miércoles, 25 de septiembre de 2013




Mallorca es el banco de pruebas de una ley educativa que pronto van a querer implantar en el resto del territorio nacional. Trilenguas en los territorios donde funcionan las lenguas distintas al castellano.

Mallorca hace huelga. Funcionaba bien con su lengua distinta. Un amigo profesor de esa lengua que ahora quiere ser desterrada me dijo una vez que el castellano circula bien entre el alumnado, sin necesidad de que se le "defienda" a nivel institucional. El castellano circula en la calle, por las televisiones y el cine. La lengua distinta es la que necesita ser "defendida" institucionalmente; de lo contrario tiende a desaparecer.

Hace no mucho fui a llevar un papel al cole de mi hijo. El profesor de gimnasia daba clases en el patio. Practicaba la trilengua, o la bilengua, o lo que sea. Daba instrucciones a los chavales en castellano. Corred hacia los conos. Luego, de pronto, cambiaba. Fulanito; the red one. Menganito, the blue. El tipo pronunciaba peor que la alcaldesa de Madrid.

Imagino una clase de sociales, de dibujo, de ciencias naturales, en esas condiciones.

Pronto nos van a "obligar" a hacerlo. Ya comienzan a inducirnos a estudiar ese otro idioma extranjero, tan valioso. Ese otro idioma extranjero contiene un pragmatismo muy evidente: sirve. Sirve para trabajar y recibir al de fuera. El castellano es el nuestro, solamente el castellano nos identifica; parecen decir las autoridades nacionales. Y la lengua distinta al castellano poco a poco va siendo arrinconada. Pero poco a poco, para que no parezca lo contrario.

Malos tiempos.

sábado, 21 de septiembre de 2013




Todo experimento artístico, literario, vital o del tipo que sea, acaba teniendo como colofón un best-seller. Ya puede ser rara la cosa que siempre habrá alguien que, tiempo después, bien digerido el tema, sepa sacarle partido, construir una industria en torno a ello, hacer negocio.

David Markson es un escritor que ha ahogado su ego literario en una auténtica constelación de referencias culturales. Se ha situado literariamente en el límite. Sus libros no son libros, no son novelas, no son poemas. Son colecciones de reseñas, de anécdotas verídicas o no de una multitud indiscriminada de personajes históricos. Digamos que Markson ha procurado tensar al máximo nuestra, ya envejecida y decadente, cultura occidental. En sus libros aparecen y desaparecen, de un modo fugaz, aparentemente intrascendente, personajes de reconocida relevancia cultural. La Historia estallando, disgregándose, disolviéndose. Nuestra caduca cultura parece reírse de sí misma en los libros de Markson. Ya no hay más, parece decir el escritor. Queda el desfile de personajes desprovistos de sus importancias.

Pues, bien, David Markson ya tiene su correlativo best-seller. Ya hay alguien que ha cogido esta cosa derretida que hace Markson y ha elaborado un caldo bueno para todos. Al menos, yo lo veo así. El tipo se llama Florian Illies y ha escrito un libro titulado 1913: un año hace cien años.

Illies, para hacerlo comestible, ha cogido la habitual dispersión de Markson y la ha concretado en un año. Y le ha salido perfecto, redondo. Con toda aquella caterva de personajes circulando por el libro, es decir, por el año. Kafka, Joyce, Stalin, Hitler, Duchamp. Paseantes de aquel año decisivo, previo al estallido de la Primera Gran Guerra.

Como Markson, aunque con menos mordiente, Illies busca la anécdota irrisoria, la parte burlona e intrascendente de la Historia. El lado absurdo; que no encuentra explicaciones a los sucesos posteriores sino que lo que busca, y encuentra, son sus significados paradógicos.

Markson es más literato. Illies es más historiador. Es por ello que tal vez Illies ni siquiera haya concurrido en David Markson. Simplemente, la cosa estaba ahí. La disgregación está en el aire. La gran Cultura como un paisaje inabarcable.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Umbral hablaba de dinero invisible
cuando las tarjetas de crédito
comenzaron a popularizarse.
El dinero desaparece, decía,
está desapareciendo.
Se equivocaba, Umbral.
El dinero, invisible, fantasmal
o lo que sea, está más presente que nunca.

Nos tiene atrapados, el dinero.

