jueves, 29 de diciembre de 2016










La luna del invierno:
Un templo sin puerta,
¡Qué alto está el cielo!






En el western hay una épica medieval, plagada de mitos, de leyendas, de símbolos. El western clásico rubrica el carácter mítico de lo que se narra. La evolución del género, sin embargo, ha ido paulatinamente desarticulando la mitología clásica. Hasta llegar a algunos ejemplos actuales, que juegan a desenmascarar el romanticismo de la época. El serial televisivo Deadwood es un buen ejemplo de ello.

2016 también ha sido el año de la muerte de Michael Cimino, aparte del de otras muchas personalidades célebres. Cimino firmó un western único, genial y desmesurado a partes iguales, titulado La puerta del cielo. La película, tal y como se comercializa hoy, es magnífica. Es casi un western marxista, si pudiera darse como contradicción un subgénero así. Hay multitud de planos y escenas memorables. Diálogos en ocasiones lucidísimos; que dan la medida del fiasco fundacional que supuso la nación norteamericana. Como en Deadwood, en La puerta del cielo el capitalismo salvaje (salvaje por salvaje y también por primigenio, es decir, primario) se abre paso aplastando vidas, con una crueldad absoluta. Si los ricos pudiesen pagar a otros para morir por ellos, los pobres se ganarían decentemente la vida; esta frase la pronuncia uno de los protagonistas de la cinta; y marca el tono de toda la película y, por ende, de la nación que se está gestando.

La puerta del cielo narra un conato de revolución en el Estado de Luisiana, a fines del siglo XIX. No existía entonces el revulsivo comunista (los americanos para autoafirmarse necesitan siempre un oponente claro: el indígena, el comunista, el musulmán o, en este caso, el anarquista). No importa mentir para focalizar al oponente. Un grupo de colonos pobres provenientes del este de Europa son tildados de anarquistas y el gobierno americano apoya a la oligarquía de la época (una asociación de ganaderos que ya empezaban a ser demasiado ricos e influyentes) para que capture y asesine a los peligrosos anarquistas. (Todo esto suena inquietantemente a lo que se ha hecho tiempo después con los musulmanes de Guantánamo.)

Los colonos pobres se sublevan, liderados por "Kris" Kristofferson, que en esta película estaba sepultando sin saberlo todas las expectativas que había creado anteriormente como estrella de cine. Y con él su director, Michael Cimino, sepultaba las suyas propias.

La historia del filme es tan importante como la propia película: presupuesto desorbitado, el estudio en bancarrota, tiempo de rodaje prorrogado indefinidamente, algunas tomas repetidas hasta cincuenta veces, las pugnas con el director para hacer el proyecto comercial (el primer montaje duraba cinco horas: hoy hubieran hecho un serial televisivo y sanseacabó). Se habla del fin de una era. A partir de entonces los grandes estudios dejaron de confiar en el criterio artístico de sus directores. Cimino se fue al garete; y arrastró con él a algunos de sus colegas de generación (Coppola y Scorsese deberían renunciar, a partir de entonces, a la realización de películas "grandes" si querían seguir haciendo cine).

El título del filme (La puerta del cielo) parece hablar de lo que pudo ser y no fue; también para los implicados en su realización. Resulta curioso que una película marxista, sobre la dignidad de un grupo de colonos pobres (la anécdota es real), fracasase por cuestiones de dinero. Aunque se entiende que un filme así fuese arrastrado al ostracismo y desprestigiado hasta la burla más despiadada, al coincidir su estreno con el inicio de la era Reagan y con toda la pandilla de neocóns preparados para devorar el pastel de los años 80.

Michael Cimino reapareció no hace mucho, ya en pleno siglo XXI, en un festival cinematográfico europeo, convertido en una suerte de Camilo Sesto, muy delgado y con el extraño rictus que deja el abuso de la cirugía estética. ¿Qué fue de él en el intermedio de sus escasas siete películas? Supongo que pagó cara tanta megalomanía, con adicciones y ansiedades (dijo tener en su casa una habitación repleta de guiones rechazados). Se dice que murió con la completa seguridad de haber realizado una obra maestra, a pesar de todo. Uno de los mejores westerns de la historia. Yo creo que tenía razón.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

Retiro invernal;
En la pantalla dorada,
El pino envejece.



martes, 13 de diciembre de 2016




Si no eres la persona libre que quieres ser, busca un lugar donde puedas contar la verdad sobre ello. Contar cómo te va con todo. La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado. Podrías susurrar de cara a un pozo. Podrías escribir una carta y mantenerla guardada en la gaveta. Podrías escribir una maldición en una cinta de plomo y enterrarla para que nadie la lea por mil años. No se trata de encontrar un lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía,

y todo lo remata con un gesto

tan privado y preciso como su propio nombre.



Maylis de Kerangal tiene aspecto de mujer francesa elegante, pija y etérea. De las que mi mujer dice que no me deberían gustar porque esos gustos me hacen machista. Maylis es una Audrey Hepburn literata. Maylis tiene ese nosequé francés que nos hace creer que para los franceses la vida es una cosa placentera, que sucede así como si nada. Tiene aspecto de mujer culta pero que la cultura no le ha costado esfuerzo. Le viene dada. Maylis encierra una mentira en sí misma, que mana de su propio aspecto. De esa sonrisa suya que exhibe dulce como una pieza de fruta.

Maylis de Kerangal ha escrito un pequeño libro encantador, como es ella. El libro que más me ha interesado en mucho tiempo. Titulado Lampedusa.

Un libro que tiene el punto de vista exacto. El de quien lo ha escrito, Maylis de Kerangal. El de una pija francesa, culta y con una vida que sucede así como si nada. Pero que sabe estirar su punto de vista hasta tocar casi con los dedos el fondo de las cosas.

Encierra una idea que a mí me obsesiona: la decadencia de nosotros, de nuestra tradición cultural, nuestro arte, nuestra literatura, nuestro europeísmo, nuestro Mediterráneo. Lo viene diciendo ya mucha gente.

Y ahora Maylis de Kerangal, esa escritora de aspecto encantador, lo rubrica. Que un lugar como la isla de Lampedusa, con un significado importante en la historia de nuestra cultura (alusiones a El Gatopardo de Visconti y al escritor Giuseppe Tomasi), se convierta en el escenario de una infamia (hundimiento de una barcaza llena de inmigrantes, más de trescientos muertos), tiene que significar algo. La escritora dedica su pequeño escrito a encontrar el simbolismo exacto que define este recorrido, de lo sublime a lo infame. Para concluir que debe haber un antes y un después. Y que el después ya ha llegado.

sábado, 10 de diciembre de 2016




Que la culebra aguarde
bajo el yerbal
y la escritura sea
de palabras, lentas rápidas, prontas
al ataque, quietas en la espera,
insomnes.
—Por la metáfora reconciliar
gente y piedras.
Componer. (No ideas:
cosas.) ¡Inventa!
Saxífraga es mi flor y abre
rocas.
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