viernes, 29 de noviembre de 2013




Primogénito de una familia de clase media valenciana, obligado a estudiar en un colegio religioso y adoctrinado por su padre para ser un hombre de provecho, la voz del protagonista pronto descubre al rebelde que lleva dentro. Ni doctorado en Yale o Harvard, ni novio de falleras mayores, ni encantador como su hermano, ni convencional como sus padres: estudiante de Bellas Artes, con período nihilista incluido, oposiciones aprobadas y profesor de secundaria en institutos públicos como castigo divino. Con una banda sonora propia, personalísima, a lo largo de varias décadas, esta voz, a veces dolorosamente sincera y certera, otras extravagantemente oscura, salta por la cronología de toda una vida tirando de recuerdos y reflexiones.

Con ciertas influencias de las novelas de Amelie Nothomb, José Morand se estrena en el género de la autoficción con esta Devuélveme mi noche rota. Un itinerario cronológicamente errático, vertebrado a partir de la música de su vida, el autor evoca recuerdos y reflexiones a partir de canciones y cantantes, de melodías y orquestas, de géneros y modas. Pero, inconformista hasta en la estructura de su novela, José Morand también se rebela cuando percibe la pauta de una canción por capítulo y dice que, en realidad, la música no es más que una excusa, que lo que a él de verdad le gusta es divagar. Y esa es la norma, lector, no te acomodes porque esta no es una lectura plácida, un viaje cómodo, sino un tour sideral preñado de turbulencias.

Divagaciones o no, la prosa de Morand seduce al lector desde el principio por su estructura concisa, casi de telegrama, siempre contundente. Sujeto, verbo y predicado, el protagonista escupe sus verdades y sus miedos a ritmo incansable. No importa lo mucho o poco que el lector empatice con el personaje (tendrá sus más y sus menos, eso seguro), o con su banda sonora, porque es la manera de narrar lo que va a arrastrarle de página en página, siempre curioso, siempre pendiente de las vacilaciones vitales, de la rabia, de los recuerdos desordenados y abruptos de este personaje singular y vulnerable.

Divertido (una inquietante nota de "te veo esta noche" en una pensión de mala muerte), suicida (la vida mata de su época santiaguista), conmovedoramente tierno y generoso (cuidando de su hijo), amargado (la enseñanza a su pesar), parte de una generación entera marcada por las inundaciones y los zombis de Thriller, José Morand todavía tiene aliento para carreras por las calles de Nueva York en busca del fantasma de Marcel Duchamp o descripciones tan hermosas como las de un paisaje de domingo con un violinista callejero. El autor modifica sus pinceladas precisas según el recuerdo y el momento, según la canción que suena, dolorosamente consciente de sus limitaciones para captar esos momentos.



http://serendipia-monica.blogspot.com/2013/11/devuelveme-mi-noche-rota-de-jose-morand.html



A través del invierno invocamos la primavera,
toda la primavera llamamos al verano,
y cuando ya resuenan los setos rebosantes
declaramos que lo mejor es el invierno.
Y después nada hay bueno
porque la primavera no ha venido.
No sabemos que aquello que perturba nuestra sangre
es sólo su nostalgia de la tumba.

lunes, 25 de noviembre de 2013




Estamos ante un diario escrito (a veces en papel y otras en un blog) por un profesor de Dibujo Técnico de secundaria. Tiene cuarenta años, un niño pequeño, una esposa y un trabajo que odia profundamente. Sí, nuestro protagonista odia su trabajo. Es más, odia el sistema educativo e incluso a sus alumnos. No soporta la idea de llegar al instituto e intentar enseñar a un alto porcentaje, porque alguno se salva, de alumnos que no tienen el mínimo interés por sus enseñanzas. ¿Es o no es algo frustrante?

Y esta situación es la que lleva a nuestro protagonista a ser un auténtico hipocondríaco, asocial y rutinario. Porque esa es otra de sus señas de identidad: las rutinas. Siempre realiza las mismas acciones: levantarse temprano para llevar al niño a la guardería y dirigirse al instituto. Es tan rutinario que incluso repite siempre el mismo desayuno: Coca-Cola light con rosquillas. E incluso es fiel todos los lunes a comer en un más que dudoso, por la calidad de su comida, restaurante.

