domingo, 17 de noviembre de 2013

Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste, cuando vuelve a casa después de trabajar se pregunta si es posible que aquella prostituta (¿cómo se llama?) y él mismo estén forjando una verdadera amistad. Le parece una situación absolutamente irreal. La chica entra en la estación de servicio y empiezan a hablar como si se conociesen de toda la vida. No le cuesta nada contarle sus cosas (ya recuerda, la chica se llama Oriana). Por lo pronto, para él supone un aliciente a la hora de afrontar una nueva jornada de trabajo. A la salida suele estar ella por los alrededores, cuando no ha subido al coche de alguno de sus clientes. Si la ve, se saludan y, en ocasiones, se sientan en el bordillo de una acera para fumar un cigarro. Es el momento más agradable del día. Oriana es dulce. Parece indefensa, afligida. Le resulta inverosímil que una puta sepa de libros. Que ella hable de Onetti de esa manera, con cierta autoridad. Tal vez algún día se atreva a hablarle abiertamente de sus esculturas. De su relación con sus esculturas. De lo que espera lograr con sus esculturas. Alonso Sánchez se detiene a pensar. Ni siquiera él es consciente de lo que espera lograr con sus esculturas. No sabría decir si realmente desea mostrarlas. Alonso Sánchez piensa que si supiera a ciencia cierta que pueden interesar a alguien, no le importaría mostrarlas. En ese caso no le dolería tanto exponerlas. Pero no es así. No existe el medio ambiente ideal para sus esculturas. No soporta la incertidumbre que suscitan. Las hace en cierto modo porque tiene que hacerlas; porque no puede evitar hacerlas. Si esas esculturas no ocupasen un lugar central en su vida, todo se derrumbaría. Eso piensa Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste. Vuelve a su solitaria casa y se ve de nuevo rodeado de sus calaveras o, como él las llama, sus bastones. Ya ha acumulado muchos de esos bastones. Ha de empezar a pensar qué hacer con ellos.

De pronto, le asalta de nuevo un pensamiento sobre Oriana. ¿Estará en peligro? ¿Estará siendo maltratada? ¿Se habrá acercado a él para que le ayude? No puede ser. Ni siquiera le ha insinuado tener una relación sexual. Su interés por él parece de otra naturaleza. En cierto modo, piensa Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste, ambos se han reconocido. Son en alguna medida iguales. Están, en efecto, igualmente atrapados. Se calman, el uno al otro. Se hacen compañía, aunque sea cinco minutos al día. Cuando él sale de la estación de servicio siempre espera verla, encontrarse con ella, fumarse el último cigarro de la jornada con ella. Luego se va a su casa y siente una enorme tristeza cuando ella agita el brazo para despedirse. ¿Qué le resta a ella? ¿Qué clase de vejaciones tendrá que soportar antes de que pueda largarse a descansar? Alonso Sánchez piensa que ni siquera sabe dónde vive Oriana, en qué parte de la ciudad, con quién. No sabe nada. Sin embargo, no puede dejar de pensar en un gesto que ella hace. Una mueca sutil, como una media sonrisa. Oriana busca con esa mueca la aprobación de él, cuando están hablando de algo concreto. Ella parece asentir. Mira de medio lado, como con timidez. Pero hay más; esa especie de sonrisita invita a algo y, a la vez, esconde algo. Alonso Sánchez, el Capitán Pollotriste, cree que necesita protegerse de Oriana. Lo cree en serio.

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