lunes, 29 de septiembre de 2014

Veintinueve de septiembre

Ayudar a un alumno con un trazado geo-
Métrico

Quedar atrapado en un atasco
En una autovía

Llevar a D al médico

sábado, 27 de septiembre de 2014




En el umbral de la puerta negra,
A la derecha, a los pies de un álamo,
Corre el agua de olvidar.

Brota a la izquierda el agua de Memoria;
Cristal helado, frío licor,
El agua de Memoria está en mi corazón.

Allí beben mi pena y mi alegría;
Residen en su ribera los sabios:
Yo les diré,
Temo la muerte.

Soy hijo de la tierra negra
Pero también del cielo estrellado;
¡Abridme la puerta de la gloria!

La imagen del tiempo transcurrido
Se refleja en mi memoria;
El espejo puro no se enturbia.

Abridme el pozo de la gloria...

viernes, 26 de septiembre de 2014

Veintiséis de septiembre

Escribir veintiséis de septiembre

V juega con una pizarra de plástico

D corretea por toda la casa
Como enloquecido

El soniquete de unos dibujos
Animados, en inglés

martes, 23 de septiembre de 2014

Veintitrés de septiembre

Escribir veintitrés de septiembre

Comprobar que D aparece en unas listas
En el cole

Aparcar sobre una acera

Una mujer pasea a su perro

Un tipo mira la pantalla
De su teléfono

Alguien sale de un coche dando
Un sonoro portazo

lunes, 22 de septiembre de 2014




Para sobrevivir en esta dicotomía, este dentro y fuera de la ballena, se necesita memoria. ¿No? Creo que sí. Aunque no estoy del todo seguro, pues tan pronto me veo fuera, liberado, olvido las penurias que he pasado dentro. Olvido, inclusive, a quienes me han acompañado y me han dado, en cierto sentido, su amistad: mis amigos los cadáveres A, B, C, D y E. No tienen nombre. Dos de ellos contestaron cuando yo les pregunté por su nombre, pero sin duda mintieron. Ninguno de ellos se llama, verdaderamente, Lorenzo y ninguno se llama Abelino, por supuesto. A mí me da igual, simplemente les he preguntado su nombre para poder orientarme, por si en algún momento soy capaz de reconocer sus voces, personalizarlos. No me es posible en estas circunstancias; aquí apenas hay luz, salvo en algunas partes del interior del monstruoso animal iluminadas por algas y cosas fluorescentes. Gases fluorescentes, inclusive; pestilentes, por otro lado.

Uno es capaz de acostumbrarse a los malos olores. A lo que no se acostumbra uno es a esta especie de desintegración de los testículos: convertidos casi sin advertirlo en inesperados manantiales de zumo de naranja. Y al extraño cosquilleo de los peces revolucionarios que lo único que quieren es beberse el jugo de mis testículos, como si les alimentase de manera definitiva.

Me he dado cuenta de que mi amigo el cadáver D no me llama por mi nombre. Ya puedo yo repetirle que me llamo Jacobo Morteruelo que no se le queda. Parece incapaz de recordarlo. Mi amigo el cadáver B dice que la experiencia le ha dado a entender que aquí dentro nada se recuerda. Entonces, les digo: ¿Cómo soy yo capaz de acordarme de mi nombre? No lo sé, dice mi amigo el cadáver A, tal vez porque tu nombre tú lo has interiorizado y nosotros el nuestro no lo hemos interiorizado. Tu nombre significa algo para ti y para nosotros el nuestro no significa nada. No aquí dentro, en esta oscuridad, soportando estas temperaturas tan altas, febriles a veces, y con esta pestilencia insoportable.

De repente, me acuerdo, ¿y mi mujer? Yo había venido aquí con ella. Habíamos planeado una cena romántica a base de algas y verduras mal digeridas por la ballena. Yo había preparado la mesa, con sus mantelitos de estilo oriental, los palillos chinos, tal y como le gustan a ella, y unos pedazos de carne cruda para mí. ¿No es cierto?, les pregunto a mis amigos cadáveres, que me miran con aire extrañado.

No lo sé, dice mi amigo el cadáver B. Nadie lo puede saber. Tu mujer bien podría ser uno de nosotros. Como ves, al llegar aquí lo primero que te sucede es que tus genitales se convierten en jugo de naranja y se los van bebiendo poco a poco los peces revolucionarios. Desaparecen las diferenciaciones. Nos convertimos en cadáveres, sin genitales, primero, y sin rostro, después. Y sin memoria, por supuesto. La memoria no sirve para nada aquí dentro. Aquí funciona otra clase de supervivencia.

