jueves, 30 de junio de 2011



Todo empezó, probablemente, no lo sé, como una broma racional; como una manera de desmenuzar las cosas, de analizarlas. Un verano es como un desierto. El agua embotellada, los juguetes del niño, los libros en las estanterías, el aparato televisor, el microondas, la tostadora de pan, las cortinas, las ventanas, los balcones de las casas, que son como celdas, como agujeros o madrigueras, las plantas ornamentales, las cajas de compact disc, en general todos los aparatos (objetos que nos alienan y metalizan nuestras vidas; y por ello las hacen, como digo, más tontas, más ridículas). Yo no creo que los tuaregs sean esencialmente románticos. Un tuareg en un verano es como un veraneante en el desierto. Un tuareg es como una metáfora de algo. No voy a pensar más en ello. A este lado del desierto todo resulta fuertemente ridículo. Me gusta mucho la música de un grupo musical llamado Dirtmusic. Hay una extraña elegancia en los tuaregs. Me refiero a los tuaregs reales; los que van por los desiertos. El desierto los acoge y los protege. La aridez del desierto los hace fuertes, misteriosos y puros. La figura del tuareg es una de las pocas que nos queda como expresión del romanticismo. De nuestro romanticismo. Los tuaregs son desconocidos para el resto del mundo. En el desprestigio total se vive bien. Esto es lo que hace que los tuaregs sean esencialmente elegantes. A veces todo esto resulta insoportable. Me refiero a la ridiculez de todas las cosas. Es cuestión de tiempo que todas las cosas caigan en un desprestigio total, en la ridiculez total. En el post-desmenuzamiento aflora el ridículo del mundo. Yo no soy capaz de calcular qué vendrá después. Después de una ridiculez y un desprestigio totales, de todo y de todos, probablemente lo único que nos quede sea la destrucción absoluta. No somos capaces de vivir en nuestra piel creyendo en una dignidad duradera o sagrada; pues sentimos la amenaza del ridículo y la indignidad, ahí cerca, siempre, persiguiéndonos. Cuando nos autoaniquilemos todo volverá a ser desierto y recuperaremos la elegancia; volveremos a creer en una estética digna y duradera. Un verano es un verano. Esto es lo que yo he estado pensando al escuchar a los tuaregs de Dirtmusic. En el fondo sabemos que todo lo que nos rodea es ridículo, indigno y peregrino. Es una idea en cierto modo confortable. Hay que alimentar el sarcasmo de vez en cuando. Como si fuera una mascota. No olvidarlo al salir a la calle; el sarcasmo nos sigue allá donde vayamos, fiel a nosotros, a nuestro aspecto y a nuestra ridiculez. Es el sarcasmo, en definitiva, un aditamento. El complemento ideal de nuestras vidas ridículas. No nos hace más dignos, sino tal vez todo lo contrario. Al menos nos hace conscientes de algo; o nos hace parecerlo. Es decir: parecemos saber lo que no sabemos. El puzzle de nuestras vidas desarmado, derruido, arruinado. No obstante seguimos en pie. Y nos reímos. De qué.
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