miércoles, 30 de mayo de 2012



Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.

Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía.)

Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.

Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que he sido en la tristeza
a las divinidades de la vida.

martes, 29 de mayo de 2012

El espíritu, la dignidad mundana,
el arribismo inteligente, la elegancia,
el traje a la inglesa y el chiste francés,
el juicio tanto más duro cuanto más liberal,
la sustitución de la razón por la piedad,
la vida como apuesta para perder como señores,
os han impedido saber quiénes sois:
conciencias siervas de la norma y del capital.



lunes, 28 de mayo de 2012



V. S. Naipaul cae mal. Se parece un poco a Chiquetete. Como el cantante andaluz, por lo visto, Naipaul tiene fama de putero y de maltratar a sus mujeres. Escritor altivo. A medio camino de muchas cosas. Una especie de desclasado o lo que sea. No hay escena o grupo que lo arrope; un poco como sucede con Coetzee. Escritor en solitario y en una latitud perdida, excéntrica. Tal vez por ello (y por su indudable talla intelectual) premiado con el Nobel.

Un coñazo de escritor, a su vez. No se me ha ocurrido nunca leerlo. Conozco una entrevista que se le hizo hace un tiempo a propósito de uno de sus libros. Una entrevista tendenciosa en la que lo de menos era el libro en cuestión. El entrevistador recuerdo que iba a por el escritor; es decir, a por esa persona que escribe y tiene fama de hijo de puta. El entrevistador no tuvo arrestos de hacer la pregunta de manera directa: por qué es usted así de hijo de puta, señor Naipaul. Poco le faltó. Por su parte, V. S. Naipaul se replegó, frente al entrevistador, contestando a base de monosílabos. No. Sí. Nunca he afirmado eso. Lo dice usted, no yo. Nada hubo del talentoso escritor en la entrevista. Parecía, al contrario, un animal acorralado.

Me interesa un libro: La máscara de África. Es uno de sus libros criticados, poco ortodoxos, dudosos, de escritor mezquino y sectario. No lo he leído todavía. Tal vez nunca lo lea. Se dice que el libro no gusta a quienes conocen el continente africano. Ha sido escrito, por lo visto, desde la pose altiva que suele ostentar el escritor trinitense. Y, sin embargo, la idea central me llama poderosamente: la búsqueda del origen de todo en los mitos y creencias africanos.

Es curioso que sea un escritor tan de corte elitista, de una sofisticación tan sui géneris, quien desde una perspectiva contemporánea se adentre en el oscuro mundo de las creencias primitivas. La magia como base de lo ancestral. Lo atávico en lo irracional.


miércoles, 23 de mayo de 2012

Ansiedad.
Hay cosas que no se pueden
decir. Mejor no
callarlas.
Decaimiento.
Hay que luchar.
Estamos en la lucha.
¿Qué lucha? Nos están
jodiendo.
Depresión.
No voy a aguantar.
Aguantarás.
No te agobies. No
te compliques la vida.
Piensa en ti y en
los tuyos.
Hay gente que
te quiere.
La vida es
una mierda.
No merece la pena.
No encuentras alicientes.
Mal humor.
Discusiones.
Me falta ilusión.
No, no aguanta-
ré. A veces pienso
que no aguantaré.
Paso a recoger
al niño. Parece
ajeno a todo.
¡Qué digo!
El niño es ajeno
a todo. Como tiene
que ser.
Volvemos a casa
entreteniéndonos
con cualquier cosa,
parándonos en plena calle,
como si el tiempo no tuviese
importancia, como si pudiésemos
permitirnos desperdiciarlo.
De repente, el niño me pide que
me siente con él en un escalón
en un portal de una casa. Y
me siento. La situación
es un poco ridícula.
La gente pasa
cubierta de una dignidad
extraña. A medio metro
del suelo las cosas se ven
de otro modo. El niño ríe, como si
fuese consciente de haberme
llevado, digamos, a
un territorio
que es más suyo
que mío.
Lo miro y pienso
que tal vez yo esté aprendiendo
tanto de él
como él de mí.
Esa especie de mirada virgen,
lúdica,
es tal vez lo que yo he perdido
y ya no recuerdo
y es el niño quien me la está
recordando.


martes, 22 de mayo de 2012



De todas las medidas para ahorrarse pasta las administraciones educativas la peor, sin duda, es el aumento de la ratio de alumnos a treinta y seis por grupo y aula. La que va a destrozar definitivamente la convivencia en el aula.

