sábado, 22 de marzo de 2025

La profesora y dos buenas alumnas

Los últimos años uno está  viendo un incremento preocupante de bajas por depresión.  Quizá uno es más consciente,  hay más atención.  También hay más presión.  Todo el mundo se lava las manos; administración,  familias.  La responsabilidad y la culpa del problema,  el fracaso de la educación,  recae inexorablemente en el profesor. 


La antigua libertad de cátedra se ha diluido.  Instalándose una programación teledirigida; destinada, en mi opinión,  a ejercer el control,  esto es, a que el profesional de la enseñanza se sienta controlado. La burocracia se extiende cada curso un grado más,  hasta el punto de tener que levantar acta de una simple reunión con una madre o un padre,  para hablar de cómo su hijo se saca los mocos en clase. 


Digo yo si todas esta dificultades e insatisfacciones tienen que ver con el aumento en la depresión del profesorado. En el trato con el alumno cada vez se producen más fricciones,  cada vez más violentas.  El nivel de exigencia cada vez más bajo.  Y las familias,  cada vez más alerta reivindicando las necesidades y derechos de los alumnos,  no tan dispuestas a incidir en sus obligaciones. No es difícil encontrar entre el profesorado individuos con baja autoestima,  cansados,  haciendo equilibrios frente a un sistema (educativo) que se sirve de ellos para perpetuar los intereses del sistema (social, económico) acercando la educación al entretenimiento y lejos de cualquier conflicto  (político) que suponga el levantamiento de las sensibilidades particulares.  Cada vez me encuentro más compañeros que lo que dicen, en todo momento,  es: no quiero tener problemas.  Condicionando la práctica docente según esta máxima: evitar problemas,  con las familias,  con la administración,  con lo alumnos. 


Conocí a Dolores porque vino a sustituir a una compañera que se jubilaba.  Dolores parecía una persona alegre,  de cierta edad,  supuestamente con experiencia.  Interina,  sin embargo.  Me contó que había trabajado hasta hace poco en la concertada.  La llevé un par de semanas yo a su casa,  en mi coche,  pues el suyo estaba averiado,  no vive lejos de donde yo vivo,  y nuestros horarios coinciden.  


Descubro en esos viajes en coche varias coincidencias.  En el colegio concertado donde trabajó trabaja un compañero y amigo mío de universidad que, para colmo,  es el director. Dolores no tenía una buena opinión de mi amigo. Pero no solamente eso.  Su mejor amiga,  de la infancia,  se fue a trabajar a Mallorca y allí se quedó.  Su amiga coincidió conmigo en la isla,  hace ya veinte años,  y formaba parte del grupo de compañeros y compañeras con quienes yo salía,  entonces,  los fines de semana en Palma de Mallorca.  Gracias a Dolores recupero el contacto con mi amiga, que me manda por foto la imagen de uno de mis cuadros,  que le regalé y yo había olvidado,  que todavía cuelga de una de las paredes de su casa en Mallorca. 


El buen talante y carácter de Dolores me hace pensar que le debe ir bien.  Sólo recuerdo un comentario que me pareció extraño.  Dolores dijo,  en un momento determinado,  que ella preferiría dar clase en segundo de ESO,  y no tanto en cuarto.  Segundo es mi nivel favorito.  Entonces me pareció una excentricidad. 


Dolores era profesora de castellano en un grupo de cuarto.  De pronto,  deja de venir.  Pregunto a la directiva y me cuentan: otra baja por depresión.  Dolores no contesta a mensajes o llamadas de teléfono. 


Este curso no doy clases a alumnos de cuarto.  Pero mi compañera de departamento falta una semana y la sustituyo en una de sus clases.  Me encuentro allí a un par de exalumnas,  alumnas que tuve el curso anterior.  Buenas alumnas,  educadas, aplicadas, trabajadoras.  Me paso la sesión hablando con ellas.  Por casualidad,  me cuentan un problema que habían tenido con Dolores,  según ellas el detonante de que la profesora estuviera hoy de baja por depresión.  No puedo dar crédito a lo que estoy oyendo.  Lo cuentan con regocijo,  como si hubiera sido un juego para ellas derribar a la profesora.  Poniendo en cuestión sistemáticamente y sin motivo razonable todo lo que la profesora decía en clase (como ejemplo, llegaron a quejarse de que la profesora utilizase siglas,  CD, CI, para referirse a los complementos del verbo, en lugar de escribir la referencia completa,  ¿cómo voy a saber yo que CI es complemento indirecto?, decía una de ellas,  alumna de cuarto de ESO)... Trato de hacerles una pequeña,  mínima,  reflexión: ¿os parece bien haber jugado así con una persona que lo único que pretende es ejercer,  mejor o peor,  su trabajo?


