miércoles, 30 de abril de 2014




De conversaciones con los muertos: "No sabes, no puedes saber qué enorme, grandísimo placer es comerse una manzana. Sí, una simple manzana. No, no hay manzanas simples".



El hombre que nunca has visto
es el que te sostiene en la lucha;
ése que llegará
algún día.
No está afuera en las calles o
en los edificios, o en los
estadios.
O si se encuentra allí
me lo perdí, de algún modo.
Él no es uno de nuestros presidentes,
hombres de estado o actores.
Me pregunto dónde encontrarlo.
Camino por las calles,
paso por kioscos y hospitales,
teatros y cines, cafés.
Me pregunto si él está en esos lugares.
He buscado casi medio siglo
y no lo he visto.
Un hombre vivo, verdaderamente vivo,
que cuando baje sus manos,
después de encender un cigarrillo,
veas sus ojos
como los ojos de un tigre mirando el pasado
contra el viento.
En ese momento, cuando las manos se bajan,
la mirada del hombre
permanece
siempre, siempre.
Pronto será demasiado tarde para mí,
habré vivido una vida
repleta de kioscos, gatos, sábanas, saliva,
diarios, mujeres, puertas y otras cosas.
Pero en ningún lado
un hombre realmente vivo.
Treinta de abril

Un grupo de mujeres
A la puerta del colegio

D entra resignado, cicunspecto

Pienso en el siguiente café

La bolsa de trabajo cuidadosamente
Desordenada
Las carpetas apiladas

martes, 29 de abril de 2014

Veintinueve de abril

No tener tiempo es una maravilla
Se lo debo a mi mujer e hijos
Me han convertido en una especie de
Herramienta a su servicio

No pienso, no tengo opinión
Tampoco sufro
Si todo va bien, más o menos

Una botella de agua vacía
Una sillita volcada
A mi lado, un peluche con cara de cerdo
La televisión
Cerveza, hervido y algo de fruta


lunes, 28 de abril de 2014

Veintiocho de abril

Escribir veintiocho de abril

V grita de un modo escandaloso
Como una hiena
La gente mira extrañada y divertida

Estamos en plena calle

Yo celebro el cumpleaños

domingo, 27 de abril de 2014

Veintisiete de abril

S dice que le gusta la música, Orange Juice
Pero debo bajar el volumen
Porque los niños ya se han dormido

Paramos en cualquier sitio
A estirar las piernas

Lejos de casa
El panorama es hermoso e irreal

sábado, 26 de abril de 2014

Veintiséis de abril

Una maleta a medio hacer
Dibujos animados
El bebé que se come
Un zapato

Pasamos una noche
Al calor del aire climatizado
Sin dormir, apenas

viernes, 25 de abril de 2014

Veinticinco de abril

Perderse en una carretera comarcal
Comer en un restaurante, carta o menú

Subir todos los bártulos al hotel
Columpiar a D, merendar

jueves, 24 de abril de 2014










Veinticuatro de abril

Levantarse en plena noche y llegar hasta la cuna
Descubrir que V ya se ha colocado
El chupete en la boca
Como un primer signo de independencia

Trato de dormir cubriéndome los oídos
Cuando ya todos se han despertado

miércoles, 23 de abril de 2014




Compró Stone Junction, por curiosidad. Le pareció una novela malísima, aborrecible, insustancial. Paula le llamó por teléfono, para salir. Alonso Sánchez le dijo que había intentado leer el libro de su adorado Jim Dodge y que le parecía una mierda. Paula dijo que no tenía intención de discutir. A ella la prosa de Dodge le parecía cristalina, muy pura, y, dijo, el aura del autor tenía un halo etéreo. Alonso Sánchez se quedó un tanto descolocado. No pudo articular palabra. Se separó del teléfono e hizo una silenciosa mueca de asco. Vuelve a tus poetas franceses, le dijo Paula, pero querría volver a verte, cascarrabias, al menos una vez más.

