jueves, 30 de marzo de 2023

El asqueroso

Mi hijo me llama asqueroso en una de nuestras últimas discusiones, que suelen girar en torno al uso del teléfono móvil y sus restricciones. Saboreo entonces el aroma de ese odio visceral, casi carnal, que todavía creo recordar de cuando era yo el que odiaba al padre. Se me ocurren varios efectos adversos derivados de este odio. Sería un esfuerzo vano incitar al hijo a la lectura, por ejemplo, a pesar de verse en una casa llena de libros. Aunque no renuncio al diálogo con él, soy consciente de que su personalidad se está forjando a partir de una especie de molde en negativo de la mía. No habrá reconciliación hasta que ya sea demasiado tarde. Yo sólo pienso que me resta ser un poco más listo que él y anticiparme, y que esta guerra no afecte a mis emociones. La sensación es agria. Como hijo odiador uno tiene el derecho a instalarse en una especie de vanguardia, desde donde batallar frontalmente. No sabes nada de mí, lo que quiero, lo que soy. Antes las cosas eran diferentes, ahora se hacen así, tú no las entiendes. 


Quizá siento nostalgia de esa vanguardia. De ese sentirse afín con los tiempos. O quizá no. Es importante aprender a sentirse asqueroso. Hay una extraña dulzura en la decadencia de ese padre asqueroso, que no sabe nada porque las cosas ahora se hacen así y no las entiende. 

jueves, 16 de marzo de 2023

El cajón de sastre de la educación

Es fácil escuchar en los medios, incluso en opiniones particulares, que la solución a los diversos problemas de actualidad (adicción a las tecnologías, a los videojuegos, a sustancias, adicciones en general, la violencia, las conductas machistas, el bullying, la ecología), digo, es bastante habitual escuchar que la solución a todo esto pasa por la educación. Yo lo creo así. Sin embargo, quienes así opinan a menudo pretenden que la educación, esto es, los centros educativos, actúen en solitario frente a este tipo de problemas. Esto es, nadie aboga porque haya más regulación frente a todo este tipo de problemas; de modo que debemos educar individuos con voluntades superpoderosas que sean capaces de autorregularse siempre. Con el hándicap de que, cada vez más, los jóvenes son absolutamente refractarios al discurso adulto. Por supuesto, la responsabilidad educativa para estos casos todo el mundo tiene claro que ha de recaer en los profesionales de la educación, no en los progenitores. 


Debéis elegir el producto ecológico, a sabiendas de que nadie va a exigir a las empresas el uso de materiales ecológicos. 

Debéis elegir soluciones alejadas de la violencia, a sabiendas de que gran parte de vuestra oferta de ocio se basa en la escenificación de la violencia, como un artefacto lúdico, perversamente banal, y nadie va a hacer nada por que el siguiente producto ofrezca un incremento en la dosis. 

Debéis comportaros respetuosamente en vuestras relaciones sexuales, a sabiendas de que previo a vuestra madurez emocional habréis consumido gran cantidad de imágenes de cuerpos follando. Algunos entenderéis que no existen situaciones previas a las mecánicas sexuales, no es necesario llegar a acuerdos, todo el mundo está dispuesto a entregarse al sexo en cualquier momento y con cualquiera. No habrá nadie dispuesto a regular la oferta pornográfica en medios de fácil acceso a menores de edades cada vez más tempranas. 

Debéis entender la importancia de las imágenes, de vuestra propia imagen, a sabiendas de que las nuevas redes sociales fomentan, cada vez más, el exhibicionismo; sin que nadie se atreva a encontrar una fórmula legal para proteger la imagen de los menores frente a la voracidad de las tecnológicas. 


No os preocupéis que aquí estamos vuestras profesoras y vuestros profesores, adalides del buenismo mundial, para indicaros con exquisita educación cuál es la forma correcta de comportaros, a sabiendas de que todo lo demás ejercerá una presión irresistible en vosotros para que os convirtáis en voraces consumidores hijos de puta, exhibicionistas, irrespetuosos e hiperviolentos. 


