viernes, 23 de diciembre de 2011
No me acaba de gustar el penúltimo Cronenberg; el de las pelis de mafiosos rusos. He leído no obstante críticas que lo señalan como el mejor Cronenberg. Alcanza aquí su zenit; se hace accesible sin perder su esencia, o algo parecido. Me parece, en estas películas (Promesas del Este y Una historia de violencia), una especie de Clint Eastwood con ligero énfasis en lo truculento. A mí Eastwood me gusta por cuestiones formales, que Cronenberg no respeta. Entiendo que el cine de Clint Eastwood, como todo el que se mueve en esa esfera, digamos, comercial, narra historias de una profunda banalidad, absolutamente insignificantes y llenas de clichés y arquetipos. Hay que superar algunos prejuicios para aprender a disfrutarlo. A mí Clint Eastwood me gusta como narrador seco, adusto, como cineasta, digamos, lacónico; independientemente de lo que pretenda contarme (no es del todo cierto, me molan los arquetipos eastwoodianos; tal vez porque los he consumido desde niño). David Cronenberg me gustaba porque se pasaba mucho; era moderno y freudiano, pero por el lado oscuro y deforme, enfermizo y nihilista. Me gustan sus pelis de los ochenta (La mosca, Inseparables), sus adaptaciones de Ballard y Burroughs, en los noventa, (Crash, El almuerzo desnudo); me gustó inclusive aquella paranoia futurista, eXistenZ, que entroncaba con sus primeras pelis de ciencia-ficción, siniestras y cutres.
El arquetipo eastwoodiano, cuidadosamente confeccionado a través de diversas generaciones de narradores y cineastas norteamericanos, más allá de su esquematismo, dice mucho de determinado tipo de sociedad (de la maldad a la que el individuo no puede enfrentarse sino como un perro enrabietado). Clint Eastwood sería a mi modo de ver buen adaptador de las historias de su paisano Cormac McCarthy (mucho mejor, tal vez, que los irónicos hermanos Coen y a la altura o quizá superando la estupenda adaptación que John Hillcoat hizo de La carretera). El arquetipo eastwoodiano es una mezcla postmoderna del vaquero solitario y el detective violento y cínico. No es obra de Clint Eastwood, como digo; no es fruto de sus obsesiones personales, sino el producto de una larga tradición en la que Eastwood, como si fuera solamente un simple artesano, se sitúa a la cola.
David Cronenberg era una especie de David Lynch de trazo grueso. Luego fue, como digo, una especie de Clint Eastwood de trazo grueso. (Salió perdiendo con el cambio.) No obstante, en su última peli, Un método peligroso, se ha trasformado de nuevo; esta vez es, a mi modo de ver, una especie de James Ivory de trazo grueso. Es lo suyo, el trazo grueso, lo que le da coherencia; el truculentismno y la deformidad, con más o menos crudeza. Seguramente a Cronenberg le mola que Keira Knightley haga carasas y exagere la pose de loca de manual (algo que caga, en mi opinión, la película). La peli es más que eso, afortunadamente. Yo creo que es una buena película; aunque no sé qué pretende hacer David Cronenberg a partir de ahora. No dice nada que no haya dicho ya; no obstante esta vez, ivoryanamente, de un modo mucho más elegante. Pero, ¿quién quiere un David Cronenberg elegante?
Sin embargo, la película ilustra bien la ruptura entre Freud y Jung. Nunca me ha interesado el tema, así que me ciño a lo que dice Cronenberg en su película: Sigmund Freud hace una inerpretación del psicoanálisis profundamente racionalista, es decir, atado a lo que él mismo pretendía que fuese un método científico; Jung, en cambio, vio las limitaciones y contradicciones que había en ello. El psicoanálisis de Jung apunta a una visión irracional, mística o esotérica. Yo estoy más de acuerdo con la interpretación de Jung (por eso detesto la terapia), creo que es más fiel a la naturaleza del psicoanálisis. (Es decir, esa terapia descubre un campo simbólico, y como tal merece una interpretación simbólica, con un lenguaje poblado de fantasía, profundamente irreal y esotérico.) Sigmund Fred era en el fondo un realista y quiso impregnar su terapia de realismo, con un sentido pragmático. En su ruptura, yo me quedo con Freud. Freud es el clasicismo del psicoanálisis; Carl Jung, el comienzo de su modernidad. No obstante, a mi modo de ver, el empeño de Freud me parece imposible. El lenguaje de los símbolos debe ser simple y poderosamente irracional.
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