Nuestro protagonista decide escribir, primero en folios o donde pille y más tarde, deduzco, en un blog, para poder plasmar sus angustias e intentar que el tiempo que pierde, sin hacer nada productivo, no sea un tiempo tan malgastado.

Entiendo que la narración tenga que ser caótica, pues nuestro personaje principal así lo es. Y es que está hablando de algo, lo que sea, y de repente se pasa a otro tema. Insisto en que entiendo que esto forma parte del personaje, pero no he podido evitar perderme en más de una ocasión.


Todo el libro está escrito en primera persona, con un lenguaje directo y fácil. No obstante, hay pasajes que se hacen un poco pesados... y es que no me apetece nada leer la transcripción que hace, casi literal, de los prospectos de los medicamentos que se tiene que tomar. Tampoco me ha gustado la descripción detallada que hace del acto de defecar y de cómo son sus deposiciones...


Simplemente, nuestro profesor necesita desahogarse con alguien... y para eso escribe, para ser escuchado.



http://quilu-vamosaleer.blogspot.com.es/2013/10/rutina-y-adicciones.html
Beso alegre, descuidada paloma,
blancura entre las manos, sol o nube;
corazón que no intenta volar porque basta el calor,
basta el ala peinada por los labios ya vivos.



sábado, 23 de noviembre de 2013




¿Qué tiene el libro de ti? ¿Tiene algo autobiográfico?

El libro es completamente autobiográfico. Creo que se nota. He querido reducir al máximo el artificio literario. Aunque, como bien sabes, esto resulta imposible. Conforme lo escribía me daba cuenta de que el artificio resulta ineludible; por lo que tuve que conformarme con tratar de minimizarlo.

Por otro lado, una vez escrito, me di cuenta de que el punto de vista no es exactamente el mío. El libro está escrito desde un punto de vista sobredimensionado. En todo momento tiendo a la exageración, a hiperbolizar las anécdotas. Esto ha ocurrido de un modo inconsciente. No creo ser una persona tan neurótica y desastrosa como la que aparece en el libro.


En el libro vuelves del pasado al presente dando saltos en el tiempo. ¿Cómo fue ese proceso de escritura? ¿Qué capítulo te resultó más difícil de escribir?

En cierto modo, el libro es un ejercicio de memoria. La memoria, según creo, actúa siempre de manera desordenada. Recordamos con mayor intensidad las anécdotas que más nos impresionaron, independientemente de que sucediesen antes o después.

Como ya te he dicho, he pretendido minimizar el artificio literario; por lo que no me interesaba nada ordenar las cosas en un sentido cronológico. A lo que sí he jugado, contradictoriamente, sin embargo, es a no repetir de manera consecutiva anécdotas muy cercanas en el tiempo.

La clave del libro, como sabes, es la lista de discos. Los discos vertebran el texto permitiéndome "rescatar" las anécdotas. Al final, inevitablemente, tenemos una historia. La historia de un tipo que ha fracasado en un par de relaciones anteriores, que no soporta su trabajo, tiene un hijo que acaba de ser hospitalizado y está convaleciente.

El proceso fue una especie de juego. Jugué a encontrar qué discos, qué música me serviría de soporte. Es decir, qué música estimulaba la nostalgia, el recuerdo.


"Devuélveme mi noche rota" es un título bastante llamativo pero que una vez que lo lees te das cuenta de que el protagonista tuvo más de una, si pudieras introducirte en un capítulo, el que tú elijas, ¿qué noche cambiarías por una noche perfecta?

El título, como puedes comprobar, está tomado del primer verso de una canción de Leonard Cohen llamada The Future. Como dices, algunos capítulos narran anécdotas que sucedieron de noche. Pero no es un libro sobre la noche.