Salieron una tarde a ver exposiciones en las galerías de arte del centro de la ciudad. Luego, cenaron algo en un restaurante vegetariano que Paula sugirió. A Alonso Sánchez la libido se le escurría entre los exóticos platos con humus y el carpaccio de berenjena. Volvieron a hablar de Jim Dodge y la magia. La cita perdió todo romanticismo. Alonso Sánchez lanzaba diatribas a diestro y siniestro; en contra de Jim Dodge, las paraciencias y el vegetarianismo. Llegó a gritar, inclusive, en aquel silencioso ambiente new age al que le había llevado Paula. Alonso Sánchez se cegó de rabia; por su mala suerte en la vida y su soledad congénita. Levantó un muro entre él y la chica; pensó que no hay solución para él y lo dijo: No tengo remedio, soy un idiota. Hacía muecas extrañas, aspavientos, se agachaba como si quisiese recoger algo del suelo y de pronto se ponía en pie, nervioso, como un loco. Paula parecía asustada. El chico tímido e interesante de las cenas de artistas se estaba comportando frente a ella como un tipo amargado e insoportable, en efecto, un idiota, un perdedor radical. Acabaron de cenar y se fueron cada uno a su casa. Esta vez no hubo una prórroga en la noche. Quedaron en llamarse para verse de nuevo. No obstante, ninguno de los dos tenía intención de hacerlo.

A Alonso Sánchez se le conocía como el Capitán Pollotriste. Lo llamaban así desde su época de estudiante. Ya no recordaba quién le había puesto el mote. Podía acordarse de las bromas en los bares universitarios a propósito del personaje creado por el escritor Arturo Pérez Reverte, el Capitán Alatriste. Alguien dijo que lo suyo no era cosa del ala, sino del pollo entero. Desde entonces, se fue extendiendo el apodo. A veces se le llamaba Capitán, a secas; otras veces, Pollotriste. Casi siempre, cuando se hablaba de él, sobre todo entre sus amigos artistas, se le llamaba Capitán Pollotriste. Capi Pollo, para hacer mofa.

A tus pies, Capitán, dijo la voz de Pablo a través del teléfono.

Qué cuentas, contestó Alonso Sánchez.

¿Cómo fue la cita con la profesora?, le preguntó Pablo

Yo qué sé. Me parece una pirada, como tu amiga Olga. Se me fue la olla y creo que la he cagado, dijo Alonso Sánchez.

¿No hubo nada? ¿Ni un piquito? La otra noche parecíais la pareja perfecta.

Nada. Ya te he dicho que se me fue la cabeza; me faltó insultarla.

¿Cómo puedes ser tan gilipollas, tío? Seguramente, volveréis a coincidir en alguna otra cena. Esa tía creo que es bastante colega de Olga.

¡Y a mí qué más me da!, dijo Miguel. Es tu rollo, Pablo, son tus frikis, tus videntes, tus locarios; la gente que a ti te divierte. Yo ya estoy harto. Si es preciso, no voy a ninguna otra cena y sanseacabó.

No seas radical. Somos amigos, dijo Pablo. Tú eres mi friki favorito: el Capitán Pollotriste. Sin ti esas cenas no tendrían altura; tú les das un toque de calidad. Tu presencia me permite no perder el rumbo. Estamos juntos desde siempre, ¿no te das cuenta?; es como si fueras mi copiloto. El tipo sensato que me advierte de las dificultades que yo no sé ver.

De qué dificultades hablas, dijo Alonso Sánchez. Tienes éxito, casi sin proponértelo. En cualquier faceta de la vida. Te exponen los mejores galeristas de la ciudad, ganas mucha más pasta que yo, follas por supuesto mucho más. Lo tienes todo, cabrón. Qué mierda de rumbo es el que se supone que yo te marco. De qué copiloto me hablas. No necesitas copiloto, macho, te bastas tú solito.

No te das cuenta, capullo, dijo Pablo. El otro día lo hablamos José Morand y yo. No sabes lo importante que eres para nosotros. En definitiva, eres una especie de gurú.

