domingo, 26 de marzo de 2017
















Fulgencio Pimentel publica a Dovlátov. El autor ruso aparece y desaparece de las librerías españolas. Se publica ahora Retiro, título que yo no conocía. No había sido editado hasta ahora en español. O, si había sido editado, lo había sido con anterioridad a mi interés por leerlo. A Dovlátov lo leo sin esfuerzo. Con los libros pasa como con las personas: de repente conectas con alguien sin saber muy bien por qué. A partir de entonces, las horas pasan con rapidez y el mundo parece un poco más comprensible.

Dovlátov es una consecuencia de su época, como cualquiera. Muere Stalin y le sucede Jrushchov. Este último rebaja el control cultural en la Unión Soviética. Permite durante un tiempo que se traduzcan al ruso obras de autores norteamericanos, prohibidas hasta entonces: Hemingway, Faulkner, Steinbeck, Salinger, Vonnegut... De ahí bebe Dovlátov, tanto como de la tradición rusa del diecinueve (Chejov). Hasta su exilio, con casi cuarenta años, Dovlátov no había conseguido publicar nada en la Unión Soviética. No tenía el carnet del Partido Comunista, se había separado de su mujer y bebía demasiado. No era explícitamente un disidente, pero no hacía nada para favorecer al sistema. Más bien mostraba una actitud despectiva e irreverente hacia la burocracia bolchevique. Comienza a ser investigado por el KGB cuando decide exiliarse. Sigue a su exmujer, que se había exiliado poco antes, llevándose a la hija de ambos. Se establece en Nueva York; donde comienza a ser publicado y llega a conocer, inclusive, a su admirado Kurt Vonnegut.

Serguéi Dovlátov era amigo de Joseph Brodsky. Ambos se exiliaron casi al mismo tiempo. Coincidieron en Nueva York. A los pocos años de permanecer en el exilio, a Brodsky se le concedió el Premio Nobel. Curiosas, las vicisitudes del Nobel.

A partir del exilio, Dovlátov escribe al mismo ritmo que bebe. Publica doce libros en doce años. Muere en el año noventa en una ambulancia camino de un hospital, de un paro cardíaco. Hoy, la calle de Queens donde vivió se llama "Sergei Dovlatov Way". Curiosas, las vicisitudes del callejero neoyorquino.

Retiro es una novela autobiográfica, como todas las de Dovlátov. Allí se cuentan las aventuras y desventuras del personaje cuando acepta trabajar de guía turístico en una especie de museo dedicado a Pushkin. Se prevé un desprecio absoluto por la disciplina laboral, tanto como por las devociones de sus congéneres por las elevadas cualidades del gran autor ruso al que se dedica el museo. Mucho humor de trazo grueso. Equívocos descacharrantes. Preferencia por los tipos excéntricos y desclasados, por delante de los diligentes funcionarios. A mí, Dovlátov todavía me hace mucha gracia.

martes, 21 de marzo de 2017




Niño de Elche habla de política. Quiere separar la política de los partidos políticos. La política es más amplia. Sin embargo, dice, la solución a los problemas políticos pasa, aquí en España, por los partidos políticos. Desgraciadamente, dice. El Estado en España es totalmente oligárquico, dice. No hay una solución política que pueda encauzarse por otro lado. El trabajo a hacer, dice, consiste en amortiguar los golpes. En perder de la mejor manera posible.

Niño de Elche, en su nuevo proyecto junto al grupo musical Toundra (llamado Exquirla), se desmarca de anteriores formas de fusión del rock y el flamenco. Escuchas el disco y parece un disco de rock fusionado con flamenco. Similar a Omega, que fusionaba el flamenco de Enrique Morente y el rock de Lagartija Nick. Exquirla es más actual. El disco de Exquirla tiene pocos meses, el de Omega varios años. Los de Exquirla dicen que lo suyo no tiene nada que ver con nada. Lo suyo es completamente sui géneris.

