lunes, 30 de enero de 2012

Aprovecho la hora del almuerzo
para hacer un examen de conciencia
¿Cuántos brazos me quedan por abrir?
¿Cuántos pétalos negros por cerrar?
¡A lo mejor soy un sobreviviente!

El receptor de radio me recuerda
mis deberes, las clases, los poemas
con una voz que parece venir
desde lo más profundo del sepulcro.

El corazón no sabe que pensar.

Hago como que miro los espejos
un cliente estornuda a su mujer
otro enciende un cigarro
otro lee Las últimas noticias.

¡Qué podemos hacer, árbol sin hojas,
fuera de dar la última mirada
en dirección del paraíso perdido!

Responde sol oscuro ilumina un instante

aunque después te apagues para siempre.


domingo, 29 de enero de 2012



Esta tarde yo he entrado
en un McDonald's
y me he encontrado
a una vieja amiga.
Una de esas viejas amigas
a las que ni siquiera
hace falta saludar.
Con una mirada basta,
medio segundo. ¿Ese tipo es...?, ha debido
pensar. Esa tía es..., he pensado
yo. A partir de ahí,
a disimular. Mi vieja amiga
se ha dedicado a repasar
todas las ofertas del restaurante, una por una;
hasta que, por fin, le han servido
el menú infantil
que estaba esperando.
Entonces ella ha llamado
a una niña pequeña que andaba por allí
y le ha dicho: Ya tienes tu cena,
vámonos a casa.

Me ha llegado el turno.
También yo he pedido
un menú infantil
para mi hijo pequeño.
Esa tía ha envejecido mucho, he pensado.
Alguien me ha reclamado
que abandone el puesto en la cola.
Puede ponerse aquí,
me ha indicado. (Justo el lugar
que ocupaba mi vieja amiga
momentos antes.)
Mientras yo esperaba
me he dedicado a evocar escrupulosamente
mi vieja y alcohólica amistad
con aquella desconocida,
con una mezcla de indiferencia
y nostalgia.

miércoles, 25 de enero de 2012






En el final, todo se reduce a performance. El pintor abandona la pintura y dice: Yo soy la pintura. El escultor abandona la escultura y dice: Yo soy la escultura. El músico abandona la partitura y dice: Yo soy la música. El poeta abandona la poesía y dice: Yo soy la poesía. De ese modo, todas las artes son una, son nada.