En el fondo, a Pablo le gustaba burlarse de Alonso Sánchez. Era su manera de superar esa supuesta honestidad de artista abnegado que se le suponía a su amigo. ¿Qué se creía? ¿Mejor que los demás? Pablo era lo suficientemente inteligente como para relativizar el éxito. Pintaba enormes lienzos abstractos, etéreos, vaporosos, elegantes y decorativos. ¿Tan malo es eso? Pablo Devendra amaba su pintura. Se vendía bien, vale, ¿tenía que pedir perdón por eso?. Todos los coleccionistas importantes de la ciudad tenían uno o varios de sus cuadros; también vendía mucho a instituciones, para decorar ostentosos despachos de diseño; ganaba concursos y conocía a los críticos que escribían en las más influyentes publicaciones.

A Alonso Sánchez todavía le sorprendía que Pablo, su colega de siempre, fuese tan conocido en el mundillo artístico de la ciudad. Pablo Devendra, vaya seudónimo ridículo. ¿Es que nadie se da cuenta del fraude? En una ocasión, un coleccionista reconoció a Alonso Sánchez por la calle, después de haber coincidido en una inauguración, y le dijo que saludase al señor Devendra. Alonso Sánchez se extrañó tanto que no supo qué decirle al coleccionista. ¿A quién quiere que salude?, dijo Alonso Sánchez. Al señor Devendra, el pintor, dijo el coleccionista. Ah, hostia, Pablo García, dijo Miguel. ¿Pablo García?, repitió el coleccionista. Claro, Pablo García, Devendra, dijo Alonso Sánchez, como si hubiese descubierto de pronto el seudónimo de su amigo. No se preocupe que ya saludo yo al pintor de su parte.

Alonso Sánchez pensaba en la posibilidad de firmar sus trabajos con otro nombre. Alonso Sánchez era demasiado normal. Tal vez al éxito de su amigo contribuyese este tipo de estrategias; firmar, con ironía, utilizando el nombre de un excéntrico cantante folk norteamericano, probablemente le permita a Pablo Devendra asumir parte de la aureola, el carisma y la popularidad del auténtico Devendra Banhart. El nombre es como una trasferencia. Llamarse Alonso Sánchez y pretender hacer uso de un nombre como ése, vulgar, corriente, en el difícil mundillo artístico de la ciudad significaba asumir la normalidad de todos los alonso sánchez; lindante con la de los rodríguez garcía y la de los lópez martínez. Podía hacer uso del mote con el que sus colegas se burlaban de él: Capitán Pollotriste. Darle la vuelta a la cruel broma de sus compañeros y utilizar el mote como si fuese una especie de imagen de marca. No obstante algo le impedía hacerlo. Todos esos golpes de efecto a Alonso Sánchez le parecían demasiado “de artista”. Para Alonso Sánchez hacerse llamar Devendra, el nombre de un cantante folk, siendo un pintor abstracto de elegantes superficies de espumoso color era una especie de sarcasmo artístico, indigno en cierto modo. La excentricidad de Alonso Sánchez iba en otro sentido; su goticismo no era humorístico, a pesar de que se le torturara con sobrenombres patéticos, como Capitán Pollotriste. Él era el puto Capitán Pollotriste, sí; cuando alguno de sus colegas, gilipollas, lo llamaba así, Alonso Sánchez respondía amablemente. No obstante, era incapaz de referirse a sí mismo de ese modo. Se dejaba humillar por los demás; formaba parte de lo inevitable. Su manierismo y su tristeza venían dados por una especie de lasitud indecorosa y congénita. Si uno no corrige lo que se le viene encima, si uno no actúa y no se opone a nada, la vida lo va hundiendo poco a poco. Alonso Sánchez se sentía sumido en la desesperación y el extrañamiento. Se creía un manierista, es decir, un raro; no renegaba de ello. No obstante lo último que quería era ser un raro previsible, el raro de siempre. No pretendía imponer una excentricidad artificiosa y publicitaria; sino defender los rasgos de una rareza inevitable, que no pudiera manifestarse de otra manera. Así sería su arte. En ese sentido, Alonso Sánchez se consideraba un manierista auténtico; a pesar de que dentro del mundillo artístico de la ciudad fuese considerado un fracasado, un raro sin estilo propio.