Yo no sabría decir exactamente a qué se refiere Cohen con su canción. El cantante y poeta suele emplear el lenguaje de un modo simbólico, no literal. Para mí la noche representa una región oculta, oscura, de nuestra memoria. En ese sentido, pretendo del libro que me "devuelva" a esa región; que me permita descubrir cosas de mí mismo que no conocía, al menos no de forma consciente. Supongo que este es el objeto de toda escritura; o debería serlo.

La noche es una noche "rota", subrayando así el sentimiento de pérdida, de lo no recuperable. Para mí es importante esta idea: el tiempo nos destruye, vivimos asimilando pérdidas, de manera continua e inexorable.

No obstante, creo que no cambiaría nada. Nunca me lo he planteado. No existen las noches perfectas. Sólo existen noches rotas, noches que se consumen y en las que desaparecemos. No, no cambiaría nada.


Los capítulos son nombres de canciones y de cantantes o grupos que marcaron una etapa en la vida del protagonista. ¿Cómo hiciste esa selección? ¿ Por qué elegiste estas y no otras?

En cierto modo, ya te he contestado a esta pregunta. El juego consistía en encontrar qué discos o músicas me remitían directamente a una anécdota determinada. Supongo que a ti también te sucede, sin duda con otros discos o músicas: escuchas una canción y, de súbito, recuperas de una manera muy vívida algo que te sucedió hace tiempo, cuando esa música te impresionó. Creo que esto sucede sobre todo con la música; y especialmente con la música popular, la que se comparte, la que forma parte de nuestros ritos sociales y queda marcada en la memoria de nuestra juventud.

Marcel Proust, como sabes, lo hizo con un bollo. El sabor de un bollo nos remite al pasado. Escuchar determinada música, también.


Cuando finalizaba cada capítulo iba a youtube y buscaba la canción y el grupo que allí nombrabas y he descubierto mucha música desconocida para mí (cosa que te agradezco). ¿Qué tiene la música de antes que das a conocer en tu libro que no tiene la actual?

Que fue la música que me impresionó en una época en la que yo era impresionable. No hay vuelta de hoja. No existen significados ocultos. Como te digo, la lista de discos y canciones es absolutamente personal. Cada uno tiene la suya. Música de cuando uno empezaba a salir y a conocer chicas. Música de cuando uno se ha sentido especialmente solo. Música de celebración, de éxtasis, de borracheras y excesos.

Supongo que se trata de una cuestión generacional. La mayor parte de esta música, para alguien como yo, que ya sobrepasa los cuarenta, pertenece a finales de los ochenta y principios de los noventa. Supongo que esto es algo por lo que debo disculparme.


¿Qué canción fue la detonante para escribir "Devuélveme mi noche rota"?

Desempolvando mis discos, encontré por casualidad el primer título que aparece en el libro, On Fire, de Galaxie 500. Lo escuché de nuevo después de más de diez años. Recordaba que me gustaba mucho cuando yo era sólo un veinteañero. Escucharlo, como digo, me transportó a otra época. Me hizo recordar mil cosas. Mi primer tocadiscos. Mis primeras salidas y borracheras. La excitación de pensar que estás descubriendo algo significativo, algo que te singulariza, que te va a marcar. La juventud, en definitiva.

En realidad, escribir el libro me ha servido para evidenciar que todo aquello no fue más que un bluff. Nada había importante o significativo. Lo único que persiste, como digo, es el sentimiento de pérdida, de que todo ha sido fútil e intrascendente.


Como lector, ¿qué tiene que tener un libro para que te enganche? Y como amante de la música, ¿qué tiene que tener un buen disco o BSO para que te emocione?

Como lector casi nunca me "engancho" a un libro. Es decir, el suspense y las tramas literarias no suelen interesarme. A mí me estimulan las poéticas; el enfoque de un libro, la perspectiva bajo la que ha sido escrito. Descubrir a un autor, sus obsesiones, su sentido del humor, sus ideas, sus debilidades... No soy tanto de libros concretos como de autores. Cuando descubro a un autor que me interesa suelo buscar todo lo que ha escrito. Hasta que me canso y paso a otro.