viernes, 20 de enero de 2012



La escuela en las sociedades opulentas es un poco un engorro, una manera de pasar el tiempo, de mantener ocupados a los infantes; una inutilidad, en definitiva, cuestionada por todos lados. Su esencia está en otra parte; me doy cuenta de ello fundamentalmente al ver ejemplos como éste: un grupo de niños cruzando un caudaloso río en Indonesia, jugándose la vida sobre un viejo puente desvencijado, solamente por asistir cada día a sus clases.
Mi padre es un tipo calvo, alto y charlatán. Es un personaje de mundo, con opinión para casi todo. Cuando me habla, casi nunca escucho. Me pasa lo mismo con mi madre, tan charlatana o más que él. Desde infante he ido desarrollando una capacidad para hacer como que escucho lo que me dicen, sin atender, viajando con la imaginación cuando mi interlocutor cree que me está interesando lo que dice. Se la debo sin duda a mis padres. El error es de ellos, creo yo; pues decir muchas cosas y muy seguido es casi como no decir ninguna. Si pasas por delante de un muro en el que han pegado cien carteles distintos, no te fijas en ninguno, se anulan los unos a los otros. En cambio, un muro liso, neutro, con un solo cartel casi te obliga a leerlo. Mis padres tienen cada uno su propio discurso sobresaturado. Soy hijo suyo y les quiero, pero, vamos a ver, no les hago ni puto caso. Luego, algunas veces, me arrepiento; como cuando me negué a ver My Fair Lady porque era la película favorita de mi madre; año tras año negándome a verla, solamente porque le molaba a ella y me decía que tenía que verla. Ya mayor, finalmente vi esa película y me gustó mucho, me pareció un cuentecito estupendo sobre el uso del lenguaje y la educación. Con mi padre pasa lo mismo. Me viene con la historia de un fotógrafo vagabundo y yo digo, bah, otro de sus cuentos chinos. Pero después encuentro miga en el asunto, hostia, el viejo de vez en cuando atina. El artista lumpen se llama Miroslav Tichý y es checoslovaco. Fabrica sus propias cámaras con las que fotografía fundamentalmente culos de señoras estupendas. (¡Qué buenas están las checas, me cago en la leche!) A mí este artista me parece el caso opuesto al famoso Sebastião Salgado. El brasileño va por el mundo haciendo fotos de gente pobre, fotos compositiva y técnicamente perfectas, preciosistas, que vende millonariamente a revistas de reportajes. Lo de Salgado me parece tan pornográfico como las campañas benéficas orquestadas por las mujeres de altos empresarios, si es que existen estas campañas. Una mala combinación del lujo y la pobreza, en definitiva. El caso de Tichý es, como digo, justo lo contrario. El pobre es él y es él quien mira, por el objetivo de sus cámaras de fabricación casera, el lujo de unos culos sublimes, perfectos, exquisitos. Se invierte aquí la fórmula de Sebastião Salgado; ya no hacemos fotos preciosistas de gente pobre, sino fotos pobres de culos preciosos. Y sin necesidad de viajar por el mundo; sentándose y dejándolos pasar por enfrente. Hay otra referencia, se me ocurre: una vieja y estupenda película de Jean Renoir, Boudu salvado de las aguas. En ella, un vagabundo pretende ser redimido por un burgués, sin quererlo; finalmente el burgués se da cuenta de que el vagabundo no desea en absoluto los lujos y comodidades de la vida burguesa, prefiere la incomodidad de la intemperie. Miroslav Tichý es como aquel Boudu renoiriano. O como James Castle, aquel pintor analfabeto, que hacía cuadros con cartones de deshecho y con hollín; y ni tan siquiera se compraba los pinceles sino que se los fabricaba con lo que tenía a mano. Tal vez sean ejemplos extremos; no obstante yo creo que en una época de excesos, de absolutismo tecnológico, puede encontrarse alguna verdad en el arte que se alía con el rudimentarismo, que niega el adelanto, que quiere ser, por principio, pobre. Por cierto, respecto a Tichý, subrayar, además de la obcecación por las voluptuosidades femeninas, el enmarcado de algunas fotos, rudimentario y manufacturado, como tiene que ser.






Bajo el mínimo imperio que el verno ha roído
se derrumban los días, la fe, las previsiones.
En el último valle la destrucción se sacia
en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue
el bosque iluminado por el relámpago.
La noche deja su veneno.
Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga
el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro
sucederá a la fuente
ni los huesos del águila
volverán por sus alas.

martes, 17 de enero de 2012




Anton Corbijn ha hecho algunas de mis fotos favoritas
de grupos de rock y artistas musicales. Sus mejores fotos se fundamentan
en el contraste del blanco y negro, siempre extremo, riguroso;
algo que da un aspecto irreal, metalizado, antinaturalista, al objeto fotografiado.
Da igual que sea Don van Vliet, Nick Cave, alguno de sus colegas de Joy Division
o el mismísimo Tom Waits; todos ellos se comportan como monigotes de plata,
hiperdemacrados, endurecidos por la sombra oscura, severa, de la imagen
y pulimentados teatralmente, a causa del artificioso trucaje fotográfico.
El truco es un poco infantil; las fotos de Corbijn convierten sus personajes
en dibujos de cómic noir, o algo parecido. La carne no es carne,
sino sombra, contraste, dibujo. Las fotos de Corbijn tienen una dureza que no hiere,
por inverosímil; es decir, una dureza estética, un demacrado de maquillaje,
cinematográfico y de una impostura limpia y publicitaria.
Esto es, una suciedad ordenada, artificial, puesta ahí en el momento de gritar
acción. No son ya Tom Waits, Don van Vliet o Nick Cave, son Anton Corbijn,
su estilo y su estética. Todos los artistas rock quieren pertenecer
a ese ideal de dureza; ser arquetipo noir, mostrarse al mundo publicitariamente
como parte de esa ficción antes descrita, como chicos-Corbijn. Por ahí desfilan,
a su vez, personajes indeseables y uno piensa que da igual; da lo mismo
Nick Cave que Bono, Joy Division o Depeche Mode. Solamente son sombras
sobreexpuestas
de metal, rígidas e impenetrables; todos ellos son Corbijn.