Hizo una primera prueba. Alonso Sánchez instaló uno de sus bastones en una jardinera de la plaza Fray Luis Colomer, junto a los cines Albatros. De vez en cuando Alonso Sánchez iba al cine con alguno de sus colegas; Pablo Devendra, José Morand, cualquiera de ellos. Con ellos veía alguna película moderna, de estreno. El entorno de la plaza y los cines le parecía tranquilo y frecuentado por gente que podía apreciar sus cosas. A Alonso Sánchez le gustaban los grafittis que solían adornar las paredes de la plaza. Llevó allí uno de sus bastones y lo plantó junto a un árbol pequeño, en una de las esquinas del lugar. Eligió el sitio porque él solía pasar por allí al acercarse a hacer cola en la taquilla del cine. En torno a esa esquina de la plaza la gente solía permanecer en pie haciendo cola o mirando la cartelera. En esa esquina estratégica plantó su bastón de madera de pino con una pequeña calavera en lo alto, alzándose dos metros y medio del suelo, más o menos. La calavera no abultaba más que un puño cerrado y parecía coquetear con las ramas y las hojas del árbol junto al que había sido instalada. Nadie parecía recabar en Alonso Sánchez y sus bártulos; en esa escultura que no era sino un bastón clavado en el suelo de una jardinera, plantado allí como si fuera un soporte para algo, lo que fuera, o un aditamento para las plantas, un adorno extraño, inexplicable. Alonso Sánchez instaló su escultura a medianoche, para no ser estorbado por nadie, cuando ya había comenzado la última sesión de cine. Hizo fotos esa noche tras dejar su bastón allí instalado, rampante, junto al árbol; no obstante, volvió al día siguiente por la mañana, y luego por la tarde, excitadísimo, para poder hacer nuevas fotos con distinta luz y observar las reacciones de los transeúntes. El bastón se izaba en paralelo al tronco del árbol; bastón y árbol hacían buena pareja, de algún modo se complementaban. El árbol camuflaba la escultura y la arropaba; ejercía de contexto y al mismo tiempo origen, ocultando el significado del objeto artístico, es decir, oscureciéndolo. Nadie parecía advertir la presencia inquietante de la obra de arte. La gente entraba y salía de los cines Albatros sin darse cuenta de nada; en la cola de la taquilla el cinéfilo medio iba a la suya, prestando atención, a lo sumo, a las películas programadas en las vitrinas de la cartelera. Tan sólo en una ocasión Alonso Sánchez pudo ver, desde su escondite en la cafetería de los cines, a un tipo que parecía señalar la calavera o el bastón, se acercaba hasta un metro más o menos y le decía algo a su compañera. Alonso Sánchez se fijó en ellos y salió espitado de la cafetería, para verlos mejor y tratar de escuchar algo de lo que decían. Era una pareja joven, de unos veinticinco o treinta años, él, y veinte o veinticinco, ella. A Alonso Sánchez le empezaba a gustar el aspecto de esos dos; eran modernos sin serlo en exceso, un poco desaliñados, tal vez estudiantes de bellas artes o arquitectura. Es decir, el tipo de público que requiere su obra. Alonso Sánchez pasó por su lado; sin embargo, ya estaban a otra cosa, hablando de una tal Raquel que se había liado con un policía. Alonso Sánchez se hizo el despistado. Caminó un trecho, hasta la cartelera, miró un rato las fotos de escenas de las películas. Luego volvió a la cola, al lugar donde todavía estaban la chica y el chico que habían estado observando su escultura. No pudo averiguar nada más. A Alonso Sánchez le hubiese gustado preguntarles cosas; pero no se atrevió y, finalmente, se fue.
Veintitrés de abril

Buscar el teléfono debajo de una mesa

Salir a comprar carne de potro

Cambiar un pañal

martes, 22 de abril de 2014







Veintidós de abril

Conducir, comer demasiado, beber alcohol
Bromear sobre las veces que uno ha de levantarse de la cama
Todas las noches, a causa del llanto del niño
Bromear sobre la edad, los achaques, el dinero

Mirarnos a la cara, con la expresión extrañada
Como si nada de lo anterior hubiese ocurrido



Que Wawrinka gane a Federer en una final confirma la decadencia de Federer, por un lado, y la extraña maduración tenística de Wawrinka, por otro lado.

