lunes, 22 de septiembre de 2014




Para sobrevivir en esta dicotomía, este dentro y fuera de la ballena, se necesita memoria. ¿No? Creo que sí. Aunque no estoy del todo seguro, pues tan pronto me veo fuera, liberado, olvido las penurias que he pasado dentro. Olvido, inclusive, a quienes me han acompañado y me han dado, en cierto sentido, su amistad: mis amigos los cadáveres A, B, C, D y E. No tienen nombre. Dos de ellos contestaron cuando yo les pregunté por su nombre, pero sin duda mintieron. Ninguno de ellos se llama, verdaderamente, Lorenzo y ninguno se llama Abelino, por supuesto. A mí me da igual, simplemente les he preguntado su nombre para poder orientarme, por si en algún momento soy capaz de reconocer sus voces, personalizarlos. No me es posible en estas circunstancias; aquí apenas hay luz, salvo en algunas partes del interior del monstruoso animal iluminadas por algas y cosas fluorescentes. Gases fluorescentes, inclusive; pestilentes, por otro lado.

Uno es capaz de acostumbrarse a los malos olores. A lo que no se acostumbra uno es a esta especie de desintegración de los testículos: convertidos casi sin advertirlo en inesperados manantiales de zumo de naranja. Y al extraño cosquilleo de los peces revolucionarios que lo único que quieren es beberse el jugo de mis testículos, como si les alimentase de manera definitiva.

Me he dado cuenta de que mi amigo el cadáver D no me llama por mi nombre. Ya puedo yo repetirle que me llamo Jacobo Morteruelo que no se le queda. Parece incapaz de recordarlo. Mi amigo el cadáver B dice que la experiencia le ha dado a entender que aquí dentro nada se recuerda. Entonces, les digo: ¿Cómo soy yo capaz de acordarme de mi nombre? No lo sé, dice mi amigo el cadáver A, tal vez porque tu nombre tú lo has interiorizado y nosotros el nuestro no lo hemos interiorizado. Tu nombre significa algo para ti y para nosotros el nuestro no significa nada. No aquí dentro, en esta oscuridad, soportando estas temperaturas tan altas, febriles a veces, y con esta pestilencia insoportable.

De repente, me acuerdo, ¿y mi mujer? Yo había venido aquí con ella. Habíamos planeado una cena romántica a base de algas y verduras mal digeridas por la ballena. Yo había preparado la mesa, con sus mantelitos de estilo oriental, los palillos chinos, tal y como le gustan a ella, y unos pedazos de carne cruda para mí. ¿No es cierto?, les pregunto a mis amigos cadáveres, que me miran con aire extrañado.

No lo sé, dice mi amigo el cadáver B. Nadie lo puede saber. Tu mujer bien podría ser uno de nosotros. Como ves, al llegar aquí lo primero que te sucede es que tus genitales se convierten en jugo de naranja y se los van bebiendo poco a poco los peces revolucionarios. Desaparecen las diferenciaciones. Nos convertimos en cadáveres, sin genitales, primero, y sin rostro, después. Y sin memoria, por supuesto. La memoria no sirve para nada aquí dentro. Aquí funciona otra clase de supervivencia.

¡Sé!, grito, ¡Sé! ¿Estás aquí?

Nadie responde. Seguramente me están engañando mis amigos los cadáveres. Deben tener una intención oculta; por eso me rodean, por ese motivo me acosan con sus preguntas.

Eres tú quien nos está acosando a nosotros, dice mi amigo el cadáver J. ¿J?, pienso, ¿había un amigo cadáver J? No recuerdo a ningún amigo cadáver J.

Muy bien, no voy a haceros más preguntas. Observaré las cosas tal y como vayan sucediendo y trataré de entenderlas por mí mismo.

Eso está bien, dice mi amigo el cadáver A.

La voz de mi amigo el cadáver A me recuerda a la de Sé. Sin embargo, he prometido no hacer preguntas. ¿Eres Sé?, pienso, sin pronunciarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.