¡Sé!, grito, ¡Sé! ¿Estás aquí?

Nadie responde. Seguramente me están engañando mis amigos los cadáveres. Deben tener una intención oculta; por eso me rodean, por ese motivo me acosan con sus preguntas.

Eres tú quien nos está acosando a nosotros, dice mi amigo el cadáver J. ¿J?, pienso, ¿había un amigo cadáver J? No recuerdo a ningún amigo cadáver J.

Muy bien, no voy a haceros más preguntas. Observaré las cosas tal y como vayan sucediendo y trataré de entenderlas por mí mismo.

Eso está bien, dice mi amigo el cadáver A.

La voz de mi amigo el cadáver A me recuerda a la de Sé. Sin embargo, he prometido no hacer preguntas. ¿Eres Sé?, pienso, sin pronunciarlo.



Lo mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra. Leda decía: “Ya no soy libre para suicidarme
desde que me he comprado un cisne”.

La muerte es un sacramento del que sólo son dignos los más puros: muchos hombres se deshacen,
pero pocos hombres mueren.

No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir.

Que no se acuse a nadie de mi vida.

No soporté bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.

Existe un plan general para el universo. Sólo salimos en los momentos sublimes.

En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.

Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.

sábado, 20 de septiembre de 2014

jueves, 18 de septiembre de 2014




Los niños juegan felices en las calles. La ciudad es perfectamente apta para caminar por las aceras. Subir y bajar escalones en la intimidad de las casas. Leer mensajes de telefonía móvil, distraída o atentamente. Mirar muy arriba, siguiendo el vuelo de las águilas, los halcones, las gaviotas, los mirlos, las libélulas. Dar saltitos, hip, hop, como en una comedia infantil. Despertarse pronto o tarde. Asistir a los conciertos pop. Y, después, a la salida de cada uno de esos conciertos, fumar distraídamente y seguir con la mirada el humo azul entre los trazos salvajes de los árboles. Agacharse y atarse los zapatos como si se acabase el mundo. Ah, la vida como un continuo atarse los zapatos. Y regresar, aguantando la mirada del monstruoso animal, como en una bufonada dramática, al estómago de la ballena. Se regresa siempre a un refugio oscuro y mullido.

El semblante rígido, casi asfixiado. ¿Qué hay aquí, qué buscar?, dice alguien. En los pliegues intestinales del animal todo es hervor y todo es salvaje. Uno ha de andarse con ojo. Explorar con el tacto el tejido viscoso. Oler los perfumes ácidos, la podredumbre. Los cadáveres vivientes como parte de una nueva vecindad, una nueva esperanza. Peces revolucionarios intentando asaltar con sus lenguas mugrientas los pelos de mis piernas. Nada escapa al folclore intestinal. Mi amigo el cadáver A me cuenta su historia. Perdió un ojo en una guerra y le dejó su mujer. A partir de ahí se dedicó a cultivar almendras. Las vendía en sobres clandestinos. Luego viajó a Alcocéber y encontró un veneno ideal. El veneno definitivo.

Las ballenas a veces mugen como las vacas. Nadie parece haberse dado cuenta. Uno a veces cree poder descifrar sus mugidos. Son como cantos de sirenas acatarradas. Luego las ballenas callan y todo se olvida; como si los mugidos hubiesen sido una parte importante del sueño. Mi amigo el cadaver A no se queja, nunca. Cero espectáculo, dice. Seamos consecuentes. Estamos aquí para construir algo. Hacer algo con nuestras propias manos. Componer poco a poco, día a día, una obra. Algo que sirva a quienes vengan después. Seamos célebres en ese sentido. Reproduzcamos los mugidos olvidados de las ballenas como parte de un nuevo plan. Busquemos su origen ancestral, su significado último. Seamos listos, dice mi amigo el cadáver A. Pensemos en nuestros hijos.

Yo le hablo entonces de mis hijos. Tengo dos. El mayor, Duncan, juega al fúlbol en las aceras. El pequeño, Viriato, dice no conocer a su madre. Son mi alegría y mi desgracia. Siempre llevo conmigo sus dibujos.