Hay tenistas que maduran demasiado temprano. Generalmente responden a un perfil similar: deportistas prefabricados, sobreprotegidos, teledirigidos. Algunos, consiguen ser grandes campeones: Borg, Becker, Wilander, Sánchez Vicario...

Hay tenistas que maduran a tiempo. Esto es, ya cumplidos los veinte y con algunas temporadas de experiencia. Los diversos matices de su juego se van armando, poco a poco, hasta que logran imponerse. También hay grandes ejemplos de esto: Sampras, McEnroe, Edberg...

Y los hay, como Wawrinka, que llegan tarde. Rozando la treintena su potencial explosiona de manera inesperada. Comienzan su carrera como una gran promesa. Prosiguen siendo una gran decepción. Y cuando ya nadie da un duro por ellos, logran un gran triunfo, una o dos buenas temporadas y se desvanecen, se retiran, desaparecen. Me acuerdo de Albert Costa, por ejemplo.

Si la carrera de un tenista pudiera durar hasta los cincuenta años de edad, Wawrinka tendría tiempo de convertirse en un numero uno, tal vez en el mejor tenista de la historia. Su juego podría ser tan completo como el de Roger Federer. En la final de Montecarlo se pudo ver. Ambos tienen un esquema de juego similar. Golpes de derecha y de revés casi idénticos. (Wawrinka hace un recorrido con la raqueta un poco más envolvente, tal vez.) (No obstante, quizá, esa manera que tiene Wawrinka de envolver el golpe le proporciona un mejor revés que el de Federer, más seguro, con mayor potencia.)

Wawrinka ha sido capaz de desarrollar todo su potencial cuando ha abandonado definitivamente el miedo al fracaso. (Recuerdo el lema beckettiano que lleva tatuado, falla otra vez, falla mejor.) Albert Costa declaraba tras ganar su primer y único Roland Garros, al final de su carrera, que logró la estabilidad mental cuando el tenis dejó de ser para él lo más importante (se había casado y había sido padre). Anteriormente, la presión le bloqueaba en las grandes ocasiones.

Wawrinka se ha aupado hasta el número tres mundial. Yo quisiera verlo más arriba. Desbancando al número dos y al número uno. Convirtiéndose en el primer tenista capaz de alcanzar el número uno por vez primera pasados los treinta años de edad. Vengándose de los deportistas jóvenes con esa técnica prodigiosa que sabe exhibir. Con esa expresión suya de total indolencia. Como quien no quiere la cosa.

lunes, 21 de abril de 2014

Veintiuno de abril

Escribir veintiuno de abril

Leer un fragmento de Ideolojía, de Juan Ramón

Separar a los dos hijos, protegiendo al pequeño

Escuchar lo nuevo de David Bowie

Viajar al pueblo

domingo, 20 de abril de 2014




Wes Anderson hace cine vintage. Pero no se olvida de la modernidad. En cierto sentido, como parece sugerir Wes Anderson, la modernidad ya es una cosa vintage. Como la cultura de la vieja Europa.

El cine de Wes Anderson es nostálgico, pero con ironía. La ironía es el hilo que todo lo casa. Pero no es la nostalgia lo que prevalece en el cine de Wes Anderson. Wes Anderson no pretende afirmar ni negar nada. No quiere preservar nada: ninguna cosa del pasado. Wes Anderson hace, en mi opinión, un cine de la seducción. Wes Anderson quiere seguir gustando. Es como el pijo que llega a una cena atildado con prendas de ropa un poco pasadas de moda. Es un pijo guapo, encantador, muy educado, con guiños cultos, un poco excéntrico, divertido. Encima, conoce gente importante. Tiene que gustarte.