En cuanto a la música, supongo que me suelen emocionar sus cualidades nostálgicas. La melancolía en la música me produce una especie de ebriedad. Me dejo envolver muy fácilmente por la música melancólica, triste. De alguna manera, me hace sentir acompañado. Al escucharla, sé que hay alguien que se siente igual que yo. Igualmente derrotado y triste.


¿Quisieras añadir algo más a esta entrevista o decir algo a los seguidores del blog?

Decía un escritor llamado, curiosamente, Luigi Pintor que los libros les sirven sobre todo a quienes los escriben y no tanto a quienes los leen. Yo creo que Pintor se refiere fundamentalmente a los libros a partir de determinada época. Se ha perdido la objetividad literaria que tuvieron los clásicos, según creo. De modo que ahora el lector necesita empatizar de una manera muy concreta con la persona que ha escrito un libro. Yo ni siquiera soy capaz de considerarme un "autor"; sino alguien que, en un momento determinado, escribe algo. No obstante, si consigo que haya alguien, ahí afuera, que haya sentido alguna clase de empatía por lo que se cuenta en mi libro voy a sentirme satisfecho. Gracias.


http://www.soycazadoradesombrasylibros.com/2013/11/devuelveme-mi-noche-rota-jose-morand.html






viernes, 22 de noviembre de 2013

Este es el punto más interesante de Rutinas y adicciones, la autobiografía de alguien que no se está hundiendo, por más que en algún momento lloriquea por varias cosas, todas ellas sin importancia como él mismo reconoce, pero que se ha propuesto saber que jamás echará a volar.

Construye un narrador con el que no simpatizas, no odias, pero al que más o menos comprendes.

Por un lado tienes a un narrador con familia que te habla de su mujer y su hijo con una frialdad pasmosa, acorde con el tono del personaje. Es más, sólo se refiere a ellos por sus iniciales y sólo muestra algo de amor por su hijo en el temor a que enferme gravemente. Pero, de repente, nombra a un profesor, sólo uno, y habla con él y muestra cierta simpatía. Se diría que es porque ve en él su futuro yo, pero no queda para nada claro.

Así que la abulia, el aburrimiento, cierta náusea sartreana son la constante pero, he aquí la gracia, sin ningún agujero a la vista.



http://www.cultudelia.com/rutinas-y-adicciones-de-jose-morand/

martes, 19 de noviembre de 2013




La tempestad. Giorgione, hacia 1508.

Giorgione es un pintor misterioso, oculto. Su importancia en la Historia es tangencial: como influencia, como maestro de otros pintores mucho más reseñables. Tiziano y Sebastiano del Piombo, fundamentalmente. Fue pintor de pocas obras, de corta existencia. Dado a la vida alegre. Juerguista y borrachuzo. Aficionado a cantar y tocar el laúd, al parecer, según Vasari.

Se sabe poco de Giorgione. Parece que le importa poco su oficio de pintor. Más interesado, tal vez, en cultivar generalmente una sensibilidad extraordinaria, basada en la sensualidad y en la belleza sutil, el gusto por lo delicado y lo etéreo. En efecto, Giorgione es un artista muy poco consistente; tanto a nivel formal como conceptual. Ni siquiera resulta bien armado intelectualmente, al contrario que Leonardo da Vinci, otro pintor hipersensible. Tal vez porque uno adivina pronto sus carencias, Giorgione es un pintor que cansa, se agota, deja de interesar a las primeras de cambio.

Giorgione es un pintor-puente, que da paso a la pintura de los grandes venecianos. Me gustó mucho, de joven. No entiendo por qué vuelvo a escribir sobre él. Por nostalgia, tal vez. O porque a pesar de las excelencias evidentes de los Tiziano, Tintoretto y demás, ninguno de ellos pintó una cosa tan extrañamente delicada como La tempestad.

Recuerdo haber comprado una novela de un escritor infame porque en su portada aparecía una reproducción de este cuadro. No me acuerdo de la novela. El escritor tuvo una buena idea: supo enmascarar su mediocridad con una imagen indescifrable como La tempestad. Pensando tal vez que el misterio es capaz de trasferirse, como por ósmosis, de la portada al interior del libro.