Como me decía un alumno estos días: Profesor, nada tiene sentido, y como nada tiene sentido todo da igual. Y yo no supe rebatirlo sin parecer idiota. Así es, dije. 

martes, 14 de marzo de 2023


 

La distancia

Me acuerdo poco de las películas que he visto. Recuerdo, a lo sumo, haberlas visto. Y, quizá, el poso que dejaron en forma de sensaciones. Mi falta de memoria es digna de antologías; no sólo para las películas o los libros, sino también para los hechos. Lo poco que recuerdo lo recuerdo mal. De modo que me he acostumbrado a desconfiar de la memoria, de la mía propia, prefiriendo recurrir a lo que otros recuerdan sobre hechos que yo mismo he vivido. 

Me acuerdo de una película en la que un anciano adopta a un niño pobre. La película trata sobre ese amor, blanco, del anciano. El anciano se limita a observar al niño en sus peripecias y a causarle beneficio en lo que puede. Hay una distancia amorosa que yo envidio mucho, si de alguna forma la película la hace posible. Aunque es muy probable que yo la recuerde mal. 

lunes, 13 de marzo de 2023






 

El avance inexorable del alcoholismo

El sábado salimos a dar una vuelta y a cenar, aprovechando que nuestros hijos están de ejercicios espirituales junto a una residencia de enfermos mentales graves. No sin cierto remordimiento, por el hecho de haberlos dejado en aquel lugar imprevisible (imprevisible como lo es la locura), salimos de casa y nos encontramos tres chicas vomitando en la jardinera que hay junto a la puerta de salida. Son las nueve y la escena de los vómitos funcionará como preámbulo de nuestro paseo hasta llegar al pequeño restaurante oriental en el que se nos servirá la cena. Personalmente nunca había visto tanta gente borracha deambular por la ciudad a una hora tan temprana. Prácticamente el setenta u ochenta por ciento de aquellos con quienes nos cruzamos se tambalea al andar, grita consignas inentendibles o ríe violentamente. 

Vaya, digo, finalmente se ha normalizado el alcoholismo. 

Todo esto es una consecuencia de la moda del tardeo, me dicen. La gente sale a beber más pronto. 

Sin embargo, al salir del restaurante, ya bien entrada la noche, la situación no cambia, sino parece haberse incrementado. Inclusive, interaccionamos con uno de los borrachos andantes que se dirige a nosotros para preguntarnos algo, no sabremos muy bien qué. 

Por allí, señalo. Y el borracho, como un zombi, sigue en la dirección que yo le he señalado. 

En nuestras gratuitas reflexiones, de camino a casa, hacemos alusión a nuestra edad, ya considerablemente mediana, que nos produce esta sensación de extrañamiento o de no pertenencia a todo esto que estamos presenciando. No obstante, siendo alguien que ha usado el exceso durante mucho tiempo, me parece una mala noticia que el exceso, según parece, se haya generalizado. ¿Por qué te parece mal que muchos otros estén haciendo lo que tú has hecho durante mucho tiempo? No lo sé, exactamente. Porque yo sabía que me hacía daño. Lo hacía con cierto grado de autoconsciencia. Con una cierta voluntad de apartarme de la normalidad, quizá porque la normalidad me hería. En toda esta nueva celebración del exceso, no veo esa autoconsciencia del daño. Al contrario, parece que haya una total entrega, una total inconsciencia del daño. 

En mi opinión, no puede ser normal provocarse el vómito a las ocho y media de la tarde. Debería ser algo extraordinario, oculto, nocturno. 

Tú quieres que el exceso vuelva a tener un contenido romántico. 

Quizá. O, al menos, que no se convierta en una situación banal. 

A ti lo que te preocupa son tus hijos. 

También. Siendo una situación general, no voy a saber educarles en ello. 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.