martes, 30 de agosto de 2016




Los chinos simplifican muy bien. Se dividen en brumosos y claros. La poesía brumosa y la poesía clara. El arte brumoso y el arte claro. La bruma y la claridad son extremos estéticos que podrían explicar perfectamente las cosas de otras latitudes, más allá de China. Durante la Revolución Cultural, los brumosos, también llamados oscuros, fueron censurados y perseguidos, pues se les creía contrarios a la Revolución. La línea clara era mucho más útil en sentido propagandístico. De modo que las dos opciones que tuvieron los chinos para superar la tradición fueron: la bruma, u oscuridad, como línea experimental, con tendencias abstractas, y la claridad, enfocada como exaltación e idealización del trabajo proletario. En el año ochenta y nueve, algunos de los brumosos más relevantes tuvieron que abandonar China, acusados por el gobierno de impulsar las revueltas de Tiananmen.

En China la oscuridad, la bruma, es política. La abstracción es una cosa excesivamente intelectualizada, dedicada a cuestiones formales. La Revolución promulga los valores colectivos. La bruma entorpece la comunicación colectiva, la carga de interferencias. Es decir, la bruma individualiza la comunicación. La hace improductiva, inservible, volcada hacia el interior. Por esa razón la bruma molesta en China. Todo lo contrario que sucede en la poesía y el arte occidentales (al menos en los dos últimos siglos).

En la última novela del escritor inglés Julian Barnes, El ruido del tiempo, sucede una reflexión similar a la que, de manera muy simplificada, yo acabo de hacer. En la novela el músico ruso Dmitri Shostakóvich renuncia a la experimentación formal (en el sentido de las vanguardias europeas), para contentar a Stalin y al régimen bolchevique, que le demandaban tonadas populares para exaltar las virtudes del progreso colectivo. Es decir, según Barnes, Shostakóvich se vio obligado a renunciar a lo que significaba su tendencia natural a intelectualizar su música y a medirse en los niveles de abstracción con los compositores de las vanguardias occidentales. Esto es, Shostakóvich renunció a la bruma por la claridad. Y según Barnes (y esto entra dentro de las especulaciones de la ficción), Shostakóvich sufrió importantes presiones para ello, que fueron agriando su carácter al mismo tiempo que recogía éxitos y condecoraciones de parte del régimen al que estaba complaciendo.

Barnes, como buen artista occidental, está muy a favor de la bruma. Según he leído en alguna parte, no está tan claro que Shostakóvich ejerciese esa especie de viraje en su arte musical tan a regañadientes. La novela de Julian Barnes, simplemente, emite una opinión personal sobre un hecho histórico.

La escritora argentina Gabriela Massuh, en una entrevista, habla de literatura argentina en términos parecidos a los chinos brumosos y claros. Según Massuh, Jorge Luis Borges llegó en algunos de sus textos a una especie de grado cero o vacío, a una especie de nada metafísica (la bruma total). Esta región metafísica (similar a la que en la misma época poblaban los Joyce o Beckett, por ejemplo), anestesia la escritura, la hace inservible para cualquier cosa que no sea el silencio. Según Massuh, después de Borges, César Aira no sale de allí, de la ciénaga metafísica creada por Borges, sino que la puebla de criaturas fantásticas, como una prueba de que, llegado a ese nivel, uno puede hacer literatura con casi cualquier elemento. Lo que no quita que Aira siga siendo un escritor anestesiado. (La literatura como una especie de opio intelectual, elevado, una clase de juego perverso, separado de la realidad.)

Massuh habla de una nueva escena de escritores argentinos que, como ella, tratan de volver a conectar con el lector medio. Una nueva escena de escritores que abandonan la bruma y tratan de abrir una nueva claridad.


jueves, 18 de agosto de 2016




El capullo de la intriga histórica florece
Los dedos ocupados por el discurso se hieren
Los rayos del sol acumulados son propios de la edad
Te abandonas al pasado entre pompas de jabón
Enterrando los instrumentos de la cólera
Un extraño que viene del pasado
Te reprocha desde el espejo
Sin embargo lo que he visto son
Los oscuros cuervos-guardianes
De la ciudad que mueren uno a uno
Los profesores que me enseñan
A respirar y a sentir
Tosen sangre en la sombra de la escritura
Aquel traje que come hacia la fiesta
Junto al eclipse solar y al matrimonio perfecto
Asciende sin canciones.









lunes, 15 de agosto de 2016




Me gusta que no estás loco por mí.
Me gusta que no estoy loca por ti.
Y que el pesado globo terráqueo
no se derrumbe bajo nuestros pies.
Me gusta que podamos ser divertidos
-licenciosos- sin jugar con las palabras,
sin sonrojarnos con esta ola sofocante
al rozar ligeramente nuestras mangas.