Como ha pasado con otros cuadros importantes, el título no pertenece al autor de la imagen. No se sabe cómo hubiese titulado Giorgione su pintura. Se ha llamado La tempestad por la tormenta que aparece al fondo, como una amenaza que se cierne sobre los dos personajes principales, una mujer y un hombre. Mujer desnuda y hombre vestido: un clásico de la pintura que nos remite, siglos después, al célebre El desayuno en la hierba, de Manet.

Pero Giorgione no es un moderno. No creo yo que quisiera escandalizar. No hay un erotismo explícito o escandaloso en su misteriosa imagen. Los eruditos de la pintura han encontrado varias interpretaciones en la mitología antigua y clásica. Mercurio e Isis. Tal vez Paris y Enone. Inclusive, Adán y Eva. No obstante, algo se les escapa a los eruditos; algo que tiene que ver, creo yo, con la ingenuidad del pintor y con el azar.

Más allá de la literatura que le da origen, La tempestad yo creo que ha sido obra del azar. O, lo que viene a ser lo mismo, del capricho de un pintor hipersensible y sombrío. La mujer desnuda amamanta un niño; agazapada en un entorno natural, paisajístico, como un aminal salvaje. Parece mirar al espectador, desconfiada. El hombre vestido, al contrario, permanece erguido, digno, observando la escena a una cierta distancia. ¿Por qué Giorgione ha separado tanto las dos figuras? ¿Por qué la figura del hombre vestido se distancia tanto de la de la mujer desnuda?

A mí esa distancia y la posición de las figuras me recuerda a La violación, de Edgar Degas. En ambos cuadros un hombre erguido, altivo, acecha a una mujer agazapada, ¿humillada? En ambos cuadros entra en juego la distancia entre las dos figuras, el hombre y la mujer. En ambos se representa una tensión entre las dos figuras, una clase de amenanza. En ambos la amenaza es indeterminada, ambigua.

Recuerdo haber visto el cuadro de Giorgione al natural, cuando yo era un estudiante de Bellas Artes viajando por Italia. Está en Venecia, en la Galería de la Academia. Recuerdo que me impresionó su tamaño; inferior a un metro por cualquiera de sus lados. Esperaba un cuadro de formato mayor, como las grandes imágenes de Tiziano. La tempestad es una cosa pequeña que cautiva por su pequeñez y delicadeza. Pertenece a una estirpe de cuadros tímidos, huidizos, secretos. Giorgione, a mi modo de ver, fue un pintor silencioso que pudo haber alcanzado mayores cotas artísticas, como Vermeer, si hubiese tenido un carácter menos disperso. Giorgione fue un pintor con tendencia a lo íntimo en una época en que no se permitía lo íntimo. Tal vez en eso consiste su encanto y su misterio; en no haber sabido concretarse, en mantenerse en una región indeterminada. Con conexiones en todas las épocas de la pintura.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste, cuando vuelve a casa después de trabajar se pregunta si es posible que aquella prostituta (¿cómo se llama?) y él mismo estén forjando una verdadera amistad. Le parece una situación absolutamente irreal. La chica entra en la estación de servicio y empiezan a hablar como si se conociesen de toda la vida. No le cuesta nada contarle sus cosas (ya recuerda, la chica se llama Oriana). Por lo pronto, para él supone un aliciente a la hora de afrontar una nueva jornada de trabajo. A la salida suele estar ella por los alrededores, cuando no ha subido al coche de alguno de sus clientes. Si la ve, se saludan y, en ocasiones, se sientan en el bordillo de una acera para fumar un cigarro. Es el momento más agradable del día. Oriana es dulce. Parece indefensa, afligida. Le resulta inverosímil que una puta sepa de libros. Que ella hable de Onetti de esa manera, con cierta autoridad. Tal vez algún día se atreva a hablarle abiertamente de sus esculturas. De su relación con sus esculturas. De lo que espera lograr con sus esculturas. Alonso Sánchez se detiene a pensar. Ni siquiera él es consciente de lo que espera lograr con sus esculturas. No sabría decir si realmente desea mostrarlas. Alonso Sánchez piensa que si supiera a ciencia cierta que pueden interesar a alguien, no le importaría mostrarlas. En ese caso no le dolería tanto exponerlas. Pero no es así. No existe el medio ambiente ideal para sus esculturas. No soporta la incertidumbre que suscitan. Las hace en cierto modo porque tiene que hacerlas; porque no puede evitar hacerlas. Si esas esculturas no ocupasen un lugar central en su vida, todo se derrumbaría. Eso piensa Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste. Vuelve a su solitaria casa y se ve de nuevo rodeado de sus calaveras o, como él las llama, sus bastones. Ya ha acumulado muchos de esos bastones. Ha de empezar a pensar qué hacer con ellos.

