jueves, 29 de diciembre de 2011


A mí también me gustan las cosas viejas, como a Aki Kaurismäki. Le gente vieja, los coches viejos, las casas viejas, los muebles viejos, las películas viejas. En la vejez se pone en evidencia la derrota. De hecho, la derrota es un componente intrínseco al envejecimiento de las cosas. Hay que hacer algo con lo que se va quedando atrás, pasado de moda y fuera del tiempo. El de Kaurismäki es un cine de viejos; es como el abuelo estoico que nos observa a todos, distante, en las reuniones familiares. Absolutamente ignorado por los nietos hipertecnologizados, dejado de lado por los atareados hijos, loco de sentido común. Kaurismäki ha construido su particular mundo sobre la metafísica de lo viejo; a partir de ahí, articula mesajes, discursos, poderosamente actuales. Parece extraño; pero a él le funciona. Yo creo que le funciona porque es alguien con una caligrafía cinematográfica particularísima. Apenas la ha variado en una trayectoria de décadas. Un pie en John Ford y el cine negro clásico, y otro en la rítmica geométrica de Robert Bresson. Con esa base ha construido su personal atalaya, donde atrincherarse y resistir. Porque de lo que Aki Kaurismäki nos habla es, sobre todo, de resistencia.

3 comentarios:

  1. Las cosas viejas, si envejecen bien (valiente tautología) son bellas no sólo por presentar los indicios de la derrota, sino por mostrar la madurez que falta en las cosas nuevas. es la razón por la que una bella mujer madura puede ser mucho más bella que una ovencita, a la que la falta 'punto'. O el interés d eun rostro viejo frente a la insulsez de un modelo varón, o la belleza de una madera gastada, etc.

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  2. aquí contradices tu comentario anterior; lo viejo eres capaz de considerarlo bello por cuestiones que superan el juicio formal, externo, superficial

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  3. no me contradigo, matizo. No escribo con consignas, sino con pensamientos, o eso creo

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