miércoles, 25 de febrero de 2015




La familia de Alonso Sánchez había llevado una vida relativamente normal. Alonso Sánchez tardó en comprender los delirios de grandeza de su propia madre. Aprendió a enfrentarse a ellos con ironía. La madre de Alonso Sánchez probablemente vivió momentos de esplendor en su infancia y adolescencia. No obstante, la vida que Alonso Sánchez había conocido era la de una familia de clase media bastante vulgar. Alonso Sánchez comprendió posteriormente lo difícil que fue para sus padres salir adelante. Su madre le había contado numerosas veces el sometimiento de su padre a la disciplina de un trabajo que odiaba; en la cadena de montaje de una empresa de cartonajes. Alonso Sánchez nunca había escuchado a su padre quejarse. Lo recuerda saliendo cada jornada, silencioso, discreto y estoico, como era él. Como si no tuviese otra opción. Como si la vida consistiera en sacrificarse de ese modo.

Fue su madre la portavoz de las desdichas de su padre. A través de ella, Alonso Sánchez conoció el sadismo de uno de los jefes de su padre. Siempre hay gente dispuesta a humillarte, decía la madre de Alonso Sánchez. Tu padre es un hombre honesto, tú mismo lo conoces bien. (No era cierto, Alonso Sánchez nunca tuvo la sensación de conocer bien a su propio padre.) Al parecer, uno de los jefes era un antiguo compañero de colegio de su padre. Aquel tipo conoció el noviazgo de sus padres. Inclusive, se interesó por su madre al mismo tiempo que su padre. De manera que se produjo una rivalidad que condicionaría el futuro de su padre, condenado a trabajar en una empresa en la que su viejo compañero de colegio sería uno de los gerentes principales. La madre de Alonso Sánchez le contó a su hijo que aquel tipo, aquel gerente o jefe o lo que fuera, se preocupó todo el tiempo de hacerle la vida imposible a su padre. Le prometió un ascenso que nunca llegaba. Le exigía que trabajase unas horas extraordinarias que nunca le pagaba. Le comparaba con lo peor, evidenciando siempre, sobre él, y en público, una autoridad desorbitada, inhumana. Su padre había sido un hombre sencillo, cuya única ambición era llevar una vida tranquila. Pero, por mucho que uno quiera, no siempre es posible pasar desapercibido.

Alonso Sánchez recordaba a su padre como un tipo de aspecto blando pero firme de actitud. Como si el hombre hubiese asumido pronto su destino. Consciente de que su signo sería soportar los envites de la ambición de los demás. Toda esa violencia irracional que tensa nuestras vidas. No obstante, una amarga tristeza se traslucía en su rostro, en sus ademanes lentos y robóticos. En cierto modo, parecía que la vida no fuese con él. Aparentaba hacer las cosas porque sí, porque hay que hacerlas, porque no existe otro remedio.

En cierto sentido, volver a esa casa, en la que su padre había vivido prácticamente toda su vida, le obligaba a reflexionar sobre aquella figura ausente. Porque su padre, aun después de muerto, era para Alonso Sánchez alguien que no parecía haber intervenido en su vida. Con la perspectiva que da la adultez, Alonso Sánchez elaboró la capacidad de analizar la vida y las actividades de su padre. Los silencios de su padre. La gestualidad de su padre. El dolor de su padre. Los anhelos de su padre. Ahora cree que su padre le había exigido venganza. Alonso Sánchez había sido educado para vengar la existencia frustrante de aquel hombre. Aquel pobre donnadie. Aquel tipo de mirada lánguida que nunca hablaba de sí mismo. Nunca se quejaba, en efecto; pero en sus decorosos silencios había mucho de rabia contenida. Véngame, parecía decirle aquella voz de ultratumba; dales una lección a aquellos hijos de puta.

lunes, 9 de febrero de 2015

Una historia cristalina, cruda e impúdica en la que su protagonista parece arrepentirse de su innata clarividencia, un don que le conduce hacia una soledad inexorable.




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