Veintinueve de noviembre
Colgar recortes de papel en los muebles
Del comedor
Disolver un medicamento en agua
Rascarse la barba
Acostar a V
sábado, 29 de noviembre de 2014
jueves, 27 de noviembre de 2014
martes, 25 de noviembre de 2014

Profe de instituto, tenis televisado, pizza por teléfono, Lou Reed por aquí, Leonard Cohen por allá, por la noche un porrito y una película de Jim Jarmusch: el retrato perfecto del modernillo de esta primera mitad del siglo XXI.
domingo, 23 de noviembre de 2014
viernes, 21 de noviembre de 2014
jueves, 20 de noviembre de 2014

Los gases de mi cuerpo producen enormes burbujas de colores. Dependiendo de dónde procedan; las burbujas que salen de mi cabeza son amarillas, las de mi abdomen azules, las de la espalda plateadas y las que salen de las extremidades de un tono marronoso, rojizo, como de arcilla. En un primer momento me da la sensación de estar desintegrándome. Me escuece la piel y creo estar corroyéndome a causa de alguna clase de ácido, procedente tal vez de los jugos intestinales de la ballena. Es el fin, pienso. Pero es un fin muy bonito, colorido, festivo.
A cada burbuja la piel parece debilitarse. Y, a la vez, se hace un poco más sensible. Entonces, de súbito, recuerdo que he llegado aquí con mi mujer. Ella está junto a mí. Me mira con su mirada blanca, confiada. Sin necesidad de pronunciar nada, mi mujer me habla. La puedo escuchar, lo sé. Dice cosas incomprensibles. Me está hablando en una lengua para mí desconocida. Por sus gestos, creo descifrar que se trata de algo importante, decisivo, vital. Pero no alcanzo a comprender los detalles.
Sentados a la mesa, comemos algas fritas y frutos marinos. Que previamente hemos recolectado de aquí y allá, en el interior del monstruoso animal. Cada vez que una de las burbujas de colores se desprende de mi cuerpo, pierdo el sentido de la realidad. Se desdibuja la imagen que tengo de mi mujer. Desaparece, la olvido. Y la recupero un tiempo después.
Cómo se llaman nuestros hijos, le digo. Insisto, cómo se llaman nuestros hijos. Sé que son dos, le digo a mi mujer, pero no soy capaz de recordar sus nombres, tampoco sus rostros. Entonces mi mujer parece contestarme. No la entiendo, sin embargo. Cómo se llaman nuestros hijos, qué rostro tienen, quiénes son.
Una puerta se abre y se cierra. No paran de entrar y salir amigos nuestros, cadáveres todos ellos. Con sus cuerpos desmembrados, a veces sin rostro, a medio digerir.
Oigo carcajadas. Quién se ríe. Me doy la vuelta y me doy cuenta de que uno de mis amigos cadáveres se lo está pasando en grande mordiendo y explotando las burbujas que salen de mi cuerpo. Una especie de gas ácido le estalla en la cara a mi amigo y le produce una clase de cosquilleo, según creo, a juzgar por la expresión placentera de su rostro.
De pronto me fijo en unos insectos diminutos que flotan en el interior de las burbujas de colores que se desprenden de mi cuerpo. Me hablan esos insectos, aunque en voz muy baja. He de aguzar el oído para poder escucharles.
Se presentan, uno por uno, muy cortésmente. Hay un insecto que se llama José Miralles Larrosa, otro se llama Lorenzo Posteguillo Alonso, otro se llama María Perreta Martínez, otro dice llamarse Javier Medina Barroso, otro Macarena Solaz Buendía. Podría seguir: Vicente Arroyo Cubete, Juan José Mañas López, Itzíar Miranda Márquez o Julio Atienza Beltrán. Cada uno tiene su historia. Lorenzo Posteguillo, por ejemplo, me habla de lo poco que se fía de los mecánicos. Siempre te arreglan mal el coche, para que al poco tiempo se vuelva a estropear y tengas que volver a arreglarlo. Itzíar Miranda, en cambio, se muestra preocupada por el aumento del precio de la luz. A Vicente Arroyo le gusta el cine mudo. Y José Miralles es un apasionado de la moda.
Yo les atiendo a todos. Les escucho, procuro entenderles. Memorizo sus nombres. Curiosamente, no me cuesta recordarlos. Pero tan pronto me ocupo de sus preocupaciones, mi mujer desaparece. Rodeado de insectos diminutos, mi mujer se ausenta, me abandona. Ya no está. Primero la busco. Pero al rato, ya no siento necesidad de buscarla. María Perreta me está hablando de los beneficios de una alimentación saludable, de lo maja que es la gente del sindicato y las tardes que pasa en el gimnasio, junto a su amiga Sofía Pavía Tomás. Y con lo que soy capaz de escuchar de vez en cuando, me basta. No pido más.
Veinte de noviembre
La bolsa abierta, los libros fuera
Coches saliendo
Dejando aparcamientos libres
Ahora que ya no importa
Landete canta
La bolsa abierta, los libros fuera
Coches saliendo
Dejando aparcamientos libres
Ahora que ya no importa
Landete canta
miércoles, 19 de noviembre de 2014
lunes, 17 de noviembre de 2014
domingo, 16 de noviembre de 2014
viernes, 14 de noviembre de 2014