En una cena con algunos compañeros,  en las copas, soy testigo de la declaración orgullosa de una profesora, parte del equipo directivo,  que alude a que No todos los que entran a trabajar en la enseñanza tienen las cualidades necesarias para ejercer este trabajo.  Y cita nombres de compañeros y compañeras que ella sabe,  como miembro del equipo directivo,  que tienen problemas.  Rubrica su opinión con una comparación nefasta: Yo, que soy fea y bajita,  no podría trabajar de modelo... A lo que se me ocurre añadir (por sentirme del lado de los agraviados): El problema de que tú no puedas trabajar de modelo no es tuyo,  es de la sociedad... Mi comentario queda diluido entre bromas y chistes. No tiene ningún calado. 


Ha acabado la segunda evaluación y he tenido un par de correos de padres quejándose de mis calificaciones.  No puedo evitar que se dispare la alarma.  Cómo evitar tener problemas.  Qué hacer para mantener la autoestima a flote.  Si soy feo y bajito,  por qué me metí a trabajar en esto...

martes, 18 de marzo de 2025

Desmaterialidad

Cuando éramos pequeños el dadaísmo y el arte conceptual reaccionaban contra el mercantilismo del objeto artístico,  negando su materialidad.  Esto era bueno como argumento.  La materialidad de las cosas como elemento de consumo.  Hacer de lo performativo una obra artística. (Ya se encargaría el mercado de pervertir esta idea,  hasta el punto de vender como antes se vendieron cuadros y esculturas,  por ejemplo,  un plátano pegado a una pared con cinta adhesiva.)


En mi opinion,  lo que inicialmente se pone en marcha dentro de una minoría elitista, más tarde acaba contaminando el tejido social.  


La desmaterialización ha acabado con la industria discográfica.  Y con la manera de consumir y entender la música popular.  Como consecuencia,  se produce el monopolio de las plataformas de streaming,  y un desprecio en mi opinión por el trabajo de los músicos,  puesto en circulación sin rédito alguno.  


Que la música deje de ser un producto comercial no sería mala idea,  si no fuera porque el beneficio de su difusión se lo llevan,  casi en exclusiva,  las plataformas.  


Algo parecido esta sucediendo con el cine,  a mi modo de ver, siendo su desmaterialización el vaciado y la decadencia de las salas donde, otrora,  se solía consumir.  Sin la experiencia del cine en una sala oscura,  junto a otros muchos espectadores,  el monopolio pasa a las plataformas. 


A nosotros nos gusta viajar.  También en la cultura del viaje se produce un proceso de desmaterialización.  Antes uno iba a un hotel o un hostal,  regentado por personas.  En la cultura del viaje el hotel era como las salas de cine.  El hotel era el dispositivo que permitía materializar el viaje.  


Ahora te alojas en una habitación camuflada en una casa particular.  Para colmo,  en nuestro más reciente viaje,  ni siquiera hemos tratado con una persona que nos haya explicado el uso de las instalaciones en las que alojarnos,  o sus accesos.  Nos hemos tenido que descargar un tutorial,  lo hemos estudiado como buenamente podíamos,  y a través de una aplicación (nada de llaves o tarjetas), las puertas del inmueble se abrían para nosotros. 


En caso de haber algún problema,  a quién acudir. 


¿Para cuándo la desmaterialización de la enseñanza?


Vaya mundo,  concluimos. ¡Menos mal que ya no nos queda mucho de estar en él!

martes, 4 de marzo de 2025

John Currin y Odd Nerdrum



Odd Nerdrum es un pintor noruego con un ego enorme, tanto como su nostalgia de la tradición de la pintura barroca europea. Ha formado una especie de escuela taller en la que obliga a sus seguidores a reproducir con extraordinaria precisión sus modos de hacer y a llevar un estilo de vida ludita en el que ni tan siquiera pueden usar aparatos eléctricos.  A modo de secta, todos ellos llevan un estilo de vida apartados del mundo,  en el campo,  preparando y pintando sus óleos tal y como se hacía en el siglo XVI. 

