El esguince

Las representaciones son importantes. Porque nos sirven de premisa. Necesitamos vernos en la vida, sorteando sus dificultades. Se nos hace difícil en estos momentos. Hay un apagón en nosotros. Funcionamos según otros parámetros, no previstos. Sobrevivimos, a mí entender, porque entendemos esto como un paréntesis. Les he dicho a los niños que se cuiden de cualquier contingencia. Por eso, cuando me llamaron del colegio para que fuera a recoger a D se encendieron todas las alarmas. En el hospital, en la sala de espera, decenas de personas. Habían habilitado una carpa en una zona ajardinada. Le dije a D que no tocase nada ni a nadie. El espectáculo era lúgubre. La gente esperaba en silencio. Se escuchaban estornudos, como amenazas. Un enfermero quería hacerle a D una PCR. No, Dijo la médica, éste sólo se ha accidentado una pierna. 

 

 

 

Una reco

El confinamiento anterior me costó una muela. No importa, teniendo en cuenta todo lo que se ha perdido. Pero no quiero que me vuelva a ocurrir; así que voy al dentista y el dentista dice que me hace falta una reco. Me toca las narices que utilice así una abreviatura; no entiendo el motivo. Mi relación con el dentista es estrictamente sanitaria, esto es, profesional; es decir, formal. A qué viene frivolizar así con el tratamiento que pretende aplicarme. Ni siquiera puedo verle la cara. Se ha cubierto como una momia, con una especie de gasa y unas enormes gafas y un gorrito azul. Todo ese raro atuendo para protegerse de mi boca. Mi boca que permanece oculta todo el día y se desnuda para ese dentista que se dispone a hacerme una reco. Como siempre, salgo de aquel ambiente pulcro con la sensación de que también un lugar como éste, que debería emplearse en la salud de la gente de manera exclusiva, también ha sido corrompido por el dinero. 

 

Protocolo

Todo el mundo está esperando el próximo confinamiento. La siguiente ola de contagios. A causa de, probablemente, una nueva cepa del virus. Alguien envía la noticia que anuncia el colapso inminente de los hospitales valencianos. Alguien envía la noticia de que Ángela Merkel opina que la única forma de parar la nueva versión del virus es que todos nos volvamos a encerrar en nuestras casas hasta abril. Ahí afuera el frío es intenso. Por las mañanas no sabemos si atender al protocolo marcado por las administraciones sanitarias o educativas, o calmar el frío de las chicas y chicos que asisten a nuestras clases desconcertados y un poco hartos. Hay una nueva interpretación del protocolo. Estamos cagados de frío y, al parecer, acabamos de descubrir que podemos cerrar las ventanas y volver a abrirlas cada veinte o veinticinco minutos, siempre que llevemos las mascarillas puestas. Con eso debería ser suficiente. 

 

 

Cierre perimetral

Llevo a M a su casa antes del toque de queda de las diez. En el trabajo me han hecho un salvoconducto, para acceder a través del cierre perimetral de las ciudades. Hay gente justificando la no asistencia. Lo que sea para quedarse en casa después de una borrachera de más de diez días en los centros comerciales. Grupos de riesgo a gogó. El virus que viene es superdotado, mas rápido que el que ya de por sí era rápido. El plusmarquista mundial de los virus. Ponte una mascarilla encima de la otra, para mayor protección. Al derecho te protege a ti y al revés nos protege a los demás de ti, o lo contrario. Mejor usarlas de las dos maneras. Mientras tanto, en los Estados Unidos rememoran el salvaje oeste. 

 

Álbum de fotos

Las trompetitas sonando por el teléfono móvil. Las videollamadas. El jolgorio virtual. El día después siempre tiene un regusto amargo. Encontramos un pequeño álbum de fotos de hace años. Busco, busco. La busco a ella. Ya estamos en ese trance, pienso. En la involución, por llamarlo así. En el ascensor, de bajada, nos miramos. V nos recuerda que vamos a cara descubierta. Señala la boca. Tardo en reaccionar. Hay que volver.