jueves, 15 de noviembre de 2012



Conforme crezco, mi afición a los dibujos animados infantiles se acrecienta. Llegará el momento en que ya nada me importará más que los dibujos animados. Veré las cosas, el mundo, a través de una pantalla de dibujos infantiles, inocentes y perversos, como una metáfora de la adultez, de lo que la adultez opina de la infancia, o de lo que espera de ella, y de lo que la infancia, transmutada en adultez, llegará a ser algún día.

Yo en Doraemon veo a Haruki Murakami. En cierto modo la quintaesencia de lo japonés, desde el punto de vista de un occidental muy poco versado en lo oriental, como yo. Uno lee aquí a allá que lo bueno de Haruki Murakami es su goticismo, la creación de atmósferas oscuras, opresivas, o lo que sea. Hay reseñistas famosos que lo tachan de inculto; los mismos que celebran la incultura de un canonizado Ernest Hemingway, por ejemplo. Yo creo que lo bueno de Murakami es lo mismo que lo hace malo: el tipo rebaña cualquier cosa con una banalidad profunda, de corte japonés. Lo bueno de Murakami es esa tontada insustancial en la que puede suceder cualquier cosa: los objetos vuelan sin sentido y las personas son de colores fluorescentes. Lo cotidiano da paso, sin más, al elemento fantástico. Todo eso como si no pasara nada, con esa naturalidad con la que la imaginación japonesa nos muestra las cosas. Da igual que de vez en cuando el tipo haga uso de un esteticismo gótico, oscuro. Uno no adivina el peligro en Murakami. En cualquier momento, cualquier cosa puede salir volando y ponerse a salvo, o sucumbir de un modo insustancial y que de una tumba salgan flores de colores.

Nivelarlo todo tiene su cosa. Como sucede en Doraemon, los dibujos animados favoritos de mi hijo. Hay una ligereza cotidiana muy bien narrada, similar a la que muestran las películas de Yasujirō Ozu. Un pedete, unas risas, los nenes de aquí para allá, los padres ocupados, ajenos a ese mundo infantil en el que todo se hace posible. Entonces, de pronto, entra en juego la magia. La realidad encuentra su doble; la cotidianidad se adentra en lo imaginario, como si coexistieran.


7 comentarios:

  1. Esa serie es la hostia. Pero no soporto a Nobita, ese carácter suyo tan pusilánime, con tan poca gracia y arte para cualquier cosa. Si yo fuera el gato cósmico ya le habría puesto las pilas bien en vez de ayudarlo cada dos por tres sacándome algún chisme de la bartola.

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  2. No entiendo estos dibujitos, no me dicen absolutamente nada

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  3. Nobita es el perfecto contrapunto de Doraemon; sin su torpeza no tendría sentido la magia del gato

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  4. no es un problema de edad, hijo, más bien al revés, lo es, pero porque he visto demasiadas cosas mil veces mejores

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  5. Yo le veo tendencias suicidas a Nobita.

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  6. yo a Nobita lo veo proustiano, capaz de insonorizarse el cuarto para dormir mejor

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