De pronto, le asalta de nuevo un pensamiento sobre Oriana. ¿Estará en peligro? ¿Estará siendo maltratada? ¿Se habrá acercado a él para que le ayude? No puede ser. Ni siquiera le ha insinuado tener una relación sexual. Su interés por él parece de otra naturaleza. En cierto modo, piensa Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste, ambos se han reconocido. Son en alguna medida iguales. Están, en efecto, igualmente atrapados. Se calman, el uno al otro. Se hacen compañía, aunque sea cinco minutos al día. Cuando él sale de la estación de servicio siempre espera verla, encontrarse con ella, fumarse el último cigarro de la jornada con ella. Luego se va a su casa y siente una enorme tristeza cuando ella agita el brazo para despedirse. ¿Qué le resta a ella? ¿Qué clase de vejaciones tendrá que soportar antes de que pueda largarse a descansar? Alonso Sánchez piensa que ni siquera sabe dónde vive Oriana, en qué parte de la ciudad, con quién. No sabe nada. Sin embargo, no puede dejar de pensar en un gesto que ella hace. Una mueca sutil, como una media sonrisa. Oriana busca con esa mueca la aprobación de él, cuando están hablando de algo concreto. Ella parece asentir. Mira de medio lado, como con timidez. Pero hay más; esa especie de sonrisita invita a algo y, a la vez, esconde algo. Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste, cree que necesita protegerse de Oriana. Lo cree en serio.

jueves, 14 de noviembre de 2013




Lara Moreno ha escrito un libro
sobre irse a la mierda
titulado Por si se va la luz.

Uno siempre ha estado pensando
en esas cosas. Largarse. Abandonar.
Dejar cosas. Dejar personas.
A menudo se lo digo a mi mujer:
Vayámonos de esta puta ciudad.
Vivamos en aquel pueblecito de monta-
ña en que naciste.
A la mierda con todo: el trabajo
que nos agobia, los coches,
el estúpido piso en que vivimos
como en un colmenar.
Me falta el aire, le digo
a mi mujer. Esto no es vida.
No es nuestro el guión.

Ella entonces me mira
como si yo fuera idiota.
Y, poniendo en práctica el oscuro
materialismo propio de algunas mujeres,
me dice: Tienes que aprender
a conformarte.
Y después comienza
a enumerar, una vez más,
toda una retahila
de argumentos
que desmontan, sin piedad,
mi frágil anhelo:
De qué viviríamos.
Qué sería de nuestros hijos.
Si cayésemos enfermos, adónde
acudiríamos...

De modo que uno intenta coger el sueño
con el mantra que sin piedad le ha sido dictado:
Has de aprender a conformarte, has de aprender
a confor...

lunes, 11 de noviembre de 2013

Sólo bordes encuentro. Sólo el filo de voz que
en mí quedara.
Como un alga tus besos.
Mágicos en la luz, pues muertos tornan.