Recuerdo cuando empezaron con lo de la LOGSE. Fue un mazazo. De pronto, se les dijo a los profes de instituto que iban a tener, en un mismo grupo, a alumnos con necesidades especiales (por ejemplo, con síndrome de Down, o con alguna minusvalía, que de esa manera se tenían que sentir integrados en un grupo "normal"), a los alumnos malos académicamente que antes elegían al cumplir los catorce una formación profesional (se suponía en la LOGSE que la ESO iba a proporcionarles una formación profesional básica, de manera que esos malos alumnos también se iban a sentir integrados en un grupo "normal", pues sus necesidades de aprendizaje serían cubiertas), a los alumnos buenos académicamente (destinados a continuar sus estudios en la universidad; los que anteriormente integraban la educación secundaria, es decir, el BUP, y que a partir de la LOGSE tuvieron que sentirse integrados en un grupo "normal").

Normalidad ante todo. El profesor ha de aprender a diversificar su función, se acabaron las antiguas clases magistrales. Ahora hay que atender en un mismo nivel educativo alumnos muy diferentes.

Luego llegaron los inmigrantes que no sabían leer ni hablar nuestro idioma. De modo que uno entraba en una clase de ESO y se encontraba: un alumno con alguna minusvalía, absolutamente arrinconado en el aula y que para nada se sentía integrado en esa supuesta normalidad que se predicaba; varios alumnos malos académicamente, para los que los estudios seguían siendo demasiado teóricos (y a los que se les ofreció una solución: pasarlos de curso a pesar de suspender todas las asignaturas, para de esa manera no afectarles psicológicamente; a partir de entonces te podías encontrar en cuarto de ESO perfectamente un alumno que no había aprobado ninguna asignatura de primero, segundo y tercero, incapaz por supuesto de asimilar cualquier contenido de cuarto y para nada sintiéndose integrado en esa supuesta normalidad, sino tratando de encontrar válvulas de escape para su débil autoestima entorpeciendo las clases y haciéndose el gracioso a todas horas a costa del resto de alumnos); varios alumnos de diversos orígenes, generalmente del Este, que llegaban con el curso empezado y no entendían nada y a los que el profesor no podía atender por mucho que se diversificara, a no ser que hubiese hecho un curso acelerado de cirílico; y finalmente, varios alumnos estudiosos que eran los que tiraban del grupo y entendían medianamente lo que uno les quería decir.

Toda esta situación mejoró cuando se dijo que lo recomendable era reducir al máximo la ratio de alumnos; pues de ese modo sería posible efectivamente atender mejor las necesidades concretas de cada tipo de alumnos. Se mantuvo como tope una ratio de treinta; y sin embargo, por ejemplo, yo he llegado a trabajar en centros en los que los grupos de ESO tenían quince o veinte alumnos, de modo que toda esa diversidad era mucho más llevadera. El ideal de la diversificación en cierto modo se cumplía en los grupos más reducidos, en los que uno podía plantear ejercicios más teóricos a los alumnos buenos académicamente y más prácticos a los que no les interesaba la teoría, perder unos minutos ayudando al alumno que tiene una minusvalía y tratar de hacerse entender mediante el lenguaje de signos con quien no sabe leer ni hablar ninguna de nuestras lenguas.

