jueves, 29 de diciembre de 2011

Querer a una mujer
es diferente
a medida que va pasando el tiempo.
El amor perdura,
sin duda. Pero ya no manda
tanto el cuerpo (hablo
por mí). Uno aprende
a consumir
la femineidad de ella
a través de pormenores múltiples
orquestados de muy diversas maneras.
Puede que no haya mayor placer
que mirar a la mujer
que uno ama,

en su desnudez
cotidiana. El cuerpo
ruge a ratos,
claro.


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