Cuando desaparece, no eres capaz de recordar nada de lo que ha dicho. Pero te queda la misma agradable sensación que dejan los dulces a la hora del café. Una película de Wes Anderson es, en definitiva, una bromita agradable, ligera y muy civilizada.






Veinte de abril

Permanecer tumbado en la cama
La habitación en penumbra

Cinco minutos más

sábado, 19 de abril de 2014

Diecinueve de abril

Sentarse en un parque
A leer relajadamente mientras D
Monta en bicicleta y corretea

Dibujar cualquier cosa

Entonces D se acerca, coge un lápiz
Y dice: Voy a dibujarte a ti, papi

viernes, 18 de abril de 2014










Dieciocho de abril

Sentarse en un sofá de medio lado
En una postura poco recomendable
Para tus problemas de espalda

Hacer ver que uno es inteligente
Que de verdad le interesan las cosas

Cuando lo único que importa es
Dejar pasar el tiempo

miércoles, 16 de abril de 2014

Dieciséis de abril

Sentarse en el interior del coche
El motor parado, la puerta abierta
Como si fuera posible detener el tiempo

El tráfico fluye en la calle
La gente pasa ensimismada

Tecleo algo en el teléfono
Cierro la puerta, motor en marcha

martes, 15 de abril de 2014

Quince de abril

Teclear nerviosamente, demasiada cafeína

Unos alumnos hacen un examen

Una estrella de papel sobre una mesa sucia

Un dibujo a medio hacer

No puede ser, dice un alumno









lunes, 14 de abril de 2014













Catorce de abril

Escribir catorce de abril

Todos duermen, el día ha sido largo
Ver televisión, enviar mensajes, podemos vernos
En vacaciones, no va a poder ser, vale otro rato ya hablamos

Beber agua, quitarme el reloj de pulsera
Quitarme el anillo, los zapatos

domingo, 13 de abril de 2014

Trece de abril

Elige: una película de Ang Lee
O un episodio de Los Soprano

Recoger a un niño, amigo de D
Para que pase el día con nosotros

Comer en un restaurante chino
Beber Coca-Cola

viernes, 11 de abril de 2014

Once de abril

Balbuceos, golpes, mordiscos
Dibujos animados en inglés
El soniquete de un organillo infantil
Una canción de Depeche Mode

Garabatear algo cada día, cualquier cosa
Como una clase de ejercicio

jueves, 10 de abril de 2014

Diez de abril

Parar en un semáforo y mirar
A la gente que pasa uniformada
Para el trabajo, con esa actitud
Cansada y circunspecta, resignada
Que solemos tener a estas horas

¿Qué se puede esperar?

miércoles, 9 de abril de 2014










Nueve de abril

Dos cafés y a la calle

Buen tiempo, el coche, la música
El niño que corretea con su mochila
Hacia la puerta del colegio

martes, 8 de abril de 2014

Ocho de abril

Revistas, un cuaderno de dibujo escolar sobre la mesa
El televisor encendido, con su soniquete diverso

Música entusiasta
En mitad del crepúsculo

lunes, 7 de abril de 2014







Un escultor (andaluz, creo) ha expuesto en una instalación las escaleras de madera que utilizaban los subsaharianos para escalar la valla de Melilla. Recuerdo que cuando vi por televisión las imágenes de esas escaleras, apiladas después del asalto a la valla, pensé que si yo fuera escultor, si fuera instalador, si fuera un artista, esas escaleras podrían ser la materia prima de una de mis esculturas. Solamente mostrándolas, sin aditamentos, como hace ese escultor, se manifestaría toda su carga simbólica.

Al ver, hace semana y media, más o menos, la imagen de un inmigrante "encaramado" a una farola, frente a la misma frontera melillense, sobrevolando las casas, pensé en hacer un dibujo. Imprimí la foto y pinté un pequeño cuadrito. El sábado, El Roto utilizó esa misma imagen en una de sus viñetas.