Esta situación no ha cambiado. Ya nadie habla de los problemas de convivencia en las aulas de los institutos, de la dificultad de hacer llegar los contenidos de secundaria a todos los alumnos, de los problemas de integración de muchos de ellos. Y sin embargo, se pretende aumentar la ratio, agrupar el máximo número de alumnos y romper con ello el escaso equilibrio que se había alcanzado.


domingo, 20 de mayo de 2012

Cenar con ella
a solas
en un sitio cualquiera.
¿Cómo se llamaba
aquel pequeño restaurante
en Ruzafa?
No lo recuerdo.
Estamos jodidos.
Nos resulta irreal
que el mundo siga
funcionando en sentido lúdico
bajo estas circunstancias.
Gente en las calles,
saliendo, cenando en los bares,
como nosotros. Parece
una especie de orgía
terminal. Vivimos
soportando el estrangulamiento
al que nos someten los de arriba
con medidas de gobierno que llaman,
eufemísticamente, de austeridad.
Soportamos un ataque absolutamente dirigido
en nuestra contra y, sin embargo,
continuamos saliendo, haciendo como que
nos divertimos. Si nos vieran
podrían decir que no es para tanto.
Parece que no nos importe y
que toda esa gente que circula
alegremente por las calles de Ruzafa
goce de una especial inconsciencia.
Una tregua. La renuncia a abandonar
un estilo de vida. ¡No somos
alemanes, hostia!
Entramos en un sitio
en donde suena una vieja canción
de Echo & the Bunnymen:
"Bring on the Dancing Horses".
No es preciso que nos pongamos a bailar,
le digo a ella. (Se ha puesto a brincar
como una loca y me hace sentir un poco
incómodo.) Pero si no hay nadie, dice.
En efecto, nadie hay a nuestro alrededor.


jueves, 17 de mayo de 2012



Casi un lustro sin Umbral; esto es, sin Francisco Pérez Martínez. Porque Umbral sigue, se vuelve a editar. Rancio, como siempre, pedante, decadente, falso dandy, tardío, caricatura de sí mismo, señor mayor, aun siendo joven, lírico de pacotilla, excesivo, egomaníaco, trepa, lameculos, traidor... Yo qué sé. Desde que empecé a leerlo he ido descubriendo muchos umbrales. A mi modo de ver, Umbral sobrepasó todos sus límites; fue muy poco justo con su talento. Rizó el rizo demasiadas veces. Pudo haber sido muy grande, probablemente. O tal vez no, es posible que él mismo fuese consciente de no poder alcanzar las cotas de sus grandes modelos, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la Generación del Veintisiete, también Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna y Pablo Neruda. Umbral era otra cosa; quizá un producto de su época, para mal, y de su propio provincianismo de origen vallisoletano. Deudor de un lirismo modernista, pasado de moda, y, al mismo tiempo, promotor de una nueva moral provocadora y abierta al sexo, individualista y fálica. Rara mezcla del modernismo frondoso de los que ya he citado y el vitalismo nihilista de los norteamericanos Henry Miller y Charles Bukowski, que también leyó nuestro Umbral cuando empezaron a ponerse de moda.

Si una virtud tiene Umbral es que lo dice todo. De manera enroscada, muchas veces, con ese lenguaje suyo metafórico, lo va contando todo, la trastienda de su oficio de escritor, sus ganas tremendas de alcanzar gloria y celebridad, su apego por el famoseo (esa guapa gente), sus opiniones sobre sus colegas escritores, cualquier cosa. La literatura de Umbral es cualquier cosa; eso es a mi modo de ver lo que la hace moderna. Su estilo me gusta menos. Me parece antiguo, rancio, irreal. Umbral escribe como apariencia; para vestirse, al contrario que otros escritores, que escriben para desnudarse. Umbral en efecto se hizo un traje, o muchos, con sus libros; es decir, la literatura le disfrazaba y con ella, ese disfraz de escritor antiguo y moderno, funcionaba en la vida. Digamos que Umbral tuvo en sus libros una actitud moderna, nueva, y sin embargo los adornó con un lenguaje viejo, clasicorro y excesivamente afiligranado.

Hay algo que me gusta poco en Umbral. Sus provocaciones han envejecido mal, a mi modo de ver. Ese folleteo suyo, tan como de broma y tan poco pasional. Como si se las follase a todas de mentira, sin desvestirse o sin quitarse el disfraz. Como bufonada, ese folleteo suyo apunta menos a la crudeza sexual (y moral) de los norteamericanos Miller y Bukowski, que a la parida patria, típica de la época de la Transición y del "destape español", aunque el mismo Umbral creyera lo contrario. Umbral no es un individualista libre y desclasado, autodestructivo y solitario, como los americanos, sino un artista provinciano y contradictorio, que pretende para sí mismo un prestigio lírico y social como el de sus grandes modelos modernistas y que no sabe muy bien cómo superarlos, con esa actitud suya de hombre cínico, machista y dispuesto a follárselas a todas.

