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jueves, 29 de enero de 2015




En ese juego de velos, que no engaños, trampaojos si queréis, el autor, ya desde un título tomado de Leonard Cohen, y en unos minicapítulos (como posts de un blog) que son canciones, se funde en melómano y uno tiende a pensar en un músico literato, cuando estamos ante un ‘plástico’, un pintor, de esos de vuelta de todo que afirman rotundos que el arte ha muerto y si lo dudas te lanza a la cabeza el desnudo bajando la escalera o si lo cabreas mucho, el mismísimo urinario, de Duchamp naturalmente. Y le delata —además de lo que yo sé sobre él— que piensa y escribe en imágenes, en secuencias que para algunos no serán novela, para mí sí, desde luego. Esas secuencias, a veces planosecuencias, son pese a todo más pictóricas que cinematográficas, no sólo por la ausencia de acción, sino por la abundancia de emoción, contenida, que el tipo, el autor, es más bien pudoroso. El caso es que de canción en canción el autor, narrador, José Morand nos cuenta sus rutinas diarias y sus descubrimientos comunes (comunes, porque ahí están, míralos tú a ver si los ves). Las canciones representan a un tipo joven, a un chaval, a un maduro padre de niños pequeños, a un estudiante de ¡te pille! … Bellas Artes.


http://www.lansky-al-habla.com/2015/01/devuelveme-mi-noche-rota-resena.html

martes, 13 de noviembre de 2012






Todo comenzó con El almuerzo sobre la hierba, de Édouard Manet. La modernidad ya estaba en marcha; sin embargo, tal vez ahí se produce el germen de una cierta actitud de vanguardia. El deseo de trasgredir los géneros y las costumbres tradicionales, de provocar a la sociedad biempensante, de buscar los confines, lo no alcanzado o lo nunca hecho, lo nuevo. Como dijo Baudelaire, coetáneo de Manet, en ese cuadro y en toda la obra de Manet se vislumbra el fin del arte, su definitivo aniquilamiento.

Años después, Marcel Duchamp juega al ajedrez con una mujer desnuda. Más allá del jaque a la tradición artística del desnudo femenino, en lo que supone una de las primeras performances fotográficas de la historia, a mi modo de ver, esta imagen dice mucho de la relación de Duchamp con la mujer, el sexo y el placer. Henry Miller juega al ping pong con una mujer desnuda. La performance de Miller, quiero pensar que posterior a la de Duchamp, aunque lo ignoro, nos habla a su vez del enfoque del escritor norteamericano en lo que concierne al sexo. El ping pong es una explicación postrera, de un Henry Miller ya muy viejo, del significado de sus provocaciones.

Hace tiempo leí una biografía de Duchamp en la que se dice que el pintor y artista francés era un gran follador. Un follador indiscriminado, vitalista e insaciable. Yo no lo creo. Marcel Duchamp, en todo caso, sería un sibarita del sexo, alguien de gustos sofisticados, que seleccionaría meticulosamente sus conquistas.

La sexualidad de Marcel Duchamp se me antoja fría, exquisita. El erotismo de Duchamp, con su gusto por los coños rasurados (al parecer, no soportaba el vello corporal), me recuerda a la escuela de Fontainebleau renacentista, a aquella imagen célebre en la que las hermanas d'Estrées aparecen desnudas de cintura para arriba y una de ellas, no sabría decir cuál, le toca sutilmente un pezón a la otra como quien se dispone a probar un caramelo exquisito. El erotismo de Duchamp es de ese estilo. Marcel Duchamp lo intelectualizaba todo, incluso el sexo.

Lo de Henry Miller es otra historia. Marcel Duchamp no puede ser un follador impertérrito y voraz sencillamente porque no tiene cuerpo para ello. Duchamp es un tiquismiquis, alguien demasiado liviano para la fogosidad de la carne. Henry Miller tampoco tiene cara de fogoso, no parece un tipo pasional o romántico. Miller tiene cara de cachondo, de atrevido. Henry Miller es un feo con gracia; parecido a como uno se imagina al mítico Giacomo Casanova. Para follar mucho hay que trivializar el sexo; bajarlo del turbio pedestal del romanticismo. Todo ha sido un juego banal, parece decirnos el Henry Miller jugador de ping pong. Frente a él, una tía guapísima, completamente desnuda, le devuelve la pelotita. La escena es de una ligereza encantadora.