La mediocridad era eso: siempre que se te ocurre algo, hay alguien que lo hace mejor.

Recuerdo que tuve la idea de escribir un libro autobiográfico a partir de las fotografías de mi álbum familiar, pero sin mostrarlas, describiéndolas. Luego he visto esta idea llevada a cabo por diversos escritores importantes, como Michael Ondaatje o Annie Ernaux. Actualmente leo Los años, de Ernaux; un libro autobiográfico, con una fuerte carga poética, en el que la escritora enlaza diversos pasajes de su propia vida a partir de la descripción de fotografías. Me parece un libro intensísimo, como ella, como la autora, como la gran escritora que es.

La odisea de los subsaharianos que abandonan sus países buscando el paraíso capitalista europeo me parece la "gran" odisea moderna. El periplo vital de esa gente contiene, como sucede con sus escaleras de madera, una fuerte carga simbólica, que subraya las diferencias, el deseo, los valores y la enorme crueldad del mundo moderno. Merece un relato desde dentro. Merece, en mi opinión, un "gran" arte. Supongo que esto es por ahora imposible, al menos hasta que la máxima preocupación de los implicados deje de ser, de manera exhaustiva, su subsistencia pura y dura. Sin ocio no hay literatura. Supongo que tiene que pasar una generación, o varias, para que haya alguien dispuesto a narrar esta odisea en primera persona.

Los grandes temas requieren muy pocas florituras. Claude Lanzmann, en Shoah, lo tenía claro: sólo había que dejar hablar a los protagonistas. Mostrar sus rostros y, en ellos, sus heridas. El estilo, en este caso, viene determinado por la necesidad de hacerse entender, de ser claro, de mostrar el máximo respeto por todo aquello que se pretende contar.

Jordi Évole, a mi modo de ver, ha realizado un ejercicio similar. Yo creo que Évole cada vez es más cineasta y menos follonero. Évole tiene un plan oculto: quiere acercarse al gran arte. En el reportaje de ayer se limita a ponerle cara a los protagonistas de la inmigración. Los noticiarios habitualmente los muestran como si fueran simples siluetas, sin determinar, que se mueven en lo alto de las alambradas de la frontera como una amenaza oculta, distante. Évole los individualiza. Se trata de un ejercicio muy simple. Uno te cuenta que su odisea dura ya siete años. Otro dice que duda si volver a su país, pero que se ha quedado sin dinero. Otro, que su sueño es volver con algo que darles a los suyos. En lo alto de las alambradas rezan, a gritos: Victoria, victoria.

domingo, 6 de abril de 2014

Seis de abril

Estirar, morder, protestar

Estrujar una botella de plástico

Decir "caca", sin parar

Salir en coche o andando

El día es espléndido

jueves, 3 de abril de 2014

Tres de abril

Por mucho ruido que yo haga
El bebé duerme, no se despierta

Está tendido en diagonal
Buscando los límites de la cuna

Como si la percepción de estos límites
Fuese necesaria para el descanso

















Ciertamente
cuando aviva la alegre primavera,
del sol los resplandores,
abren en el jardín y en la pradera
sus cálices las flores.

Cuando la luna, de la noche obscura
rasga el opaco velo,
brillan en torno de ella con luz pura
las estrellas del cielo.

Cuando vislumbra el soñador poeta
dos pupilas radiantes,
brotan con más calor de su alma inquieta
los versos palpitantes.

¡Lástima grande, sí, que ese tesoro
de estrellas, versos, flores,
pálida luna, sol de fuego y oro,
ojos deslumbradores;

Toda esa fantasía deliciosa
que tanto nos agrada,
en este mundo de mezquina prosa
no sirve para nada!

miércoles, 2 de abril de 2014







Dos de abril

Viene bien todavía
Poner en marcha el calefactor
A la salida del baño


Sin mis gafas parece que
El patito de goma del bebé
Quiera decirme algo
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