De Umbral me gusta su tristeza. Un pesimismo de fondo, que corrompe su apariencia de hombre frívolo. El desastre de Umbral, airado y sin importancia; que se trasluce en esas novelas umbralianas, a su vez desastrosas. En cierto modo Umbral fue un antinovelista, al igual que Nicanor Parra dice ser un antipoeta. Las novelas de Umbral son en efecto un desastre absoluto, sin estructura, contruidas casi por azar, con un recorrido caprichoso y sin una trama a la que agarrarse para seguir leyéndolas. Sus novelas son como meterse en la cabeza de Umbral, el personaje, y entrar de lleno en sus divagaciones de escritor ilustre, pedantorro, afrancesado, decadente y follador literario. Umbral te lo cuenta todo al mismo tiempo; él lo llama en sus libros "simultaneidad".

Francisco Umbral fue un cobarde. No supo sufrir el desprestigio y la pobreza. Se escondió siempre destrás de sus ilustres valedores, arrimándose sin pudor a las ascuas del poder; comportándose, sobre todo al final, en las últimas décadas de su vida de escritor, como un bufón derechorro y conservador, utilizando ese supuesto virtuosismo suyo para divertir a la derecha rancia que lo acogió al final. Dejó inédito un libro cobarde, dirigido a su mujer, compañera silenciosa en sus años locos de follamodernas en la Movida. Un libro triste y cobarde en el que le dice que no la ha querido nunca, pero que le agradece que siempre haya estado ahí, fiel (ella sí), soportando sus desaires y sus flirteos, para que él pudiera sentirse un poco menos perdido.

sábado, 12 de mayo de 2012

Dice ella
que toca ser
felices.
El año que viene
puede ser peor.
Están despidiendo
gente. No
podemos
permitirnos
afrontar
las cosas
deprimidos.
No estamos tan
mal, dice
ella.
Que lo peor
nos pille
fuertes
y alegres.
Ya, le digo,
va por ti.
Y destapo un nuevo
botellín de cerveza.
A tu salud...


viernes, 11 de mayo de 2012

Del clasicismo a la modernidad. (Lo que se deduce de una secuencia de tres aforismos de David Markson en Punto de fuga.)

La excelencia de un poeta está asociada indisolublemente con la excelencia del hombre mismo, y es imposible llegar a ser un buen poeta si no se ha llegado antes a ser un buen hombre. Dijo Estrabón.

Era un poeta holgazán, ya que era una persona holgazana. Dijo Robert Graves de D. H. Lawrence.

El hombre tiene mala fama y sus poemas están entre los peores. Dijo Anatole France de Paul Verlaine.


miércoles, 9 de mayo de 2012



El silencio metafísico de Samuel Beckett. Religioso, moderno. Muro de silencio. Superficie monocromática, introspectiva, vacía de contenido. Lápida gris, sin distinciones. Soledad absoluta, estética e intelectual. La muerte como tema único. Como única alternativa. Paisaje vasto, oscuro. La espera perpetua. El destino insondable de la muerte, su misterio. Samuel Beckett, Mark Rothko. La modernidad.

El ruido abstracto de David Markson. Cultural, postmoderno. Hombre-anuncio, multietiquetado. Referencialidad infinita, contradictoria y banal. Vaciada igualmente de contenido. Lo que en Beckett era un lugar único, constreñido e innombrable, en Markson se convierte en una multiplicidad total de localizaciones; esto es, Markson pretende representar al mismo tiempo todos los sitios considerados culturalmente significativos. La amante de Wittgenstein está absolutamente sola; no obstante continuamente se mueve por el mundo, vive en el interior de las más importantes pinacotecas y se alimenta de sus residuos culturales. Calienta su cuerpo quemando los cuadros, restos de la cultura extinta. El simbolismo de David Markson es igualmente desesperanzador. Su protagonista es un ser poblado de referencias, pero no le sirven para nada; su movimiento constante no le lleva a ningún lugar en concreto. En Markson la soledad del personaje no puede ser ya metafísica, sino llena de voces. No hay espera, sino dispersión, esquizofrenia e hiperactividad. David Markson promueve un aullido residual; esto es, una especie de silencio extravertido. Convierte la oscuridad beckettiana en una luminosidad total, cegadora e igualmente insoportable.