Me gusta además que estando frente a mí,
abraces tranquilamente a otra,
sin importarte que yo arda en el fuego
del infierno, por no besarme contigo.
Y que no pronuncies mi dulce nombre
en vano, cariño, ni de día ni de noche...
Y que nunca en el silencio de una iglesia
sonará para nosotros la marcha nupcial.

Te doy las gracias con el corazón en la mano:
Por amarme tanto -sin saberlo tú siquiera-.
Por la quietud de mis noches en calma.
Por lo escaso de nuestros encuentros.
Por los paseos que no -bajo la luna-.
Por el sol que nunca -sobre nuestras cabezas-.
Por no estar loco -¡ay!- por mí.
Por no estar loca -¡ay!- por ti.

viernes, 12 de agosto de 2016




Crucé con paso recto la plaza
la cabeza rapada
para buscar mejor el sol
pero en la estación de la locura
viendo a través de las rejas
a las cabras de expresión fría, me desvíe
cuando vi mi ideal en un papel blanco
como un terreno salino y con cal
me agaché
creyendo que había encontrado
la única forma de expresar la verdad
como un pescado a las brasas, que sueña con el mar
¡viva! grité una vez, carajo
de golpe me creció la barba
enredada como un sinfín de siglos
no me quedó más que combatir contra la historia
y emparentarme con los ídolos
a punta de cuchillo
para no afrontar ese mundo
fragmentado como ojo de mosca
entre libros que se peleaban sin tregua
compartimos tranquilos las monedas
de la reventa de las estrellas
de la noche a la mañana perdí la apuesta
y volví otra vez desnudo a la tierra
encender un cigarrillo silencioso
fue un disparo mortal contra la medianoche
cuando el cielo y la tierra intercambiaron lugares
me colgaron al revés
de un árbol decrépito, como un estropajo
que mira a la lejanía



A ti, que nacerás dentro de un siglo,
cuando de respirar yo haya dejado,
de las entrañas mismas de un condenado a muerte,
con mi mano te escribo.

¡Amigo, no me busques! ¡Los tiempos han cambiado
y ya no me recuerdan ni los viejos!
¡No alcanzo con la boca las aguas del Leteo!
Extiendo las dos manos.

Tus ojos: dos hogueras,
ardiendo en mi sepulcro -el infierno-
y mirando a la de las manos inmóviles,
la que murió hace un siglo.

En mis manos -un puñado de polvo-
mis versos. Adivino que en el viento
buscarás mi casa natal.
O mi casa mortuoria.

Orgullo: cómo miras a las mujeres,
las vivas, las felices; yo capto las palabras:
"¡Impostoras! ¡Ya todas estáis muertas!
Sólo ella está viva.

Igual que un voluntario que le ha servido,
conozco sus anillos y todos sus secretos.
¡Ladronas de los muertos!
¡De ella son los anillos!"

¡Mis anillos! Me pesa,
hoy me arrepiento
de haberlos regalado sin medida.
¡No supe esperarte!

También me da tristeza que esta tarde
tras el sol se haya perdido tanto tiempo
y he ido yo a tu encuentro,
dentro de un siglo.

Apuesto -dice él- que vas a maldecir
a todos mis amigos en sus oscuras tumbas.
¡Todos la celebraban! Pero un vestido rosa
nadie le ofreció.

¿Quién era generoso? Yo no: soy egoísta.
No oculto mi interés si no me matas.
A todos les pedía cartas,
para por las noches besarlas.

¿Decirlo? ¡Lo diré! El no-ser es un tópico.
Y ahora, para mí, eres ardiente huésped.
Les negarás la gracia a todas las amantes
para amar a la que hoy es sólo huesos.
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