Mostrando entradas con la etiqueta Samuel Beckett. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Samuel Beckett. Mostrar todas las entradas

sábado, 16 de junio de 2012

música de la indiferencia
corazón tiempo aire fuego arena
del silencio desmoronamiento de amores
cubre sus voces y que
no me oiga ya
callarme



miércoles, 9 de mayo de 2012



El silencio metafísico de Samuel Beckett. Religioso, moderno. Muro de silencio. Superficie monocromática, introspectiva, vacía de contenido. Lápida gris, sin distinciones. Soledad absoluta, estética e intelectual. La muerte como tema único. Como única alternativa. Paisaje vasto, oscuro. La espera perpetua. El destino insondable de la muerte, su misterio. Samuel Beckett, Mark Rothko. La modernidad.

El ruido abstracto de David Markson. Cultural, postmoderno. Hombre-anuncio, multietiquetado. Referencialidad infinita, contradictoria y banal. Vaciada igualmente de contenido. Lo que en Beckett era un lugar único, constreñido e innombrable, en Markson se convierte en una multiplicidad total de localizaciones; esto es, Markson pretende representar al mismo tiempo todos los sitios considerados culturalmente significativos. La amante de Wittgenstein está absolutamente sola; no obstante continuamente se mueve por el mundo, vive en el interior de las más importantes pinacotecas y se alimenta de sus residuos culturales. Calienta su cuerpo quemando los cuadros, restos de la cultura extinta. El simbolismo de David Markson es igualmente desesperanzador. Su protagonista es un ser poblado de referencias, pero no le sirven para nada; su movimiento constante no le lleva a ningún lugar en concreto. En Markson la soledad del personaje no puede ser ya metafísica, sino llena de voces. No hay espera, sino dispersión, esquizofrenia e hiperactividad. David Markson promueve un aullido residual; esto es, una especie de silencio extravertido. Convierte la oscuridad beckettiana en una luminosidad total, cegadora e igualmente insoportable.

Yo creo por lo tanto que la figura de David Markson es parangonable con la de Samuel Beckett. Del mismo modo que la de W. G. Sebald lo es con la de Marcel Proust. Sebald es el narrador torrencial, infinito, líquido. Markson es sincopado, seco, incorrecto y huidizo. Sebald promueve continuidad, ligazón; sus relatos parecen estirar de un hilo que no se acaba nunca. Markson, al contrario, quiebra sus referencias, las traiciona, las deforma hasta el absurdo. Las hace irreconocibles.


martes, 27 de diciembre de 2011

El último Beckett fue el primero; o de los primeros. (Cuando se publican las obras completas de alguien uno no se explica cómo se las apañan los recopiladores; esto es, cómo saben que eso que publican es todo lo que hay, todo lo que hizo el autor; cómo saber que no hay algo oculto o semidestruido, una carta a un amigo que contenga un poema revelador, un dibujo regalado a un desconocido y perdido en cualquier parte, una seminovela semiolvidada, yo qué sé.) No me ha quedado claro si Samuel Beckett quiso o no publicar póstumamente Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Hay reseñistas que han dicho recientemente que sí, que Beckett dejó la orden de publicarlo y que no quiso hacerlo en vida porque es un libro demasiado autobiográfico. Otros dicen recientemente que no, que el tipo no quiso publicarlo porque se trata de una especie de experimento juvenil al que no le daba especial importancia (y sin embargo, guardó en un cajón durante toda su vida). El libro se vende como la primera novela del genio; la primera cosa, rechazada por las editoriales inglesas e irlandesas de la época. No sabemos a qué atenernos. No obstante echando un vistazo al texto queda claro: ese libro no es estrictamente de Beckett; tal vez lo escribiera él, sin embargo no es suyo, no lo parece, no tiene el aspecto de sus textos posteriores y por los que se le conoce. En las muestras antológicas de pintores modernos suelen poner un par de cuadros de la llamada primera etapa, de pintor joven que aún no sabe por dónde tirar e imita sin prejuicios a sus referentes inmediatos. Tengo en casa un catálogo de Mark Rothko en el que las primeras reproducciones recuerdan descaradamente a Picasso o Miró. Por qué no destruyó Rothko esos primeros cuadros. Por qué destruirlos, sin embargo. Esas primeras obras son como las fotos de niño, en las que el rostro todavía no ha adquirido la expresión y los rasgos adultos, definitorios, que acompañan al individuo para mal o para bien durante el resto de la vida. Inocencia y mímesis. Eso hay en Sueño con mujeres que ni fu ni fa. No se concretan aún el silencio y la monocromía beckettianos. El texto aparece puntuado convencionalmente, seccionado en cortos párrafos y el tono, al leerlo, aun sin ser un lector experimentado, recuerda a Joyce, con aquellas humoradas de burgués ilustrado y aquellos jueguecitos graciosetes con el idioma (no obstante desconfiemos leyendo traducciones de autores como éstos, imposibles de traducir). No es Beckett aún; es un muy buen imitador de Joyce. Los grandes artistas se distinguen porque supieron discernir qué o a quién imitar y consiguieron, ya en un primer momento, estar a la altura.

martes, 13 de diciembre de 2011

Pasa tus años de aprendiz derrochando
Valor por tantos años de ir vagando
A través de un mundo que con cortesía
De la torpeza de aprender se libra


viernes, 25 de noviembre de 2011

Los días son duros.
La vida es difícil.
La cotidianidad nos aplasta.
No es fácil levantarse
cada mañana. El amor existe.
La gente es idiota.
El trabajo cuesta.
La amistad es buena.
El tiempo
nos aplasta.
El trabajo
es una mierda.
El amor cansa
y es difícil.



Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.