Esta tarde yo he entrado
en un McDonald's
y me he encontrado
a una vieja amiga.
Una de esas viejas amigas
a las que ni siquiera
hace falta saludar.
Con una mirada basta,
medio segundo. ¿Ese tipo es...?, ha debido
pensar. Esa tía es..., he pensado
yo. A partir de ahí,
a disimular. Mi vieja amiga
se ha dedicado a repasar
todas las ofertas del restaurante, una por una;
hasta que, por fin, le han servido
el menú infantil
que estaba esperando.
Entonces ella ha llamado
a una niña pequeña que andaba por allí
y le ha dicho: Ya tienes tu cena,
vámonos a casa.
Me ha llegado el turno.
También yo he pedido
un menú infantil
para mi hijo pequeño.
Esa tía ha envejecido mucho, he pensado.
Alguien me ha reclamado
que abandone el puesto en la cola.
Puede ponerse aquí,
me ha indicado. (Justo el lugar
que ocupaba mi vieja amiga
momentos antes.)
Mientras yo esperaba
me he dedicado a evocar escrupulosamente
mi vieja y alcohólica amistad
con aquella desconocida,
con una mezcla de indiferencia
y nostalgia.