domingo, 21 de abril de 2013



Leo libros porque no creo en las religiones. Leo porque no creo en nada. Busco algo en los libros. Una especie de consuelo, algo tangible, firme. Alguna consistencia. Leo libros porque la realidad me decepciona. La mayor parte de la gente que conozco no me interesa. Por eso mismo leo libros. Algunos libros destilan lo mejor de quienes los escribieron. Son sustancia pura. Contienen el alma. El lenguaje es el alma.

Hace ya bastante tiempo que no experimento esta especie de misticismo en la lectura de un libro. No recuerdo exactamente cuándo leí por vez primera En el camino, de Kerouac. Yo era muy joven, sin duda. Creo recordar que lo leí por azar. Mis padres tenían una edición de bolsillo en uno de los estantes de un mueble de la casa. No creo que mis padres lo hubiesen leído. Nunca se lo pregunté. Lo tendrían con otros libros para llenar el espacio de la estantería.

Cogería ese libro, lo hojearía y seguramente pensé que me podría interesar. Yo entonces era lector de Bukowski. Durante algún tiempo para mí solamente existía Bukowski. Bukowski es un misántropo. Si te lo crees, sólo existe él. Los misántropos lo son porque no son capaces de seducir de otra manera. Creen que serán capaces de seducir en la distancia. En la que proporciona la literatura, por ejemplo. Kerouac era otra cosa. Me gustó En el camino. Pero no me apartó de la senda Bukowski. Y ahora creo entender por qué. En En el camino, el narrador se sitúa siempre en un segundo plano. El libro de Kerouac es el de un observador, alguien que admira algo, una escena, un paisaje, una persona. El narrador de Kerouac se supedita siempre a eso otro que observa y admira. Bukowski nunca se supedita a nada. Bukowski, con su literatura, con ese arma que supone la literatura, siempre trata de aniquilar al otro. Para ensalzarse, para seducir. Por ello, creo haberlo entendido, el lector adolescente es más vulnerable a Bukowski que a Kerouac. Kerouac tiene una carga más compleja; grupal, es decir, social.

El tercer vértice de mis lecturas adolescentes fue Henry Miller. Miller pertenece a una generación anterior. En Miller encuentro el germen de Kerouac y, también, el de Bukowski. Miller, curiosamente, es un escritor expansivo sin ser grupal. Su cosmogonía enlaza muy bien con la de Jack Kerouac. Inclusive, su orientalismo. Sin embargo, el ego de Miller se parece más al de Bukowski.

Yo de Bukowski pasé a Miller y a Celine. Leí por esa época En el camino. Pero no volví a Kerouac hasta años más tarde. Consumí de seguido toda la prosa de Bukowski. Prácticamente todo lo editado por Miller y Celine en castellano, por aquella época. Pero, por alguna razón, no seguí con Kerouac hasta mucho tiempo después, cuando me encontré con una edición de Big Sur.

Big Sur me hizo volver a valorar aquella lectura adolescente, aquel escritor; del mismo modo que encontrarme con algunos de los desgarradores poemas de Charles Bukowski me hizo pensar que aquel misántropo, al fin y al cabo, no debía ser tan mal escritor. Miller y Celine no me han vuelto a interesar.

Lo de Kerouac excede lo literario. Por ello el papel de Walter Salles no ha debido ser fácil, al aceptar la adapatación de la novela En el camino. Uno va a ver esa película y resulta imposible desprenderse de todo el bagaje de imágenes y literatura vertidas en torno a los beatniks. Creo que soy incapaz de juzgar esa película. En cualquier caso, la magnitud del mito creo que merece una lectura diferente. Creo que el cine debería añadir algo.

De cualquier modo, al volverme a enfrentar con esa historia, para mí importante, al menos anteriormente, me he dado cuenta de que, de alguna manera, allí empezó todo. Kerouac y su grupo de amigos son el inicio de la cultura juvenil. A partir de ellos, todo el mundo ha ido haciendo más o menos lo mismo hasta que se ha normalizado. Cambia el aspecto de la gente, las modas, la música, los itinerarios; sin embargo, se sucede una y otra vez el mismo desenfreno, el mismo spleen adolescente.

Con los beatniks, el negocio estaba servido; alguien debió de verlo. Probablemente, eso fue lo que destrozó a Jack Kerouac.

Se me ocurre decir que, al fin y al cabo, el misántropo Charles Bukowski no fue tan susceptible de ser manipulado. Su desprecio le hizo fuerte.

De todas mis lecturas adolescentes tal vez En el camino fuese la de calado más profundo. La obra literaria más duradera, probablemente; mucho más que los Trópicos millerianos, por supuesto. A pesar de que Henry Miller nos propone una especie de vitalismo mucho más adulto; un vitalismo perenne, jovial, taoísta.

Yo creo que la obra de Jack Kerouac tiene mayor calado gracias a sus virtudes de observador. Al lector adolescente le gustan los egos desmesurados tal vez porque necesita reafirmar el suyo propio. Kerouac me gustó menos que los Bukowski, Celine o Miller, siendo solamente un lector adolescente, porque no trasluce un ego despreciativo que me ayudase a ensalzar el mío propio. Kerouac ejerce de observador fascinado de su amigo Neal Cassady. Ese paso atrás, ese desfase que tiene con la vida es lo que le proporciona, a mi modo de ver, una mayor profundidad.


2 comentarios:

  1. Me refiero a tu último párrafo-conclusión. Creo que no, que no es exactamente eso, pero me llevaría mucho tiempo elaborar una respuesta. Como dice un amigo mío al que quiero y respeto: “Disiento, pero me adhiero” Seguramente se trata de que hay tantas lecturas como lectores

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  2. "Al lector adolescente le gustan los egos desmesurados" esa frase es bien cierta. Los adolescentes y los adultos-adolescentes sólo disfrutamos con los egos exagerados. Me has abierto los ojos : Ahora entiendo mejor mis preferencias literarias :)

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