo dividir el botín del poder. También es claro que ninguno de ellos tiene objeción alguna al poder en sí mismo, y todos ellos desean mantenernos trabajando.


miércoles, 10 de abril de 2013

Cuarentón bailando animoso
mientras el hijo infantil observa
perplejo. Penoso. No obstante,
uno encuentra por casualidad,
removiendo unos viejos discos,
un recopilatorio anticuado
de los Stone Roses
y no puede evitar ponerlo
en el reproductor, y
escucha aquella vieja
canción, Fools Gold,
y baila como antaño y
se da cuenta de que ya no sabe
bailar. En efecto, baila
como un viejo.
Como aquellos viejos
que bailaban desacompasados
en los márgenes de las discotecas
cuando uno las solía frecuentar.
Pero uno intenta bailar
mientras esa canción,
Fools Gold, le produce
un raro ardor.
Entonces deja de sonar
y el peso de los años cae sobre uno,
de súbito, como por arte de magia.
Recuerda que ni siquiera
le gustaban los Stone Roses.
Todo ha sido un espejismo,
un dejarse llevar.
Tarda medio segundo en
recuperar la compostura.
Todo ha acabado.
Todo acabó.
Está bien así.
El infante se ríe
y baila. El infante se pone
a bailar cuando uno ha dejado de bailar.
Como en una extraña concatenación.


lunes, 8 de abril de 2013

Y tú quieres oír, tú quieres entender. Y yo
te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni
para los iniciados. Es para la niña que nadie
saca a bailar, es para los hermanos que
afrontan la borrachera y a quienes desdeñan
los que se creen santos, profetas o poderosos.



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