Los Planetas es un grupo musical que también jugó a fusionar el rock y el flamenco. Tienen disco nuevo. Dicen que sus nuevas canciones tienen un contenido político. Ahora todos quieren tener contenido político.

La política de Los Planetas se basa en la mística de Hakim Bey, una especie de anarquista. Bey dice que no existen soluciones posibles. Lo único que nos queda es mantenernos a cubierto. Despistar al sistema. Algo así.

Hakim Bey es el nombre sufí de Peter Lamborn Wilson. Los místicos occidentales suelen interesarse por tradiciones místicas exóticas.

Lo del Niño de Elche no es tan distinto de lo de Los Planetas, si excluimos el sufismo. Aunque no creo que al Niño de Elche le guste compararse con Los Planetas. Lo suyo es totalmente sui géneris. El Niño de Elche es el auténtico dueño de la fusión del flamenco-rock con la política.

Hay una tercera vía: la militancia. La negación de lo anterior. Abandonar el rock después de haber sido uno de sus adalides. Como Nacho Vegas. Que Vegas no saque un disco más. Que se quede como está.

lunes, 20 de marzo de 2017



















Ayer vimos Los cazafantasmas en televisión. La película es de 1984. No la había visto hasta ahora. En el ochenta y cuatro me pilló mayor. Con catorce años ya se estaba fraguando el imbécil que luego estudiaría bellas artes.

Me gustó ver esa película con mis hijos. Encontré hasta una metáfora importante; de poderosa actualidad. En las alcantarillas de la ciudad se está formando un moco de color rosado. Las malas actitudes de la superficie generan el aumento del moco, que poco a poco va colapsando las alcantarillas y amenaza con salir al exterior. Es una metáfora de la enfermedad de la ciudad. Creo que mis hijos lo han entendido así.

En Valencia, en la semana de Fallas, hay mucho moco rosado. Mucha mierda, mucho pipi.

Ha sido la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión. He encontrado algunas cosas. Algún día me he acercado a la Feria de buena mañana, porque me venía mejor. Los falleros habían destrozado varias casetas a patadas. En una de ellas, habían entrado y habían destrozado varios libros. No se habían llevado ninguno. El librero me lo contaba resignado; como si soportar este tipo de cosas formase ya parte de su destino.

Me imagino a los falleros borrachos meando las casetas. En todo el recorrido de la Feria se percibe un fuerte hedor. Es milagroso que alguien se acerque a mirar libros. Aquellos libreros, casi ancianos muchos de ellos, me producen una especie de ternura. Son una rara familia. ¿Por qué no se les protege?

El hedor pervive esta mañana. Tal vez haya libreros que no vuelvan, cansados de tanta desconsideración.

Los falleros tiran ruidosos petardos. Contrastan con el silencio de los libreros. Son formas de cultura contrapuestas. Los petardos son más valencianos que los libreros. Ruido hueco, sin significado. Llamar la atención porque sí. Lo valenciano es como sus petardos. Ruido presuntuoso y fatuo.

jueves, 9 de marzo de 2017




Estoy leyendo un best seller relacionado con el pintor Diego Velázquez. Se titula Velázquez desaparecido. Trata de un librero que compra un cuadro en una subasta, a mediados del siglo XIX, y se empeña en demostrar que el cuadro que ha comprado es de Velázquez. La autoría es dudosa y el empeño del librero le lleva a descuidar su negocio y a arruinarse la vida (abandona mujer e hijos por conservar su Velázquez). El cuadro, un supuesto retrato del rey Carlos I de Inglaterra, se ha perdido. Fue realizado al parecer por Velázquez cuando el rey Carlos, siendo todavía principe, viajó a la corte española a pedir la mano de una infanta. Durante décadas fue considerado un Van Dyck.

El libro se llena de tópicos cuando la autora pretende ensalzar la figura de Velázquez (pintor de pintores). Pero me interesa cuando explica el punto de vista inglés respecto del pintor sevillano, las cortes de Felipe IV y Fernando VII, y, en general, la cosa española.