No obstante, Nerdrum se preocupa de dejar constancia en redes sociales grabando una serie de películas documentales sobre su actividad docente y su modo de vida.  Probablemente estos documentales tienen como objetivo atraer nuevos seguidores para su granja escuela, todos ellos jóvenes y guapos,  dispuestos a reproducir fielmente los preceptos del maestro, y entregados a difundir el mensaje de que Nerdrum representa el culmen de la pintura occidental,  a la altura o incluso por encima de los grandes maestros del Barroco,  Caravaggio o Rembrandt, los dos grandes referentes del propio Nerdrum.




No hay constancia de que en ese aislamiento Nerdrum y sus seguidores reproduzcan prácticas extrañas,  más allá del cumplimiento estricto de sus preceptos luditas y la actividad pictórica tal y como la dicta el maestro.  Nerdrum alimenta su ego; nada advierte que en su escuela alimente otra cosa. Inclusive,  según parece,  acceder a participar en ella no exige el desembolso de ninguna cantidad económica; más allá,  formar parte del grupo es decisión exclusiva del propio Nerdrum y sólo él sabe qué exige de cada uno de los futuros integrantes de su escuela. 





Podría ser el argumento de un filme de terror nórdico.  Tiernos adolescentes invitados a participar en ritos ancestrales. Me acuerdo de la película Midsommar.  ¿Qué hay en los escandinavos que los hace proclives a este tipo de cosas? ¿Podría ser Nerdrum la versión artística del black metal noruego?




Una de las películas más difundidas de Nerdrum está dedicada a su visión del autorretrato.  En ella el propio Nerdrum compara sus autorretratos, sin pudor, con los de Rembrandt. Nerdrum alega que Rembrandt,  como él,  jugaba a disfrazarse, a autorretratarse con abalorios,  como un juego teatral y alegórico. Esto me ha dado qué pensar.  Nunca he visto al natural un cuadro de Nerdrum.  Parece imitar bien la calidad de la pintura del barroco.  El uso del material podría equipararse.  No obstante,  ¿puede desvincularse una práctica de todo su armazón social? 

En mi opinion,  admitiendo, como probabilidad,  que Nerdrum haya adquirido una habilidad con los materiales similar a Rembrandt,  la gran diferencia entre su pintura y la de Rembrandt es la franqueza.  La franqueza de quien se enfrenta a algo como una búsqueda,  como una indagación original. Lo que en Rembrandt es franqueza, en Nerdrum decae en jactancia. 

Al parecer Odd Nerdrum tuvo el privilegio de estudiar con Joseph Beuys.  Inclusive,  el noruego tiene su propio manifiesto,  llamado On Kitsch. En su manifiesto,  Nerdrum recupera el concepto de lo kitsch tal y como se empleaba en el siglo XIX para, en los albores del arte de vanguardia, atacar al arte anterior,  considerándolo ridículo.  Esto es, con todo su aparataje ludita,  Nerdrum es, en realidad,  un pintor postmoderno.  




A mí me recuerda en algunas cosas al norteamericano John Currin. No solamente en que Currin bucea abiertamente en el concepto de lo kitsch,  sino en una recuperación similar de los modos de hacer de la pintura barroca (en el caso de Currin quizá habría que hablar de rococó). 




Estas prácticas serían como una actualización del prerrafaelismo del siglo XIX. Como los prerrafaelistas,  Nerdrum y Currin recuperan con notable habilidad los modos de hacer de sus referentes pretéritos; sin embargo,  al resultarles imposible contextualizar las condiciones de la pintura anterior,  la envuelven de una nueva retórica,  de una narrativa que hace hueca una maestría técnica.  El caso de Nerdrum sería el oscuro brote,  en el siglo XXI, de una especie de prerrembrandtismo; con elementos luditas e inclinaciones rituales al estilo black metal. El caso de Currin sería un alegre brote,  en el mercado norteamericano del arte contemporáneo,  de una especie de prefragonardismo, con vueltas y más vueltas de tuerca alrededor del concepto de ironía, como una mueca dentro de una mueca dentro de una mueca. Hasta tal punto que ya no se sabe dónde está la broma. 





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