Yo creo por lo tanto que la figura de David Markson es parangonable con la de Samuel Beckett. Del mismo modo que la de W. G. Sebald lo es con la de Marcel Proust. Sebald es el narrador torrencial, infinito, líquido. Markson es sincopado, seco, incorrecto y huidizo. Sebald promueve continuidad, ligazón; sus relatos parecen estirar de un hilo que no se acaba nunca. Markson, al contrario, quiebra sus referencias, las traiciona, las deforma hasta el absurdo. Las hace irreconocibles.


lunes, 7 de mayo de 2012

Fuimos a un cine.
Nuevas tecnologías
ya disponibles
en cada una de las salas.
Nos despedimos
de las antiguas
proyecciones
analógicas,
reza un anuncio.
Encuentro
un viejo disco
de The Blue
Aeroplanes.
El mejor grupo,
en su día, escribien-
do canciones de
cinco minutos.
No debes preocuparte,
serás amado,
dice el cantante.
Da la sensación de que
ya nadie escucha a
The Blue Aeroplanes.
Pongo el disco
en el coche.
Mejor quita esa música,
dice S., mi mujer.
El niño duerme.
Claro, le digo, perdona.
Por un instante yo he viajado
en el tiempo.
Las mejores canciones
de... Que callen
para siempre.
El cine analógico
ha muerto.




Un defecto en la huelga del profesorado. Me pregunta un alumno qué días habrá huelga de profes. Viene blandiendo una agenda. La abre señalando los días que yo le indico. Apuntando en cada página, para cada jornada de huelga: Fiesta. Seis veces fiesta. Trato de explicárselo: No, nada de fiesta, son días de huelga, como protesta por los recortes, el aumento de la ratio, etcétera. Bah, contesta, lo que tú digas. Pero sigue apuntando en su agenda: Fiesta.

viernes, 4 de mayo de 2012

Acabo de recibir por correo un ejemplar usado de La amante de Wittgenstein, de David Markson. Este libro es muy anterior a Punto de fuga. La amante de Wittgenstein es más narrativo, mucho más novela. Hay un pretexto apocalíptico: una mujer en el fin del mundo, el único ser humano que queda en el planeta. Hace un recorrido introspectivo alrededor de un sin fin de referencias culturales. Es un texto simbolista, en definitiva. Sobre el final de la cultura. Un barrido entrecortado alrededor de los restos de esta fiesta nuestra: Occidente y la tradición artística y literaria. Nada que ver con Montaigne. En los textos de Markson hay una afectación tristísima. Como en un naufragio.

El vendedor, con quien yo he contactado a través de internet, me aseguraba que el libro estaba en buenas condiciones, intacto. Tiene tres frases subrayadas.

Yo nunca había comprado así un libro usado, sin verlo y sin manosearlo.

No suelo comprar libros usados, precisamente para evitarme encontrar sorpresas, anotaciones, subrayados. El tipo ha tachado una sílaba, inclusive, para corregir una errata. Me gustan los errores de impresión. Los prefiero a los subrayados.

No se necesitaba mucho dinero para comprar un regalo bonito, pero se necesita mucho tiempo,...

Los hombres están tan necesariamente locos, que no estar loco sería otra forma de locura,...

... es frecuente encontrar un nombre como el de Martin Heidegger al leer, aun cuando es poco probable que se lean libros escritos por el propio Martin Heidegger.

Yo nunca hubiera subrayado esas tres frases. Me parece insoportable que alguien haya resaltado todo eso. ¿Qué razones ha tenido? No lo entiendo. Esas frases forman, en conjunto, un discurso muy mediocre, ridículo. ¿Por qué recordarlas?