Resulta curiosa la cantidad de avatares que padecieron los cuadros de Velázquez, tan valorados hoy. Aquella batalla en Vitoria que enfrentó a las huestes del duque de Wellington con las tropas de Pepe Botella, que huía hacia Francia cargado de obras de arte españolas. El aguador de Sevilla abandonado en el campo de batalla y recogido por alguno de los combatientes ingleses. Se explica así que los museos ingleses tengan tal cantidad de cuadros del barroco español.

Entre otras curiosidades, gracias a este best seller me he enterado de que existe una segunda versión del famoso Retrato del Papa Inocencio X, que cuelga precisamente en las paredes del museo Wellington, en la Apsley House. El libro habla muy bien de los equívocos en torno a la autoría e interpretación de gran parte de las obras de Velázquez. Debido a que, como muchos de sus colegas de la época, no solía firmar sus dibujos.

Es cierto que Velázquez comparte ciertas cualidades atmosféricas con Murillo. Sin embargo, hay una severidad en las imágenes de Velázquez que las distancia de las de Murillo. Al mismo tiempo, Murillo tiene una cualidad dulce, empalagosa, amable, de la que carece Velázquez.

El best seller a veces saca conclusiones peregrinas, aunque verosímiles. Como que el segundo viaje que el pintor hizo a Italia, junto a su ayudante Juan de Pareja, supuso una especie de liberación. Al parecer, está documentado que el rey le mandaba cartas solicitando su regreso a la corte. El pintor alargó su viaje todo lo que pudo (unos dos años). Viajó por toda Italia contemplando, de primera mano, la pintura del Renacimiento y Barroco italianos. Realizó numerosos retratos, hoy perdidos. Tuvo una amante y un hijo (Antonio, del que apenas se sabe nada excepto el nombre). La amante probablemente fuese Flaminia Triunfi, pintora; de la que también se especula si sería la modelo de La venus del espejo.

En la Galería Doria Pamphili se conserva el retrato del Papa Inocencio X. Fuímos a verlo, hace años, en nuestro viaje a Roma. Recuerdo aquel museo como un laberinto de estancias en que los cuadros colgaban desordenados, muy juntos, demasiado juntos, quizá. En las paredes repletas de cuadros costaba discernir unos de otros. Muchas imágenes me parecían malas, ennegrecidas, mal conservadas. Y, sin embargo, el retrato del Papa había sido instalado aislado en un pequeño habitáculo en el que apenas dos o tres personas podían contemplarlo a la vez (si no me falla la memoria). Era extraño aquel dispositivo. Parecía que uno fuese a confesarse con el Papa retratado. La imágen aparecía de golpe al entrar en la pequeña estancia.

Ese cuadro de Velázquez no es mi favorito. Es el retrato de un personaje pérfido, indigno. Está maravillosamente resuelto, sin embargo. La velocidad del trazo es extraordinaria. La versión de este cuadro conservada en el museo Wellington, de menor tamaño, podría ser un estudio preparatorio. Aunque tampoco está claro. Si es de la mano de Velázquez, esta primera versión explicaría a mi juicio la rápida resolución del cuadro posterior. En el primer cuadro el ropaje del Papa es más claro. El trazo es dubitativo. El aspecto es más amable; aunque la expresión del rostro resulta muy parecida, casi idéntica. En la versión definitiva todo subraya la crueldad del personaje: la postura, como de aguilucho a punto de abalanzarse sobre su presa; o el color, con un agresivo contraste, casi eléctrico. Nada hay de la blanda decadencia, con un ingrediente humorístico, irónico, de los retratos de la corte española. Aquí el pintor se lanzó a rubricar la perversa actitud del Papa, sin enmascaramientos.

El best seller apunta que, probablemente, pintor y modelo ya se conocían; pues el Papa había residido en Madrid, antes de ser Papa. Se explica así el despojo con que el personaje retratado confiesa al pintor toda su depravación.





Retrato del Papa Inocencio X. Diego Velázquez, hacia 1650.












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