A medida que el placer en la lectura aumenta disminuye la importancia de los libros. Ya no encuentro en ellos calidades mágicas. No van a salvarme de nada, ni siquiera de mí mismo. No van a mejorar mi vida, ni van a decirme nada sustancial que la mejore.
Creo sinceramente que es mejor fijar la mirada en otro sitio. Más cercano, si se quiere, en sentido contemplativo, en la vida. La vida en directo, sin las argucias del lenguaje trenzado para la literatura. La experiencia lejos de simbolizaciones literarias o teóricas.
Luego está la entrega a la lectura. Una afición. Un deporte. Con que mantener, quizá, afilado el músculo de la honestidad.
Aspiro, quizá, a que la lectura sea una clase de movimiento. Como agacharse o levantar un brazo.
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