Uno puede sentirse confortado por el estómago de la ballena. Como si se tratase de un útero materno. Esto es, uno ha sido engullido de un modo, casi siempre, sorpresivo. En cualquier lugar. Como no hace mucho, en el salón de mi propia casa, viendo un programa televisivo. El rostro del monstruoso animal se asoma, de repente, por el balcón. Es de noche, de modo que solamente puedo ver su mirada oscura, escrutando el interior de la casa. ¿Flotan en el aire las ballenas? ¿De pronto el aire ya no es aire, sino agua? Mi primera reacción es apagar todas las luces y el televisor, para que el animal no pueda verme. La ballena no puede entrar por el balcón. Es demasiado voluminosa. Yo no temo que intente entrar, curiosamente. No temo una reacción violenta por parte de la ballena. Ella busca algo o a alguien. Tal vez a mí. Me escondo en un primer momento, como ya he dicho. Luego dejo de temer que me vea. Ya me ha visto, sabe ya que estoy aquí.
Salgo al balcón y me fumo un cigarro. Durante unos minutos estoy fumando junto a la ballena. El monstruo flota en el aire. Pero no es aire, es agua. El humo de mi cigarro se dispersa en el agua. Y yo respiro como siempre. No me sienta mal respirar agua.
Miro distraído las volutas de humo en el agua. Me producen una cierta tranquilidad. La ballena me mira a mí y parece sonreírme. No decimos nada en ningún momento. De hecho, yo nunca he hablado con la ballena. Las ballenas no hablan, ¿no? Pero tampoco flotan en el aire. Tampoco persiguen a la gente por las calles. Y tampoco se asoman por el balcón de una casa, buscando algo en el interior. No te temo, pienso, mientras fumo y miro a los ojos al animal.
Su mirada es opaca. No soy capaz de imaginar sus pensamientos. ¿Soy alimento para la ballena? ¿Pretende acabar conmigo? ¿O, por el contrario, su intención es darme cobijo, protegerme?
No suelto el cigarro cuando la ballena abre sus grandes fauces y yo entro en su interior, con una especie de resignación. Dentro encuentro lo mismo de siempre. La misma viscosidad de siempre. La misma grasa engorrosa. Pero, esta vez, sin embargo, yo entro tranquilo y, ya digo, fumando. Y en uno de los pliegues intestinales de la ballena encuentro treinta y cinco cajetillas de tabaco. No es mi marca favorita. Pero pienso que, ya que he encontrado los cigarros, me los voy a fumar, uno detrás del otro. Ya tengo algo que hacer allí, en el interior de la ballena.
Antes de olvidarme de mí mismo, de mi nombre, de mi rostro, de todo lo que soy o creo ser, recapacito sobre la posición del animal. ¿Se mueve mientras yo permanezco en su interior? ¿Ha abandonado el balcón de mi casa y nos dirigimos a alguna parte? No tiene sentido que yo me haga todas estas reflexiones. Pronto me olvidaré de todo y saldré de nuevo al exterior un poco más cansado y, desde luego, más deforme. Sin saber qué me ha pasado, por qué no soy la misma persona de antes. Por qué no puedo serlo, sin embargo, a pesar de mis esfuerzos.
Mi trabajo será, entonces, volverme a habituar a mi nuevo rostro. A mis nuevas deformidades. A esa piel que parece disolverse, formar nuevos pliegues, resquebrajarse, dejando a la intemperie algunas partes de mi cuerpo, en carne viva.
Pero lo que me toca, ahora, es sumirme en el sueño. En ese sentido, aún me queda un momento de autoconsciencia antes de perder, de nuevo, la memoria.
miércoles, 12 de noviembre de 2014
Doce de noviembre
D come un trozo de carne y patatas fritas
Mira absorto la televisión
Yo estoy viendo a D de perfil
Mover la mandíbula, masticar la comida
El tenedor en alto, el distraído balanceo de la silla
Los dibujos animados hablando inglés
Con la mano no, digo
Entonces D me mira primero
Y después pincha un trozo de carne
Con las púas del tenedor
Un paquete de Lacasitos espera
De postre
D come un trozo de carne y patatas fritas
Mira absorto la televisión
Yo estoy viendo a D de perfil
Mover la mandíbula, masticar la comida
El tenedor en alto, el distraído balanceo de la silla
Los dibujos animados hablando inglés
Con la mano no, digo
Entonces D me mira primero
Y después pincha un trozo de carne
Con las púas del tenedor
Un paquete de Lacasitos espera
De postre
martes, 11 de noviembre de 2014
Once de noviembre
Escribir once de noviembre
Decenas de automóviles parados
Frente a un semáforo
Dos señoras hablan de sus cosas
Junto a la puerta de un colegio de primaria
Una niña espera, cogida de la mano de su madre
La hora de entrar
El ronroneo del motor en marcha
La lluvia
Escribir once de noviembre
Decenas de automóviles parados
Frente a un semáforo
Dos señoras hablan de sus cosas
Junto a la puerta de un colegio de primaria
Una niña espera, cogida de la mano de su madre
La hora de entrar
El ronroneo del motor en marcha
La lluvia
miércoles, 5 de noviembre de 2014
Para mí el momento cúspide de la novela es cuando Morand, al final de la escritura del mismo, casado y con un niño de 18 meses que, de alguna forma, le ha regirado las entrañas emocionales, se pregunta de dónde va a sacar fuerza para darle un poco de alegría a su pequeño.
http://mirados.wordpress.com/2014/11/04/devuelveme-mi-noche-rota-de-jose-morand/
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