David Markson protagoniza una anécdota que bien podría haberle servido a él para alguno de sus aforismos. Al morir el escritor sus herederos venden toda o gran parte de su biblioteca a la librería Strand de Nueva York (no recuerdo con exactitud los datos concretos de este hecho; leí sobre ello hace unos días en alguna página de internet que ahora no encuentro). Conozco esa librería. Pasé ratos muy agradables registrando sus estanterías las veces que viajé a esa ciudad monstruosa. Se trata de una librería de viejo descomunal, con cientos de miles de ejemplares amontonados en estantes interminables y por los suelos. Recuerdo que compré allí varios catálogos de pintura a muy buen precio. Al parecer el escritor David Markson murió siendo desconocido y muy poco apreciado, por lo que la venta de sus libros a esta librería pasó desapercibida. El tipo, sin embargo, escribía su nombre en la primera página de cada uno de sus libros (yo hago lo mismo, aunque soy consciente de que es una gilipollez... se trata de una costumbre compulsiva, una forma de apropiarse del objeto-libro... quisiera no hacerlo, la verdad, pero soy incapaz; tengo el sentido de la propiedad demasiado arraigado). Alguien compró uno de los libros de la antigua biblioteca de Markson y leyó la firma del escritor en la primera página. Esa persona, al parecer, sin conocer al escritor, buscó el nombre en internet para ver de quién se trataba; descubriendo así que no era un tipo cualquiera, sino uno de los escritores más audaces de su generación, calificado de "experimental" y prestigiado por la opinión que de él tenían colegas suyos de generaciones posteriores, como David Foster Wallace. Al parecer esa persona anónima, al descubrir la obra de Markson y ser consciente de la importancia que para él tenían la citas cultas, los datos concretos sobre otros escritores y libros, o lo que fuera, se propuso rastrear a través de internet la existencia de otros ejemplares de viejo procedentes de la biblioteca vendida del raro escritor. Encontró varios, según leí hace días y ahora no puedo comprobar; todos ellos firmados por el autor y llenos de anotaciones y subrayados.

¿Son todos los aforismos de Markson fruto de una investigación rigurosa y certera? ¿Se trata de anécdotas verídicas? ¿En qué biografía aparece el número de pie que calzaba Dostoievski o la costumbre de cagar fuera de casa de Nietzsche? ¿Qué empuja a Markson a fijarse en ese tipo de cosas? ¿Y qué nos ha querido decir con ello, acumulando anécdotas de este tipo?

Yo no entiendo nada, la verdad. Existe un componente de broma culta, esnobista, postmoderna, como ya he dicho, pynchoniana. Pero, ¿más allá?

Lo hubiese alineado con Montaigne. No obstante, ¿existe en Markson esa misma voluntad de conocer el mundo, renacentista, es decir, humanista? ¿O, al contrario, hay un proposito de, definitivamente, pervertirlo derribando sus estructuras?


jueves, 3 de mayo de 2012



Autor miente. No puede ser de otra manera.

David Markson inventa una fórmula: teje un relato a base de aforismos ficticios; de lo particular, en torno a la figura de Autor, a lo general (a modo de fuga), circundando el tema en torno a la celebridad de otros. Es en cualquier caso un anecdotario falso, me juego el cuello. No es verosímil su labor de erudito de lo nimio. Markson elabora microficciones, falsos aforismos; intercalados a veces con verdades tópicas, para hacernos dudar o lo que sea.

La clave está en su relato más conocido: La amante de Wittgenstein, en la que lo falsario comienza con el propio título. En efecto, Wittgenstein, con todal probabilidad, nunca tuvo una amante.

En ese sentido, hay que tomarse a mi modo de ver Punto de fuga como una colección de hipérboles aforísticas; es decir, mentirijillas encadenadas que configuran una ficción fragmentaria y postmoderna. En cierto sentido, David Markson es una especie de Thomas Pynchon escuálido, de pequeño formato, incisivo y reconcentrado. Yo prefiero a Markson, claro.
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