jueves, 9 de marzo de 2017
Estoy leyendo un best seller relacionado con el pintor Diego Velázquez. Se titula Velázquez desaparecido. Trata de un librero que compra un cuadro en una subasta, a mediados del siglo XIX, y se empeña en demostrar que el cuadro que ha comprado es de Velázquez. La autoría es dudosa y el empeño del librero le lleva a descuidar su negocio y a arruinarse la vida (abandona mujer e hijos por conservar su Velázquez). El cuadro, un supuesto retrato del rey Carlos I de Inglaterra, se ha perdido. Fue realizado al parecer por Velázquez cuando el rey Carlos, siendo todavía principe, viajó a la corte española a pedir la mano de una infanta. Durante décadas fue considerado un Van Dyck.
El libro se llena de tópicos cuando la autora pretende ensalzar la figura de Velázquez (pintor de pintores). Pero me interesa cuando explica el punto de vista inglés respecto del pintor sevillano, las cortes de Felipe IV y Fernando VII, y, en general, la cosa española.
Resulta curiosa la cantidad de avatares que padecieron los cuadros de Velázquez, tan valorados hoy. Aquella batalla en Vitoria que enfrentó a las huestes del duque de Wellington con las tropas de Pepe Botella, que huía hacia Francia cargado de obras de arte españolas. El aguador de Sevilla abandonado en el campo de batalla y recogido por alguno de los combatientes ingleses. Se explica así que los museos ingleses tengan tal cantidad de cuadros del barroco español.
Entre otras curiosidades, gracias a este best seller me he enterado de que existe una segunda versión del famoso Retrato del Papa Inocencio X, que cuelga precisamente en las paredes del museo Wellington, en la Apsley House. El libro habla muy bien de los equívocos en torno a la autoría e interpretación de gran parte de las obras de Velázquez. Debido a que, como muchos de sus colegas de la época, no solía firmar sus dibujos.
Es cierto que Velázquez comparte ciertas cualidades atmosféricas con Murillo. Sin embargo, hay una severidad en las imágenes de Velázquez que las distancia de las de Murillo. Al mismo tiempo, Murillo tiene una cualidad dulce, empalagosa, amable, de la que carece Velázquez.
El best seller a veces saca conclusiones peregrinas, aunque verosímiles. Como que el segundo viaje que el pintor hizo a Italia, junto a su ayudante Juan de Pareja, supuso una especie de liberación. Al parecer, está documentado que el rey le mandaba cartas solicitando su regreso a la corte. El pintor alargó su viaje todo lo que pudo (unos dos años). Viajó por toda Italia contemplando, de primera mano, la pintura del Renacimiento y Barroco italianos. Realizó numerosos retratos, hoy perdidos. Tuvo una amante y un hijo (Antonio, del que apenas se sabe nada excepto el nombre). La amante probablemente fuese Flaminia Triunfi, pintora; de la que también se especula si sería la modelo de La venus del espejo.
En la Galería Doria Pamphili se conserva el retrato del Papa Inocencio X. Fuímos a verlo, hace años, en nuestro viaje a Roma. Recuerdo aquel museo como un laberinto de estancias en que los cuadros colgaban desordenados, muy juntos, demasiado juntos, quizá. En las paredes repletas de cuadros costaba discernir unos de otros. Muchas imágenes me parecían malas, ennegrecidas, mal conservadas. Y, sin embargo, el retrato del Papa había sido instalado aislado en un pequeño habitáculo en el que apenas dos o tres personas podían contemplarlo a la vez (si no me falla la memoria). Era extraño aquel dispositivo. Parecía que uno fuese a confesarse con el Papa retratado. La imágen aparecía de golpe al entrar en la pequeña estancia.
Ese cuadro de Velázquez no es mi favorito. Es el retrato de un personaje pérfido, indigno. Está maravillosamente resuelto, sin embargo. La velocidad del trazo es extraordinaria. La versión de este cuadro conservada en el museo Wellington, de menor tamaño, podría ser un estudio preparatorio. Aunque tampoco está claro. Si es de la mano de Velázquez, esta primera versión explicaría a mi juicio la rápida resolución del cuadro posterior. En el primer cuadro el ropaje del Papa es más claro. El trazo es dubitativo. El aspecto es más amable; aunque la expresión del rostro resulta muy parecida, casi idéntica. En la versión definitiva todo subraya la crueldad del personaje: la postura, como de aguilucho a punto de abalanzarse sobre su presa; o el color, con un agresivo contraste, casi eléctrico. Nada hay de la blanda decadencia, con un ingrediente humorístico, irónico, de los retratos de la corte española. Aquí el pintor se lanzó a rubricar la perversa actitud del Papa, sin enmascaramientos.
El best seller apunta que, probablemente, pintor y modelo ya se conocían; pues el Papa había residido en Madrid, antes de ser Papa. Se explica así el despojo con que el personaje retratado confiesa al pintor toda su depravación.
Retrato del Papa Inocencio X. Diego Velázquez, hacia 1650.
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No mencionas a la autora de la novela, aunque se puede buscar en google, claro
ResponderEliminarLaura Cumming
EliminarYo sí he visto el retrato de Aspley House. Me parece dudos que sea de Velázquez o una obra preparatoria del de Roma (que yo he visto en Madrid), sino una copia no muy buena
ResponderEliminar...me gusta pensar que es una especie de boceto, porque a veces parece imposible que Velázquez haya pintado algunas cosas de la manera que las ha pintado, como si fueran accidentes, como gestos automáticos... siempre he pensado que eso requiere haberlo ensayado, haberlo preparado o haber tirado a la basura numerosos intentos
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