En The Wire los polis son el clasicismo;
los traficantes, la modernidad.

jueves, 7 de noviembre de 2013




El libro nace del libro. Las palabras van tirando unas de otras. Digamos que en esa fase inicial lo único que tengo claro es el sueño del libro. Intuyo el efecto emocional que su lectura causaría en mí, en el supuesto de que existiese. Pero todavía no existe. Tengo, pues, que inventar la historia para que produzca ese determinado efecto, y no otro. Cuanto más me acerque a mi sueño, más cerca estaré de conseguir mi propósito y quedarme tranquilo.
Hay que desarrollar un oído finísimo, un oído de músico, para aprender a escuchar y respetar las necesidades de la escritura, que no siempre tienen que coincidir con las nuestras. Silencio. Si uno se calla y escucha con atención el tiempo suficiente, verá cómo el libro habla. Se dirige a nosotros en voz baja, llamándonos por nuestro nombre, y nos susurra algo al oído. La historia pide cosas y nosotros debemos dárselas. Es una relación de mutua dependencia. En todos los sentidos es una relación, como ya he insinuado, amorosa. Aprender qué es beneficioso y qué es perjudicial para lo que estamos narrando es, precisamente, el camino que nos conducirá a nuestro sueño de llegar a convertirnos en escritores.
Así pues, yo no parto de una historia definida, con personajes nítidos y una acción trazada con tiralíneas, sino del deseo de que haya una historia (subrayo esto). Escribir, para mí, es tener ganas de escribir. Ganas de que haya algo donde antes no había nada. Ganas de llenar un hueco. De cubrir un vacío. De salvar del olvido algo, algo pequeño, irrelevante, de poco peso, como el color del cielo una tarde, el traje arrugado de Sergio o un reflejo rojizo en la melena de Paula. Cualquier cosa. Soy muy visual (lo era ya antes de dedicarme a escribir; mi primera vocación fue la pintura), por lo que siempre necesito apoyarme en imágenes. Todo lo que he escrito hasta ahora, bueno o malo, está perforado por una mirada, la mía, y confío en que el temblor de esa mirada aporte intensidad a la prosa.
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
-El pie breve,
la luz vencida alegre-.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.



miércoles, 6 de noviembre de 2013

Coincidimos en un piso de estudiantes a mediados de los noventa. Era feo y alegre. Yo guapo y triste. Le gustaba el Real Madrid y jugar a las cartas. Siempre jugaba a las cartas. Fumaba mucho. Gran nariz. Su jovialidad y mi decaimiento no congeniaron. Su deformidad y mi apostura no congeniaron. Yo luego me puse a estudiar oposiciones. Mucho tiempo estudiando oposiciones. Su familia era notablemente influyente. Mi familia no lo era. No pudo terminar sus estudios. Se pasaba el tiempo con la cartas, ya lo he dicho. Era un vago. Yo muy trabajador. Ni siquiera le gustaba leer. Yo estudiaba a Bukowski. Todo Bukowski, de cabo a rabo. Le gustaba Mecano. Mecano arriba y abajo, a todas horas. Yo escuchaba a John Cale. Ojo, no el de la Velvet. El otro, el cutre. El country. Puto Bukowski. Me encanta Bukowski. Me gusta mucho decir "Puto Bukowski". Puto Bukowski. Puto Bukowski. Putobukowski. Ups. Se me juntan las palabras. Me gusta. Queda guay. Putobukowski. Putobukowski. Putobukowski. Bukowski come de mi mano. Sigo: me fui a trabajar lejos. Dejamos de vernos. Nos hemos saludado algunas veces. Se puso a trabajar en Canal 9, por enchufe. Me fastidiaba un poco que hubiese conseguido ese empleo de ese modo. No hizo nada para merecerlo. Tiene mi edad. Dos hijas. Media vida trabajando en Canal 9. De administrativo, creo. O directivo. A saber. Puto Bukowski. Putobukowski. Putobukowski. Putobukowski.


Siento el mundo rodar bajo mis pies,
rodar ligero con siempre capacidad de estrella,
con esa alegre generosidad del lucero
que ni siquiera pide un mar en que doblarse.

Todo es sorpresa. El mundo destellando
siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo,
que es ese pecho enfebrecido y ávido
que sólo pide el brillo de la luz.

La creación riela. La dicha sosegada
transcurre como un placer que nunca llega al colmo,
como esa rápida ascensión del amor
donde el viento se ciñe a las frentes más ciegas.



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