lunes, 2 de noviembre de 2020

Ponte la mascarilla

Hay una imagen que se repite desde hace meses. Tu cara haciendo frente a las cosas sin una boca. Sin una boca que gesticula para decir cosas. La boca oculta aumenta su importancia, como los objetos envueltos por Christo y Jeanne-Claude. Los ojos se asoman por encima de la mascarilla como con espanto. Sorprendidos en el espectáculo del mundo. Todo es increíble. La realidad se retuerce, se deforma. Se pliega sobre sí misma. La mente humana ha creado fantasías macabras, durante siglos. La mente humana se ha recreado en lo deforme, en lo retorcido. Como fuente de gozo artístico. Sin embargo, ¿quién quiere vivir dentro de un cuadro de Francis Bacon? La realidad ha decidido parecerse a nuestras ficciones. ¿Acaso ha sido así, siempre? Ingenuos, acostumbrábamos a disociar: la realidad de lo vivido es una cosa y las ficciones, el espectáculo, lo que nos divierte, otra. La realidad, lo vivido, tenía que ser lo más confortable posible. No supimos ver lo mostruoso en lo confortable. Tenía razón aquel personaje cervantino. Los molinos de viento escondían gigantes deformes. Escondían detrás, o debajo, una gigantesca amenaza. Lo monstruoso comenzó entonces a transformar, ya, la confortabilidad de las cosas. 

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