En otro orden de cosas, enlazando con el deseo de subvertir el desnudo femenino, y ya como canónico performer, el artista Yves Klein usaba el cuerpo desnudo de la mujer como si fuese un pincel, para pintar bonitos cuadros azules. Lo de Klein, aunque portador de un simbolismo equiparable a Duchamp o Miller, me parece mucho menos respetuoso con el cuerpo femenino. Yves Klein no sólo muestra, usa. En sus acciones subyace, no solamente la epatante intención de provocar haciendo algo, para aquel entonces, nuevo, sino el sutrato de miles de años de preponderancia masculina.


jueves, 2 de febrero de 2012




A menudo pienso que Marcel Duchamp es el artista más perfecto que nunca haya existido. Es el artista depurado al máximo, liberado de toda carga. El dandy total, a tiempo completo. Leo Stoner, la novela de un hombre medio, normal, y no dejo de pensar en el modelo contrario: el artista, el personaje liberado conscientemente de la carga de la normalidad. La novela de John Williams es magistral definiendo ese cúmulo de pequeñas tensiones que lastran la vulgaridad del hombre medio (importa poco que William Stoner sea un norteamericano de los años veinte, del siglo pasado); no obstante (aún no he acabado de leerla; no conozco el final) no paro de preguntarme por qué no se libra de su carga de una puta vez; por qué no lo abandona todo y persigue su propio spleen parisino; por qué un hombre culto y con un conocimiento erudito de la literatura se aferra a esas minucias que lo estrangulan hasta matarlo en vida. Por qué no todos podemos ser artistas; por qué ya nadie puede serlo, tal vez. Siempre me ha perseguido la figura de Marcel Duchamp; él, su estampa de cabrón liberado de todo. (La obra, más o menos, a estas alturas, ya me da un poco igual.) Duchamp es un poco como esos liberados sindicales que vienen de vez en cuando al trabajo a explicarnos cosas: se les nota relajados, sin ojeras, sin prisas; siempre hablan con ironía, sin indignación. Marcel Duchamp se las apañó toda su vida para ser un liberado del sindicato artístico y, de vez en cuando, explicarnos algunas boutades aparentemente intrascendentes, que luego resultaron ser poderosamente significativas. Por qué el mundo está lleno de stoners y no de duchamps. Ser Marcel Duchamp parece fácil; sólo tienes que no hacer nada, como dijo él, dedicarte fundamentalmente a respirar como mínimo artístico, negar con gracia, vivir con la máxima ligereza. Por qué entonces lo normal es aceptar todas estas cargas, asumir todas estas vulgares angustias, todas estas grandes y pequeñas hipotecas. Yo creo que con Marcel Duchamp se produce la culminación del modelo de artista que comienza con Leonardo da Vinci. Uno y otro se parecen mucho; se dedicaron ambos a alimentar fundamentalmente su prurito interior de artistas, a opinar del mundo con las armas de la plástica y del arte; ambos hicieron poco, lo justo, lo necesario para imprimir su huella; el resto fue elucubración, estudio indiscriminado, ciencia, geometría, poesía y nada, todo y nada. Leonardo le hizo un guiño a Duchamp a través de los siglos, retratándolo (La Mona Lisa y su sonrisita son la viva imagen de Duchamp-Rose Sélavy, de manera innegable); luego Duchamp le devolvió el guiño pintándole un bigotito al retrato y diciendo que "ella tiene el culo caliente", o algo parecido. Entre uno y otro hay un largo recorrido de renuncias, de liberados sindicales, de calculados desprecios al mundo de la normalidad y sus vulgares cargas. Por qué sigue habiendo gente normal; por qué seguimos siendo burgueses hipotecados, cansados de trabajar, aburridos del mundo, después de Duchamp.
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