Me hubiese gustado saber
qué habría opinado Umbral
del libro desaparecido, intangible.





sábado, 14 de septiembre de 2013




Hola José, te envío aquí mis respuestas:

El libro virtual no creo que imite al físico, sino que para el mismo tipo de narrativa usa el mismo tipo de estructura. Estoy dando por hecho que te refieres a eso cuando hablas de imitación, a su forma de organizarse en partes, páginas, capítulos. Hay experimentos, como tú bien dices, que pueden aprovecharse de la especial cualidad del libro electrónico, introduciendo enlaces en el texto, para saltar de un punto a otro, o textos continuos, o incluso vídeos y otro tipo de material audiovisual. A mí me hubiera encantado ponerle música a tu novela, por ejemplo, pero no puedo pagar los derechos. Sin embargo, sí he intentado romper la linealidad de la lectura con el índice inicial de capítulos (sin numeración para que se lean en el orden que se quiera) y el índice final de intérpretes.

No es del todo cierto que el libro digital tenga páginas numeradas ni limitadas, aunque sí lo es que algunos lectores electrónicos las usan (como el Sony que tú tienes), imagino que por comodida para el lector. El texto de un libro electrónico se ajusta al tamaño de letra que uno quiera utilizar, por ejemplo, y en función de eso las veces que tenemos que cambiar de pantalla, lo que podríamos asimilar a una página, cambia. Pero el formato que usan, en contraposición al PDF, por ejemplo, es totalmente adaptable y flexible.

Tiene portada porque las librerías siguen existiendo, aunque sean online, y de hecho para el ebook son más importantes que en el libro de papel porque los sentidos con los que podemos aprehenderlo se reducen (el tacto, el hecho de coger el libro, hojearlo, darle la vuelta para repasar la contra, desaparece). Seguimos necesitando ese cartel anunciador, aún más si cabe.

No sé si con esto he resuelto alguna duda o aclarado algo, pregunta todo lo que quieras.

Un saludo,

Amalia

martes, 10 de septiembre de 2013




El futuro es de los emprendedores, supongo. Todo para ellos. Cuando la emprendedora Amalia de Sinerrata me llamó para decirme que estaba dispuesta a incluir mi libro en el catálogo de su incipiente editorial, el futuro entró por mi ventana como un soplido de aire fresco. Mi libro, que pronto llegó a titularse Devuélveme mi noche rota tras intercambiar con la propia Amalia opiniones y mails, se desmaterializaba antes de haber alcanzado a materializarse alguna vez. El futuro no es de papel, me dije, y acepté sin rechistar la propuesta de Amalia: mi libro, mi modesto libro, escrito en cierto modo para mí, para recordarme y burlarme de mi suerte, sería un libro electrónico, virtual, inmaterial o lo que sea.

Yo ni siquiera tenía uno de esos electrodomésticos en los que se dice que caben miles de libros. Miles de gruesos libros comprimidos en un diminuto espacio. Libros ingrávidos, desaparecidos. Me vendieron un reader. Comencé a bajarme clásicos. Proust, Balzac, Dickens. Junto a ellos, las correcciones de mi libro, las notas que le enviaría a Amalia.

Amalia y yo hemos hablado mucho de mi libro. No obstante, nunca he hablado con ella de la naturaleza virtual que va a tener mi libro. No le he expresado mis interrogantes.

Por ejemplo: ¿Por qué el libro virtual imita al libro físico? ¿Por qué ha de tener páginas numeradas, limitadas, como las de papel? ¿Por qué una portada, que en definitiva es un cartel anunciador para las librerías, si, inmaterial, su lomo nunca desacansará en los estantes de una librería?

Cuando pienso en esta desmaterialización del libro que proponen las nuevas tecnologías me vienen a la memoria experimentos como aquel de Jack Kerouac, que trató de escribir de corrido, sin párrafos, en un rollo de papel. O en las "composiciones" de Marc Saporta.

¿Por qué, Amalia, por qué?

Al fin y al cabo, los documentos de texto que solemos escribir y manejar en los procesadores tienen páginas, como los libros de papel, numeradas, casi siempre, porque están hechos para pasar por la impresora y, de ese modo, materializarse, a pesar de que, hasta ese momento, existen solamente en la pantalla del ordenador. Que yo crea, los libros virtuales, en el formato que sea, no han sido hechos para imprimirse; sino para circular por el mundo, ingrávidos, iluminando las pantallas de nuestros readers con su delicioso combinado de negro y gris.

domingo, 8 de septiembre de 2013






Gasquet y su revés. El mejor posible. A una mano. Revés libre, espaciado, parabólico.

Uno siempre desea verlo ganar, a Gasquet con su revés. Pero un revés solitario no suele ganar; aunque sea el mejor golpe posible.

