Mañana lunes hablaré con la mascarilla puesta. Notaré mi aliento putrefacto reciclándose en la boca, con su regusto amargo. Las encías sensibles a las palabras, la respiración cerrada. Y llegará el momento del almuerzo; que yo siempre confundo con el desayuno. Y diré, como quien perdona un castigo: Podéis quitaros las mascarillas. Entonces, en silencio, sacarán sus bocadillos o sus piezas de fruta, o sus bollos industriales, y comerán. Alguno habrá que se rebele y hable. Se ganará una reprimenda. ¡Fulanito, has de comer en silencio! Y sentiré una enorme compasión por la humanidad representada en este grupo de veinte.
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