Mi amigo el cadaver B dice ser capaz de apreciar los dibujos de mis hijos. Duncan es un dibujante minucioso, muy aseado. Viriato, al contrario, parece que dibuja con descuido, como quien no quiere la cosa. La belleza infantil de los dibujos de mis hijos es indiferente a nuestras miradas.

¿Qué hacer?, dice mi amigo el cadáver C. Bajamos por una de las muchas escaleras intestinales, buscando una estancia más cómoda. El calor es asfixiante. Apenas puedo doblar mis rodillas. Los peces revolucionarios beben un líquido anaranjado que mana de mis testículos. ¿Zumo de naranja? ¿Con o sin pulpa? Empieza entonces la aventura del zumo de naranja.

Mi amigo el cadáver D dice que es capaz de sudar aguardiente. Mi amigo el cadáver E sabe hacer cócteles. Que empiece la fiesta, dice mi amigo el cadáver F. ¿Alguien puede decirme su nombre?, grito, desesperado. Lorenzo, dice mi amigo el cadáver B. Abelino, dice mi amigo el cadáver C. Los demás, callan.

Yo me llamo Jacobo Morteruelo. ¿Habéis oído? ¡Jacobo Morteruelo!



-¿Qué tienes para consolar la tumba,
Corazón insolente, corazón en rebeldía?
El fruto maduro pesa y se desprende .
¿Qué tienes para consolar la tumba?
-Tengo el caudal de haber sido.

-¿Qué tienes para soportar la vida,
Corazón loco, corazón pronto al hastío?
Corazón sin esperanza y sin deseo,
¿Qué tienes para soportar la vida?
-Piedad, por lo que ha de pasar.

-¿Qué tienes para despreciar a los hombres,
Corazón duro, corazón rompible?
¿Qué tienes para despreciar a los hombres?
¿Qué eres más de lo que somos?
-Capaz de despreciarme.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Diecisiete de septiembre

Escribir diecisiete de septiembre

Juegos infantiles en los parques

Una peonza de plástico, moderna
De colores fluorescentes

Patines entrechocando

V caminando con torpeza
Esquivando milagrosamente
Los peligros

martes, 16 de septiembre de 2014










La memoria, ese tiempo de un reino fuera del tiempo. El amor, ese espacio de un ámbito fuera del espacio. Las semillas opuestas y con todo tan semejantes de nuestra existencia, que se reúnen por encima de la gran simetría y que la anulan, en un único gran sentimiento: la nostalgia.

lunes, 15 de septiembre de 2014













Quince de septiembre

Esperar en la consulta de un médico

Un niño revoltoso no para de corretear
Alrededor nuestro

Repasar mentalmente lo que ayer acordamos
S y yo que le diríamos al médico

Una pareja acuna cuidadosamente
A su recién nacido

sábado, 13 de septiembre de 2014

Trece de septiembre

Dibujar algo, cualquier cosa
Una cabecita de payaso
Los pies de S, una fotografía aérea
De una ciudad, encontrada en internet

Ir a un cine

Salir a cenar

jueves, 11 de septiembre de 2014

Once de septiembre

Escribir once de septiembre

Subrayar un cuaderno

Encender un ordenador

Mirar la hora, quejarse
Del calor



Hola, me llamo Jacobo Morteruelo y, como todo el mundo sabe, doy clases de dibujo en centros públicos. La gente cree que me dedico casi en exclusiva a subir y bajar escaleras, abrir y cerrar ventanas, morder y envolver bocadillos, pasear, descansar, acuclillarme, enchufar ordenadores e impresoras, pasar las páginas de la agenda, tres de agosto, cuatro de agosto, seis de agosto, anotando el día cuidadosamente en mi cuaderno, escribir, diligentemente, tres de agosto, o escribir cuatro de agosto, o escribir seis de agosto, afeitarme o no afeitarme, beber tal o cual refresco, buscar la sombra por las calles, caiga o no un sol de justicia, como hoy, que sí, que cae un sol de justicia y he venido hasta aquí buscando cuidadosamente la sombra y luego me he refrescado la cara en el cuarto de baño, ah, el agua fresca, las escaleras, la calle, de nuevo, y sin saber cómo, sin saber por qué, encontrarse otra vez en el vientre de la ballena, los ojos pálidos, como de animal rabioso, la mirada perdida en algún punto en la superficie del mar, qué mar, tan pronto uno se encuentra a la sombra, bajando o subiendo escaleras, comprando un bocadillo para el almuerzo, o hablando con alguien amistosamente, cordialmente, como uno suele hablar, y a la vuelta de la esquina ese animal monstruoso se aproxima con la boca bien abierta y, zas, uno cae de nuevo en el mismo amasijo de vísceras, sangre, restos de otros animales y, tal vez, otras personas muertas, mal digeridas, que permanecen, durante años, en el estómago gigantesco del animal.