Ayer, de los cuatro semifinalistas del USA Open, yo prefería ver ganar a los dos peores. A los menos campeones. Gasquet, revés en mano, propinaba latigazos precisos. Como esputos. Una cosa muy nerviosa. Como ahora se dice: Richard Gasquet tiene un revés eléctrico.

Wawrinka es diferente. El suizo tiene un revés ampuloso, complicado.

No es lo normal en un torneo "grande" que haya dos semifinalistas con sendos reveses a una mano. Los tenistas de ahora prefieren el paroxismo y la fuerza del golpe a dos manos. Porque con las dos manos el golpe se encoge, se encoge y nunca se libera. Un revés a dos manos es como un drive corto, reducido, encogido. Con ese golpe el tenista pierde libertad de movimientos; no obstante, gana en fuerza y seguridad.

Todo ahora se sacrifica por esa cosa encogida y paroxística que da seguridad y fuerza.

miércoles, 4 de septiembre de 2013




Ah, yo sé por qué Roger Federer
perdió su partido de octavos
con Tommy Robredo. No fue tanto
por decadencia. Federer no quiere,
a estas alturas, volver a enfrentarse
con Rafael Nadal. No le interesa
seguir aumentando el volumen
de sus derrotas con el mallorquín.

Roger Federer ya no juega
para mejorar su ranking.
Sabe que ya nunca volverá
a ser número uno.

Federer juega para intentar
ganar de nuevo un Grand Slam.
Es lo único que le motiva.
Juega para la historia.

Pero sabe lo complicado que es
ganar a su edad, en su actual
estado de forma. Ha de tener
un golpe de suerte. Nada que ver
con toparse de nuevo con Nadal,
al que ya todo el mundo llama
su némesis. Ese tipo
ya le ha ganado veintiuna veces,
por diez que el suizo pudo
derrotarlo.

Al fin y al cabo, a Robredo
lo aventaja diez a uno.
Dentro de quince años
ya nadie se acordará
de esta derrota
al final de su carrera.
Al contrario, una nueva derrota
ante Nadal
aumentaría la diferencia.
Veintiuno a diez
ya está bien.

martes, 3 de septiembre de 2013



Desde que me lo recomendó un amigo, he visto temporada y media del serial televisivo Breaking Bad. Yo creo que no hubiese llegado a esta serie por mí mismo. Así de burro soy a la hora de detectar las cosas que están guais. Existen códigos para mí imperceptibles.

Cada vez me siento más rancio y fuera de onda.

Nos bajamos la primera temporada. Mi mujer y yo nos la vimos casi en una sentada, un día de agosto que dejamos a nuestro hijo mayor con sus abuelos y el otro dormía de manera milagrosa.

La primera temporada me deslumbró; a pesar de que, desde el primer momento, me enfrenté a ella con un cierto prejuicio acerca de ese planteamiento que tiene excesivo y rocambolesco, que siendo así no suele gustarme. Su creador, Vince Gilligan, lo hace bien dejando cada capítulo en su momento álgido, para que te pirres de ganas de ver el siguiente.

El prota es profesor de instituto, como yo, y un tipo mediocre, también como yo. Lo tiene todo para que uno se sienta identificado.

Recuerda un poco a Jo, qué noche, de Scorsese, por lo del tipo normal metido en historias extraordinarias, desbordado.

La venden como la historia de una metamorfosis. De bueno a malo. Vaya gilipollez.

Ahora les ha pegado a los americanos por aderezar sus cosas con este esquema, esta clase de bipolaridad. Yo no sé qué pretenden, la verdad. Creo que hay otro serial que sigue este mismo patrón, pero a lo bestia, titulado Dexter; empeñado, tal vez, en destapar al asesino que todos llevamos dentro. Muy a lo Bret Easton Ellis.

A mí la banalización del mal me da grima. El mal como cosa espectacular, como mero entretenimiento.

Prefiero lo contrario, tal vez. Que haya, digamos, un cierto análisis de las conductas malas. Su desmenuzamiento. La representación de su lado pueril e infructuoso.

El tal Walter White (va de Walt Whitman, al parecer) de Breaking Bad se va convirtiendo, capítulo a capítulo, en una especie de Clint Eastwood de Quimicefa. Un personaje inverosímil, que no me produce ninguna empatía. Al contrario que Tony Soprano, por poner un ejemplo.

La maldad americana gravita en torno al dinero. Estas series parecen rubricar su atractivo.

Su inmoralismo no es antiburgués, como el de André Gide. Sino que promueve un hijoputismo muy de ahora. Muy de las fases finales del capitalismo.
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