martes, 30 de agosto de 2011



Hay un arte atávico. Los dibujos del artista "folk" (como se le llama en los Estados Unidos) James Castle. Hay un rollo fuertemente atávico que une esos dibujos de pequeño formato con el arte primitivo o arcaico. ¿Por qué los hizo, James Castle? ¿Para qué o para quién? ¿A qué se aferraba James Castle haciéndolos? Dibujos con hollín y saliva en soportes de deshecho, como cartones y pedazos de papel provenientes de cartas o diarios. Hay un atavismo extraño en ese tipo, James Castle, sordo y analfabeto, sin oficio, sin formación, dibujando con una pobreza de medios exhaustiva. La historia de este hombre tal vez remita a la raíz del arte, a su necesidad íntima, terapéutica y ancestral.

lunes, 29 de agosto de 2011

Viajamos a Málaga a ver una muestra del pintor Luc Tuymans. Visitamos además el Museo Picasso. Me quedo con los cuadros de su última etapa; extraordinariamente ágiles, de pincelada ámplia y robusta. El Picasso viejo pintaba de hecho como cuando uno repite algo muchas veces y es capaz de hacerlo casi automáticamente. Ese casi automatismo define la pintura última de Picasso; consiguiendo a veces efectos plásticos extraordinarios.

David Douglas Duncan, fotógrafo, pasó largas temporadas junto al pintor. Sus fotos ilustran el estilo de vida del genio malagueño. Douglas Duncan lo ha fotografiado y lo cuenta en un documental. Una constelación de objetos danzantes, diseminados por toda la casa. Picasso en calzoncillos, desinhibido. Su mujer y sus hijos por allí, incordiando, juguetones. La cotidianidad como juego; como experiencia infantil, poderosa y placentera.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Si es cierto que al morir uno retorna a lo que era antes de ser, ¿no hubiera sido mejor mantenerse en la pura posibilidad y no moverse de ahí? ¿Para qué ese paréntesis cuando se hubiera podido permanecer siempre en una plenitud irrealizada?




Pongamos que solamente existe una única forma de hacer las cosas. Una manera que sea la más lógica de andar por la calle, de rascarse la nuca o de vestirse. Con sencillez, sin aspavientos, sin epatar, sin alzarse por encima de ello; el estilo, el estilo único. En el mundo del arte este tipo de afirmaciones está absolutamente desprestigiado; la modernidad ha implantado una increíble multiplicidad de maneras de manufacturar obras de arte. En el mundo literario, la misma modernidad asume una gran multiplicidad de estilos, de trucos literarios, de formas de ordenar textos, discursos, poéticas. Mi aseveración se consideraría academicismo. El arte ha de ser divergente, libre e inasible. En el deporte se concreta mejor, esto que digo. Pongamos el tenis, que es el deporte que a mí me gusta, o el atletismo. Cuando empiezas a correr en una pista de atletismo, los entrenadores te explican la técnica de la zancada, la mejor forma de bracear para impulsarte mejor y avanzar más con el mínimo esfuerzo. Ha habido ejemplos de grandes corredores con estilos totalmente ilógicos; como el norteamericano Michael Johnson, un velocista con una zancada muy corta y una forma de bracear absolutamente inverosímil, que llegó a ser recordman mundial. No obstante, lo habitual es que los buenos corredores, los mejores velocistas, corran con un estilo natural y suelto, de acuerdo con la ortodoxia del cuerpo y su biomecánica. En el juego del tenis, no obstante, se ha implantado una nueva ortodoxia. El tenis moderno es un ejercicio sincopado, seco, primitivo. Pongamos que los tenistas de la nueva era del tenis moderno están equivocados. Los Agassi, Nadal o Djokovic. Sus estilos endiablados producen una velocidad infernal. Pero pongamos que el tenis vuelve a ser un deporte a escala humana; un espectáculo sencillo y armonioso. Dos grandes campeones de este deporte han sabido actualizar aquel estilo de juego clásico, antiguo, elegante, que domina de manera natural todas las facetas del juego. Me refiero a Pete Sampras y a Roger Federer. Los dos grandes estandartes de ese estilo que yo voy a llamar El estilo. La mejor manera de jugar al tenis; la más lógica dentro de los límites del hombre. Digamos que Sampras y Federer han llevado al límite ese estilo que yo voy a llamar El estilo para poder encajarlo dentro del nuevo tenis. El tenis moderno tiene otras pautas y otra tecnología. Por eso a mí me gusta que haya jugadores como Sampras y Federer, que parece que no juegan al tenis, que da la sensación, al verlos jugar, que los movimientos del tenis son algo innato en ellos, natural, como la zancada de Usain Bolt. El tenis sin esfuerzo, despreocupado, como se ha dicho recientemente. Ay, pero Roger Federer ya está en decadencia. ¿Quién tomará el relevo de ese estilo que yo voy a llamar El estilo? Muchas veces pensamos que el estilo, la manera que hemos adoptado de hacer las cosas, nos pertenece. Pero el estilo no es nuestro; nosotros lo usamos y luego lo usan otros. Pongamos que el mundo del tenis se está equivocando y que esa nueva ortodoxia implantada por todos esos tenistas poderosamente sincopados es un error. ¿Quién llevará el estandarte de ese estilo que yo voy a llamar El estilo cuando Roger Federer ya se haya retirado? El compatriota de Federer, Stanislav Wabrinka, está visto que es solamente una versión empobrecida, mediocre, de ese estilo que yo voy a llamar El estilo. Se dice que hay un tenista nuevo, muy joven, que podría funcionar. Se llama Grigor Dimitrov y es búlgaro. No ha hecho gran cosa, de momento. Pero da gusto verlo jugar; e incomodar a todos esos jugadores sincopados, a todos esos adalides de ese estilo de ahora que yo voy a llamar No estilo.