En ocasiones, cuando me he sentido atrapado por la ballena y he viajado gratis hasta el interior de sus pulmones, respirando el aire que el animal me presta, yo he intentado zafarme, buscar una salida, un agujero de luz. Pero siempre me ha sido imposible. En ese preciso momento todo es carne a mi alrededor y ya nada importa sino la carne. La carne ardorosa, palpitante, como la de los amantes revolviéndose en el barro, penetrándose y dejándose penetrar. Y entonces creo sinceramente que toda esta coreografía de nimiedades, subir y bajar persianas, abrocharse los pantalones, saludar a personas conocidas e, inclusive, desconocidas, beber agua del grifo del agua corriente, abrir la nevera, bajar un libro de algún estante, ver la televisión, leerle un cuento a mi hijo Duncan, bajar la basura, arreglar la cisterna del baño, comprar un cable para el ordenador, todo forma parte del mismo ritual carnicero. Por ese motivo decidí un día sentirme cómodo en el vientre de la ballena. Construirme una casa allí dentro. Con su cocina, su sala de estar, sus dos baños y su terraza con vistas al mar. No es la mejor casa del mundo. Solamente es una casita diminuta, casi de juguete. Fabricada con el tejido subcutáneo de la ballena. La grasa de la que luego me alimento; pues hay veces que he de pasarme semanas, meses, incluso, dentro del vientre de la ballena. Algo hay que hacer, ¿no? Me como poco a poco al animal que me ha comido a mí. Me como su carne muy a gusto, todo hay que decirlo. La corto a pedacitos, del tamaño aproximado de un filete de ternera, como los que venden en los supermercados, y guardo los pedacitos que me sobran en el congelador, para la siguiente ocasión. La carne de ballena tiene un sabor generoso, expansivo, que sacia pronto. Por ese motivo me he de buscar otras cosas que hacer; porque uno no puede pasarse el día comiendo. Y menos aún ese tipo de comida, tan grasienta, poco recomendable para conservar la salud intacta. ¿De verdad es posible conservar la salud intacta? No lo sé. No obstante, ¿qué hacer cuando no hay otra cosa que comer? Y, sobre todo, ¿qué hacer después de haber comido, después de haberse saciado? Yo creo que, en gran parte, éste es el gran problema de las sociedades occidentales. Después de comer la gente ya no sabe qué hacer. Por ese motivo la gente queda constantemente para comer. Y luego para cenar, es decir, para seguir comiendo. ¿Y después qué?

En alguna ocasión yo he invitado a mi mujer a comer conmigo en el interior del vientre de la ballena. Allí también hay, por supuesto, algún rinconcito muy romántico. Sin embargo, a ella en general no le ha gustado. Mi mujer se llama Séfora. Aunque todos la llamamos Sé. Sé y yo hemos ido al cine y luego nos hemos dejado engullir por el enorme animal. A Sé no le gustan las grandilocuencias, pero hay veces que las tolera. Lo hace por mí. ¿Por amor? ¿Costumbre, tal vez? Cuando Sé se niega a comer carne de ballena procuro prepararle otra cosa. Busco entre los jugos gástricos del animal algún manjar que me pueda servir. Restos de algas, por ejemplo. Preparo una ensalada de algas, muy troceaditas, al estilo chino. Y se la sirvo a Sé. Entonces podemos hablar tranquilamente de los pliegues intestinales de la ballena. Hablamos de construir allí un jardín de infancia. De abandonarlo todo y venirnos a vivir aquí. Pero aquí, dice Sé, sólo hay grasa. No necesitamos otra cosa, amor mío. Yo he tratado de convencerla en numerosas ocasiones. Pero ella no dice nada. Me mira con sus ojitos de gata, lánguidamente. Y me siento perdido por ella.

martes, 9 de septiembre de 2014




El alegre bebedor. Frans Hals, hacia 1627.

Frans Hals es el artista más destacado de una familia de pintores. Hijo de pintor, hermano de pintor y padre de pintor. Según he leído en algún lado, su hermano Dirck era, digamos, un pintor que exhibía una mayor libertad en cuanto a los temas. Dirck Hals pintaba escenas burguesas, interiores, que a mí me recuerdan un poco a los interiores de Jan Steen.

