Uno tiene ya cierta edad y muchos años adquiriendo libros, por temporadas de manera compulsiva, como enfermedad, como manía. Gran parte acaba siendo desechable. Sin embargo, hay un estante dedicado a monografías de artistas que han significado algo importante para mí, una especie de guía, puntos de anclaje, momentos de verdad, lo que sea. La mayoría son obviedades; artistas que gustan a todo el mundo. Ayer, después de ver un viejo capítulo de Expediente X, no sé por qué, cogí un libro de ese estante para volverlo a hojear, después de, probablemente, dos décadas sin abrirlo. No soy capaz de recordar dónde lo adquirí. Normalmente me acuerdo. Ese libro permanece ahí desde hace muchos años, discretamente. Algo me hizo guardarlo entre monografías del barroco español, junto a un catálogo de esculturas de Cy Twombly, junto a Gerhard Richter y Blinky Palermo... un viejo libro de fotografías de John Coplans.
Pocos fotógrafos en ese estante. Fotógrafos que se popularizaron en los años noventa y uno todavía es capaz de alinear con las imágenes de la pintura tradicional a las que siempre se vuelve. Thomas Struth, Sharon Lockhart. ¿Qué hace un fotógrafo como Coplans en ese estante?
John Coplans fue un crítico de arte que, a la edad de cincuenta y ocho años comenzó a fotografiarse desnudo. Se fotografió desnudo hasta más allá de sus ochenta años.
Muchas imágenes muestran fragmentos de su cuerpo. Manos, pies, el torso en extrañas posturas. Hay una intención estética que, recuerdo, en algunos momentos me solía irritar.
En las fotografías de Coplans encuentro, a su vez, una voluntad metafísica. El cuerpo es siempre una masa oscura, grisácea, sobre fondo blanco. Esa cualidad atemporal ya no se encuentra. Cualquier producto cultural, ahora, se satura de referencias dispares; como temiendo aburrir al público. En un artículo leí que el público actual es mucho más sofisticado que hace veinte años, pide más a todo aquello que consume, ha visto demasiado, no se conforma con un aliño simple. El artículo concluye, con no poca ingenuidad, que el público actual ha perdido definitivamente la inocencia. Las imágenes con voluntad atemporal provocan incredulidad en el público actual. Bruce Nauman se ha quedado antiguo. Gerhard Richter es un pintor demasiado serio.
Ayer busqué información sobre Coplans. El titular de un artículo que no pude leer reza que John Coplans era el menos narcisista de los fotógrafos obsesionados con el autorretrato.
Cuando adquirí ese libro yo era bastante joven. Mi cuerpo no se parecía al que allí aparece fotografiado. Recuerdo buscar referencias del Coplans joven. Tuvo cierta notoriedad. Inclusive, Andy Warhol le hizo uno de sus coloridos retratos. No obstante, sus fotografías de desnudo, su obsesión por autorretratarse, empieza cuando él mismo ya se ve viejo, con arrugas, flacideces y sobrepeso. Como una provocación a la, entonces incipiente, cultura de lo juvenil, de la tersura de las pieles jóvenes, de la belleza de los cuerpos en forma.
La obra de John Coplans, en el momento actual, en los tiempos de Instagram, todavía contrasta más. Hay una ternura insondable en las observaciones que el fotógrafo hace de sí mismo.
Encuentro alguna correlación entre los autorretratos de Coplans y los cuadros de Francis Bacon. ¿Fue Bacon un referente para Coplans? No obstante en las masas de pintura carnal de Bacon se adivina un fondo violento; una tensión destructiva. Las imágenes de Coplans respetan enormemente el objeto fotografiado. Hay un juego de posiciones coquetas. Se pretende, a mi modo de ver, encontrar belleza donde nadie la ve. Al fin y al cabo, ese era uno de los objetivos del arte, ¿no? Enseñarnos a ver lo que no hemos visto nunca.
Mi cuerpo ya se va asemejando al de las fotografías de John Coplans. En un recorrido curioso, mientras el libro ha permanecido en el estante, discreto, silencioso, mi propio cuerpo lo ha ido alcanzando.
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