martes, 23 de agosto de 2011



Juan Carlos Onetti permite que lector hispanohablante entienda mejor a William Faulkner. Onetti es perfecto como catalizador de Faulkner en el mundo hispano. Mucho mejor que Juan Benet (demasiado literal). Juan Carlos Onetti constata que la escritura (de estilo faulkeriano) se produce vertiendo pensamiento. Pero no es esa escritura un vertido de ideas; sino de pensamiento a chorro, autosuficiente e incomunicativo. (Es decir; la escritura de Onetti, como la de Faulkner, vuelca literariamente los mecanismos del pensamiento.) Es una escritura de estilo, más que de tesis. Faulkner y Onetti son a su vez escritores post-monólogo interior; es decir, post-Joyce. Posiblemente el mérito fundamental de estos escritores consiste en estructurar de otra manera el monólogo joyciano; acotarlo y enmarcarlo en un estilo, en una estética. Y darle de ese modo nuevas posibilidades. Yo creo que a Juan Carlos Onetti le parecería bien ser considerado un mero trasunto de William Faulkner; al que admiraba fervorosamente, como dijo en alguna entrevista. Un Faulkner caliente y ultra-sur. Radical en su agonía y escepticismo. Tímido. Ausente. Enfrentado al Faulkner anglosajón, el original, profundamente cortante, tallado en plomo, distante y frío.

jueves, 18 de agosto de 2011


El padre del panda de Kung Fu Panda no es un oso panda sino una especie de ánade. Tal vez este hecho subraye el carácter fronterizo del panda de Kung Fu Panda. El padre (ánade) es cocinero, especializado en fideos chinos. Se produce un paralelismo entre los fideos y el kung fu. Ese ánade que es el padre del panda de Kung Fu Panda confiesa, en un momento dado, que no existe un ingrediente secreto en la preparación de sus fideos. No hay secreto alguno en la cocina de esos fideos.

miércoles, 17 de agosto de 2011



El oso panda de Kung Fu Panda es todo un entusiasta. Ese oso es básicamente un fan del kung fu, sin más pretensiones. Cuando el destino parece evitar que pueda asistir a la investidura de uno de Los Cinco Furiosos como Guerrero del Dragón, el panda de Kung Fu Panda grita, desesperado: ADORO EL KUNG FU. El panda de Kung Fu Panda es un friki o un nerd. Adicto a la comida, su deseo es venerar los méritos de otros, Los Cinco Furiosos, los verdaderos héroes, adiestrados para serlo. En Kung Fu Panda, ese panda gordo y friki es como si Sancho Panza se hubiera tragado al Quijote. El panda de Kung Fu Panda es poseedor, al mismo tiempo, de la locura "nerd" de Alonso Quijano y la sensatez pueblerina de Sancho. El panda de Kung Fu Panda es un anti-héroe humilde y apocado hasta que descubre algo. El secreto del Guerrero del Dragón, secreto que le proporcionará una sabiduría extra para manejarse en la lucha y en la vida, consiste, precisamente, en el conocimiento de que no existe ningún secreto. No hay secreto, señores; no existe nada extraordinario. A partir de entonces el panda de Kung Fu Panda aprende a calibrar las cualidades de, digamos, su personalidad fronteriza. Su panza ya no es lastre, sino un arma. El panda de Kung Fu Panda, al contrario que el Quijote, gana, aprende a ganar. De algún modo, el panda de Kung Fu Panda aprende a interiorizar todos sus conocimientos de fan, de friki o de nerd. No hay secreto; nada hay por descubrir, ninguna cualidad que nos eleve por encima del resto. A partir de entonces el triunfo del panda de Kung Fu Panda es totalmente pueril y no tiene importancia; su dignidad ya es otra. Ha redimido su humildad, orquestada en las acrobáticas coreografías del kung fu.
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