Luego Anton Corbijn ha hecho películas.
Un biopic rígido pero correcto sobre el malogrado Ian Curtis,
que no explica nada pero que se pasea por lo de sobra conocido
como anestesiado por esa caligrafía del claroscuro de sus fotografías.
Y, recientemente, El americano, con George Clooney reprimiendo su vena irónica
y calzando como puede esa impostada dureza corbijniana, hecha de silencios,
artificial y hueca. Todo vale y se entiende en el platonismo de una estética;
pero hasta el Philip Marlowe de Raymond Chandler, con su cinismo de novela negra
y de entretenimiento, suelta alguna frase que uno advierte apuntalada
en una realidad palpable. Corbijn se ha planteado en El americano una elegía
arquetípica y sin guiños. (No me imagino una película de Clint Eastwood,
o de Sergio Leone, homenajeado explícitamente en la cinta de Corbijn,
sin guiños irónicos en torno a sus cualidades arquetípicas; Anton Corbijn, al contrario,
ha impregnado su historia y a su personaje de una especie de romanticismo
desencantado y existencial.) Tal vez sea esa falta de ironía
lo que me produce cansancio. (Al fin y al cabo el guiño irónico le sitúa a uno
dentro de unas claves de lectura, como diciendo,
esto no te lo vas a creer pero igualmente lo puedes disfrutar.)

lunes, 16 de enero de 2012

Será un día tranquilo, de luz fría
como el sol que nace o muere, y el cristal
cerrará el aire sucio fuera del cielo.

Se nos despierta una mañana, una vez para siempre,
en la tibieza del último sueño: la sombra
será como la tibieza. Llenará la estancia,
por la gran ventana, un cielo más grande.
Desde la escalera, subida una vez para siempre,
no llegarán voces, ni rostros muertos.

No será necesario dejar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana para vestir cada cosa
con una tranquila claridad, casi una luz.
Se posará una sombra descarnada sobre el rostro sumergido.

Será los recuerdos como grumos de sombra
aplastados como las viejas brasas
en el camino. El recuerdo será la llama
que todavía ayer mordía en los ojos apagados.


domingo, 15 de enero de 2012



¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.
Ojalá por fin pudiera decir qué está en mí.
Gritar: gente, les mentí
diciendo que eso no estaba en mí,
cuando eso está ahí siempre, días y noches.
Aunque gracias a eso supe describir sus ciudades inflamables,
sus cortos amores y juegos desmembrándose en humus,
aretes, espejos, el deslizar de un tirante,
escenas de alcoba y de campos de batalla.
Escribir fue para mí estrategia de protección,
de borrar las huellas. Porque a la gente no puede gustarle
aquél que alcanza lo prohibido.


Estuvimos paseando a través de los campos
en un vagón al amanecer.
Una herida rosa roja en la oscuridad.

Y de pronto una liebre atravesó la carretera.
Uno de nosotros la señaló con la mano.
Eso fue hace tiempos. Hoy ninguno de ellos está vivo,
Ni la liebre, ni el hombre que hizo el ademán.

Oh, amor mío, dónde están ellos, a dónde han ido?
El destello de una mano, la línea de un movimiento,
el susurro de los guijarros.
Pregunto no con tristeza, sino con asombro.


De puntillas anduve por un pequeño monte.
Daba frescor el aire y corría tan leve,
que los dulces capullos, con orgullo modesto
y languidez, doblando, en una breve curva,
sus tallos, con las hojas escasas y abusados,
no perdieron aún la estrellada diadema
recogida del día en su primer sollozo.
Puras eran y blancas las nubes, como ovejas
trasquiladas, saliendo del arroyo. Dormían,
dulces, en los bancales del azul; deslizábase
un estremecimiento silencioso en las hojas,
nacido del suspiro que exhalaba el silencio,
pues no se hubiera visto ni un moverse menudo
entre todas las sombras de la hierba, inclinadas.



Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
de decreto divino que anuncia que soy presa

de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Pero es un delicado murmullo este lamento
por no tener conmigo una nube, acaso un viento
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.

Estas borrosas glorias que imagina la mente
prestan al corazón un territorio escondido
y un extraño dolor cuyo prodigio silente

mezcla la helénica grandeza con el sonido
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente,
con el solo la sombra de un ser desconocido.
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