martes, 26 de julio de 2016

Hoy
Un empleado
De un centro de discapacitados
Japonés ha matado
A diecinueve personas,
Con la excusa de que
Los lisiados deben morirse.

El tipo estaba haciendo un servicio
A la humanidad.

Esta matanza
Se suma
A las de los islamistas
Que están matando a discreción
En Europa.

Parece
Que la matanza
Se esté normalizando.
Hágalo usted mismo.
Debe haber algo en el ambiente
Que nos insta a hacerlo.

Probablemente siempre ha sido así,
Como dice el quiosquero:
La diferencia es
Que ahora todo se sabe.
Esto último se tambalea en
Mi cabeza: "ahora todo se sabe".
No estoy tan seguro.

Puede que el final del mundo
Se acerque.
Y no sea una plaga
O una explosión nuclear.
Quizá se avecine
Un holocausto asesino
Y caníbal,
Como en los seriales televisivos
De moda.

jueves, 21 de julio de 2016













Una señora de cincuenta años, una mujer normal y corriente, es requerida por una pandilla de jóvenes modernos para grabar cancioncillas folk. La señora grabó en su lejana juventud un disco titulado Just Another Diamond Day que no escuchó nadie. Se olvidó del asunto y ahora, más de treinta años después, los jipis de nuevo cuño la reclaman. La señora, Vashti Bunyan, acepta grabar nuevas canciones en un par de ocasiones. Su hermosa sensibilidad continúa intacta, rezan los jipis cachorros. Pero la señora Bunyan ya no quiere seguir con la broma. No merece la pena tanto esfuerzo. Total, para encontrarse sus discos en las columnas de saldos de los grandes almacenes. Prefiere dejarlo pasar, displicente.





Algo similar le ocurrió a Bill Fay. Grabó un disco y dejó otro a medias. Más de treinta años después se le corea como maestro de la música popular a la altura de los más grandes. Con un agujero de tres décadas en las que no graba nada, compone un par de discos sublimes, como quien no quiere la cosa. Es fácil emparentarlo con Leonard Cohen y sus parsimoniosas cadencias. También tiene el perfume etéreo y ensoñador de Nick Drake. Los dos primeros discos, los antiguos, tienen arreglos orquestales de corte clásico y trayectoria ascendente, un poco al estilo de Scott Walker. En los dos discos actuales, Fay prefiere la silenciosa compañía de su piano, al igual que Randy Newman. Con tan generosos referentes uno espera que a Bill Fay no se le agote la paciencia. Y continúe regalándonos tonadas como arrullos. Perfectas para acompasar el suave balanceo de los árboles en las mañanas frescas del mes de agosto.


jueves, 14 de julio de 2016




Lo retro no nos gusta. Representa una tendencia, una moda, una astucia del mercado para fomentar el consumo. El mercado no puede ser sublime todo el tiempo. Así que se alimenta del pasado, de poner el foco en una cosa del pasado e imitarla de manera descarada y superficial.

Jack White es un adalid de lo retro. Se alimenta de blues y de rock. Revisita lugares comunes del rock todo el tiempo. Y, sin embargo, nos gusta. Es un mero imitador. Nos gusta, creo yo, porque es un imitador devoto. Jack White es un reverenciador del género. No le interesa explorar sus límites. Le interesa, no obstante, su escuela.

Jack White tiene una cabina de los años cuarenta; que se utilizaba entonces para que cualquiera se pudiera meter en ella y grabar un vinilo, a modo de recordatorio o para enviar una canción a la novia. Al parecer, esa cabina se comercializó durante la Segunda Guerra Mundial, para que los soldados norteamericanos grabasen mensajes o canciones, y se los dejasen a sus seres queridos. Esos mensajes a menudo, una vez llegaban a sus destinos, se convertían en mensajes póstumos. El cachivache se llama Voice-o-graph.

Neil Young grabó, hace unos años, un disco de versiones metido en la cabina de Jack White, Voice-o-graph. Y la multinacional para la que Young tararea lo sacó al mercado.

Neil Young es retro en sí mismo. Su música ya es de otro tiempo, ya hace tiempo. Sin embargo, él sigue, erre que erre. Como si todavía le quedase algo por decir.

A Young le ocurre algo parecido a lo que le ocurre a Bob Dylan. Al final de sus vidas, en lugar de elegir el retiro y el silencio, se están entregando a una actividad si cabe más intensa que la que han llevado hasta ahora. ¿Por qué lo hacen? A menudo me pregunto qué debe sentir Bob Dylan, siendo Bob Dylan.

Bob Dylan y Neil Young se ocupan en estos momentos de rebañar el plato. Queda poco, unas migajas, pero son tan ambiciosos que no pretenden perdérselas.

El disco de Neil Young en la cabina de Jack White se titula A Letter Home. Se oye mal, como una mala grabación muy antigua. Como un viejo disco de blues de un tonadillero olvidado.

Lo primero que el cantante hace, al comienzo de esta grabación, es acordarse de su madre.

martes, 5 de julio de 2016










El tenis debería ser amateur. El deporte debería ser amateur. El mundo debería ser amateur.

Desconfío de quien se declara, sin tapujos, un profesional. El profesionalismo es un enmascaramiento. Una vanidad bastante estúpida. Sin embargo, el profesionalismo en el deporte es un absurdo. Un absurdo institucionalizado, pero absurdo al fin y al cabo.

He leído algo acerca del corte generacional que se produjo cuando el tenis se profesionalizó, allá por los años sesenta. Qué se priorizaba, entonces. El dinero. Exclusivamente el dinero. La posibilidad de firmar contratos millonarios, dada la enorme dimensión que el deporte del tenis estaba adquiriendo como espectáculo, gracias a las retransmisiones televisivas.

La ecuación es bien simple: profesionalismo igual a espectáculo, televisión y dinero. Al final del partido que enfrentaba a Marcus Willis con Roger Federer en la pista central de Wimbledon, la gran divergencia era ésa. Federer es uno de los deportistas más ricos del planeta.

Willis se gana la vida dando clases de tenis en un pueblecito de Inglaterra. Gana algunos torneos amateurs y decide intentar competir en el gran torneo inglés. Se presenta a las fases previas de las fases previas de Wimbledon. Gana siete partidos antes de perder contra Federer en la segunda ronda del cuadro final.

El extenista Goran Ivanisevic aconsejaba a Willis que saliese borracho a la pista y disfrutase así de su partido en la central contra Federer. No habrá nada mejor, dice Ivanisevic. A partir de entonces solamente queda retirarse. No habrá nada mejor.
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