jueves, 27 de marzo de 2014




Le gustaba dibujar a lápiz cosas de su entorno. En ese momento, en el punto en que se hallaba su vida, le parecía una actividad terapéutica. Hizo innumerables retratos de su madre. El rostro ajado, los años y el sufrimiento marcados en la mirada, en aquella dolorosa expresión que adquiría la anciana. Para Alonso Sánchez, tras la marcha de Estela, su madre estaba siendo, digamos, una tabla de salvación. Aferrarse a ese rostro tenía un contenido simbólico. El rostro de su madre le estaba enseñando cosas. Cosas importantes para seguir viviendo, para resistir. Dibujarlo no era tanto un acto de amor hacia ella como una manera de aprehender todas esas cosas. Cada sombra, cada trazo, era una frase, una máxima, que le ponía en evidencia y le pedía, casi a gritos, que volviera a ser el de antes, que recuperase la ilusión por las cosas, por volver a considerarse un artista.

1 comentario:

  1. Pocas cosas me resultan tan hermosas como la imagen de un verdadero artista —y Giacometti lo era— embebido en su trabajo, sobre todo cuando dibuja. (Muy hermoso igualmente tu comentario)

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