Es probable que Frans, en vida, fuese el menos notorio de la familia. Se especializó. Fue pintor de retratos y nada más. Aunque también he leído que admiraba a otro especialista, pero en bodegones, Pieter Claesz.

No he encontrado grandes certezas en su biografía. Se sabe poco, como sucede con Vermeer. Lo que permite elucubrar. Atribuirle cosas que probablemente sean falsas, como el alcoholismo que llevó a la ruina económica a su familia y los malos tratos a su primera mujer.

Estuvimos en la ciudad de Haarlem siguiendo el rastro de Frans Hals en las guías. Allí se encuentra un museo que lleva su nombre; aunque contiene más obras de otros pintores locales, bastante mediocres algunos, a mi modo de ver, que del propio Frans Hals. En ese museo hay varios retratos de grupo pintados por Hals, de las llamadas "milicias cívicas", muy valiosos. Aunque los retratos de grupo no son lo que prefiero. Me gustan más algunos de sus retratos individuales.

Frans Hals fue un "profesional" del retrato. Pintaba por dinero. Con habilidad y pulcritud, al principio. Y con extraordinarias rapidez y soltura al final. Su "defecto" es lo que le ha dado relevancia. Ese carácter inacabado que tienen los rostros, las manos, los detalles. La forma en que solucionó algunos de sus retratos (especialmente los de los personajes menos "nobles") prefigura la entrada en la modernidad de los Manet y otros. En ocasiones, viendo alguno de sus cuadros en el Rijksmuseum nos parecía contemplar una imagen que podría haber pintado el mismísimo Velázquez.

Hals era unos quince años más viejo que Velázquez. El holandés no tenía la cabeza tan bien armada como el sevillano a la hora de realizar juegos conceptuales. La pincelada velazqueña es mucho más brumosa, no tan seca como la de Hals. Pero a veces hay en los dos una misma actitud hacia el retratado. Una mezcla similar de distancia y piedad.

El alegre bebedor está en una de las salas del Rijksmuseum. Curiosamente, junto a un magnífico bodegón de Pieter Claesz. Creo recordar que también hay un Van Dick por allí cerca. Como si Frans Hals fuese la síntesis de ambos. El rigor de Claesz y la elegante libertad de los bustos de Van Dick.

A mí me gusta mucho El alegre bebedor, pero no más que otros de sus cuadros, todos similares a un nivel conceptual, y de facura similar también, como La cíngara o El bufón tocando el laúd. Retratos de medio cuerpo, gesticulantes, un poco histriónicos. Como Velázquez, Frans Hals fue un retratista abierto a todos los tipos humanos. Empeñado en capturar su naturaleza profunda. Su honorabilidad.

Hay temperamentos, como Goya, que parecen degradar al retratado. Con eso de indagar en la psicología se aproximan a la caricatura. Hals, al contrario, construye una dignidad en sus personajes, un orgullo, una decencia.

Frans Hals está enterrado en la Catedral de San Bavón, en la misma Haarlem. Había que pagar para entrar. Nos parecía cara la entrada, no recuerdo cuánto nos pidieron. Pero dando una vuelta, después de saborear unos arenques crudos, típicos de allí, en un puesto ambulante, encontramos una de las puertas de la catedral abierta. Asomamos el hocico y un tipo nos dijo que podíamos echar un vistazo rápido. Decenas de nombres, ilustres tal vez, grabados en las piedras adoquinadas del suelo. No encontré el nombre que yo buscaba.

Nadie sabe, según nos dijeron, el lugar exacto del nacimiento de Frans Hals. El museo de Haarlem está ubicado en un antiguo asilo de ancianos en el que, tal vez, pasó sus últimos días.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Ocho de septiembre

Escribir ocho de septiembre

Sudor y sangre en
Las aulas

Hueles mal, dúchate
Dice D

Me he duchado, contesto

Pues dúchate otra vez

domingo, 7 de septiembre de 2014

Siete de septiembre

Buscar una farmacia de guardia

Esquivar escrementos en
Las aceras

Buscar la sombra

Cruzar un paso de cebra

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tres de septiembre

D juega con un globo de goma

Zapatos de niño y juguetes
Por el suelo, en completo desorden

Botellas vacías

martes, 2 de septiembre de 2014

Dos de septiembre

Escribir dos de septiembre

Saludar a gente, caminar
Por una calle

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