jueves, 2 de febrero de 2012




A menudo pienso que Marcel Duchamp es el artista más perfecto que nunca haya existido. Es el artista depurado al máximo, liberado de toda carga. El dandy total, a tiempo completo. Leo Stoner, la novela de un hombre medio, normal, y no dejo de pensar en el modelo contrario: el artista, el personaje liberado conscientemente de la carga de la normalidad. La novela de John Williams es magistral definiendo ese cúmulo de pequeñas tensiones que lastran la vulgaridad del hombre medio (importa poco que William Stoner sea un norteamericano de los años veinte, del siglo pasado); no obstante (aún no he acabado de leerla; no conozco el final) no paro de preguntarme por qué no se libra de su carga de una puta vez; por qué no lo abandona todo y persigue su propio spleen parisino; por qué un hombre culto y con un conocimiento erudito de la literatura se aferra a esas minucias que lo estrangulan hasta matarlo en vida. Por qué no todos podemos ser artistas; por qué ya nadie puede serlo, tal vez. Siempre me ha perseguido la figura de Marcel Duchamp; él, su estampa de cabrón liberado de todo. (La obra, más o menos, a estas alturas, ya me da un poco igual.) Duchamp es un poco como esos liberados sindicales que vienen de vez en cuando al trabajo a explicarnos cosas: se les nota relajados, sin ojeras, sin prisas; siempre hablan con ironía, sin indignación. Marcel Duchamp se las apañó toda su vida para ser un liberado del sindicato artístico y, de vez en cuando, explicarnos algunas boutades aparentemente intrascendentes, que luego resultaron ser poderosamente significativas. Por qué el mundo está lleno de stoners y no de duchamps. Ser Marcel Duchamp parece fácil; sólo tienes que no hacer nada, como dijo él, dedicarte fundamentalmente a respirar como mínimo artístico, negar con gracia, vivir con la máxima ligereza. Por qué entonces lo normal es aceptar todas estas cargas, asumir todas estas vulgares angustias, todas estas grandes y pequeñas hipotecas. Yo creo que con Marcel Duchamp se produce la culminación del modelo de artista que comienza con Leonardo da Vinci. Uno y otro se parecen mucho; se dedicaron ambos a alimentar fundamentalmente su prurito interior de artistas, a opinar del mundo con las armas de la plástica y del arte; ambos hicieron poco, lo justo, lo necesario para imprimir su huella; el resto fue elucubración, estudio indiscriminado, ciencia, geometría, poesía y nada, todo y nada. Leonardo le hizo un guiño a Duchamp a través de los siglos, retratándolo (La Mona Lisa y su sonrisita son la viva imagen de Duchamp-Rose Sélavy, de manera innegable); luego Duchamp le devolvió el guiño pintándole un bigotito al retrato y diciendo que "ella tiene el culo caliente", o algo parecido. Entre uno y otro hay un largo recorrido de renuncias, de liberados sindicales, de calculados desprecios al mundo de la normalidad y sus vulgares cargas. Por qué sigue habiendo gente normal; por qué seguimos siendo burgueses hipotecados, cansados de trabajar, aburridos del mundo, después de Duchamp.

4 comentarios:

  1. Porque somos masoquistas, capitalistas y brutalmente dependientes. Cada día más dependientes. De las personas, de la tecnología, del consumo... nos gusta engañarnos a nosotros mismos cercando al amor, a la ciencia o al arte sabiendo a ciencia cierta que ni somos verdaderos artistas ni nuestros inventos valen una mierda y sobre eso del amor, casi ni nos planteamos su certeza o su existencia. A lo mejor sólo es dependencia porque preferimos el arraigo y la posesión al revés que Duchamp, tan efímero y leve, incluso se casó por interés dicen. Hizo bien.

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  2. lo tuyo con Duchamp es idolatría. por otra parte, el mundo sólo puede soportar un mundo reducido de verdaderos artistas, si no sería insufrible; estoy convencido. y con un Duchamp hemos tenido bastante, francamente

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  3. un número reducido...no un 'mundo'

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  4. "un mundo reducido de artistas" me parece bien, lans;

    Duchamp se casó viejo, con la exmujer del hijo de Matisse, pero no sé si por interés o por qué; el tipo bromeaba creo que con la idea de que el suyo era un matrimonio ready-made, por tardío y porque no había tenido que confeccionar él mismo a su hijastro, pues le vino dado y ya hecho

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