lunes, 23 de noviembre de 2015




Fernando Vallejo probablemente sea el último gran escritor latino; ahora que la literatura ha perdido ya toda la relevancia, definitivamente. El último escritor con un, como suele decirse, proyecto literario personal e intrasferible. Tiene libro nuevo, que probablemente sea mucho más flojo que todos los anteriores; pero que, de seguro, también supera sin excesiva dificultad al grueso de las demás novedades.

La crítica de los principales diarios lo ponen bien. Debe ser porque, a estas alturas, Vallejo ya es un escritor absolutamente domesticado. Sus diatribas ya no molestan a nadie. Son recibidas como las gracietas del mocoso rebelde que insulta a la maestra de escuela. Sigue insultando bien, muy bien. Es todo un maestro del insulto. Pero después de nosecuántas novelas insultonas; el efecto destructivo, la intención derribadora, si es que alguna vez hubo algo de eso, ya no tiene ninguna importancia. Vallejo posa acariciando a su gato; con una sonrisa amplia y calmada, orgullosa del trabajo bien hecho y del reconocimiento merecido.

En la crítica de los principales diarios se le compara con Thomas Bernhard. Fundamentalmente porque Vallejo, como Bernhard, ataca el sentimiento nacional de su país de origen. Vallejo es colombiano e insulta insistentemente a Colombia y los colombianos.

Solamente en eso se parecen, a mi modo de ver, estos dos grandes escritores. Por lo demás, yo creo que los escritores son como las plantas: no pueden crecer en climas fríos las que son habituales de los climas templados y tropicales. Bernhard es un escritor helado y monolítico; y Vallejo es un inquieto rabo de lagartija, sarcástico e irascible de un modo, digamos, caliente.

A mi el estilo nervioso de Vallejo me recuerda más a Celine. Si no fuera porque Celine, a pesar de ser otro escritor profundamente sui géneris, es, a su vez, profundamente francés; aunque, también, como los dos anteriores, traidor a la patria.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Dictemos sentencia narrativa. Simple, sencilla, a veces superficial. Ese es su encanto. Los recuerdos nos vienen en simples feedbacks, – una reacción sencilla a aquello que vivimos en alguna época, retroalimentando nuestra personalidad – tal y como fueron, no los adornamos con barroquismos. Morand no adorna su escritura, parece una publicación de su bloc de notas de la vida, porque debe ser así, porque él escribe así, porque el género es ése.


http://muchamasliteratura.com/2015/11/12/devuelveme-mi-noche-rota-cantada-por-jose-morand/

martes, 3 de noviembre de 2015

(Elogio de la decrepitud)

Las autovías son un lugar deshumanizado. Sin embargo, los atascos las humanizan. La gente baja la ventanilla y habla. Parado en el carril central, a varios kilómetros de la ciudad, yo estaba siendo testigo de un conflicto singular. A mi izquierda, un Peugeot 206 negro con dos veinteañeros dentro, de los de pelo rapado y camisetas ceñidas. Con las ventanillas bajadas estaban insultando a plena voz a los ocupantes del coche que tenía yo a mi derecha: un Citroën de los antiguos, gris, no sabría decir el modelo, un automóvil grande, ocupado por dos señoras mayores y un viejo al volante. El interior del Citroën estaba repleto de plantas. En el asiento de al lado del conductor, la ocupante más vieja, una señora de unos ochenta años, muy decrépita, quizá enferma, parecía camuflarse entre una enorme mata de matorral. Imaginé que esta señora sería incluso la madre de alguno de los otros dos.

Durante el tiempo que estuvimos parados, que no fue poco, los ancianos del Citroën estaban recibiendo insultos inverosímiles, así como amenazas y burlas, por parte de los chicos del Peugeot 206. Los insultos atravesaban las ventanillas abiertas de mi propio coche y llegaban al Citroën. El señor mayor se ruborizaba pero no contestaba.

De pronto, el conductor del Peugeot 206, ya que el parón duraba bastante, hizo ademán de bajar del coche. Por encima del capó de mi propio coche, el chico del Peugeot 206 le enseñaba al viejo del Citroën un papel en el que había escrito un número. Yo también tengo tu matrícula, hijo de puta, le decía. Entonces deduje que los ancianos habrían cometido alguna imprudencia. O, al contrario, los chicos del Peugeot 206 habrían puesto en riesgo la seguridad de los ancianos, y el señor mayor habría tomado la matrícula y habría amenazado con llamar a la policía.

El viejo subió la ventanilla y se inhibió. Y yo procuré hacer lo mismo. Subí el volumen de la música que estaba escuchando. Los chicos del Peugeot 206 seguían dando voces, a juzgar por sus gestos. Nos movimos y los perdí a todos de vista. Mi carril era el más lento, así que ambos coches continuaron muy por delante.

Al poco, un coche de policía pedía paso por detrás. Yo lo dejé pasar. Pensé que les vendría bien un escarmiento a los chicos del Peugeot 206. Luego resultó así: la policía iba a por el Peugeot 206. Cuando conseguí pasar a su altura, comprobé que la policía había hecho parar en la cuneta a los dos coches. El viejo del Citroën intentaba explicar algo a un policía. Mientras, otro policía pedía la documentación a los chicos del Peugeot 206.
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