lunes, 8 de diciembre de 2014




¿Resulta lícito no acordarse de nada? ¿Es posible vivir mucho tiempo así? ¿Con una total pérdida de la memoria? ¿O con lagunas en las que las cosas resultan imposibles de entender? Porque, al fin y al cabo, si sólo somos capaces de reseñar fragmentos sueltos, absolutamente insignificantes, de nuestras vidas, ¿para qué vivirlas? ¿Qué sentido tiene no saber hacer una lectura completa de lo que nos sucede?

A mí la ballena me produce ese efecto. Lo que sucede en su interior tiene una lógica muy diferente a lo que pasa fuera de ella. ¿Cómo casar estas dos realidades? La grasa con el aire libre. La constricción con la libertad. La necesidad de sentirse envuelto, protegido, dentro de algo más grande y más fuerte que tú... y la falta total de asideros.

A veces creo entender que la ballena me besa. Me persigue porque, en definitiva, me ama. Soy su obsesión. Se empequeñece para amarme y se restaura en su tamaño original para engullirme. La ballena es, en ese sentido, un ser elástico. ¿Pretende acompañarme en las dos realidades, dentro y fuera de ella misma?

Yo he creído ver el mundo acompañado por la ballena. En cierto modo, el mundo me lo ha enseñado ella. Y no creo que la perspectiva resultante sea deforme, como creen algunos; aunque no puedo dejar de desconfiar de ella. ¿Me está engañando? Podría hacerlo, perfectamente, siendo como es mucho más grande y más fuerte que yo. También más completa.

Dentro y fuera de la ballena todo es agua. Y en el agua flota el humo de mis cigarrillos. El humo alimenta a los peces fumadores, que son de colores chillones, fluorescentes, amarillentos y anaranjados, casi siempre a rayas. Si nado junto a la ballena noto cuándo me besa en la espalda, me arropa y me acuna, como si yo fuera su bebé ballena. Ambos nos alimentamos del mismo humo. Ella no fuma cigarrillos, como es evidente; sin embargo se alimenta del humo que yo expulso, lo inhala y sonríe de vez en cuando.

Me gusta flotar al lado de la ballena. A veces sucede; sobre todo últimamente. La ballena me libera; me expulsa de su interior, casi como si yo fuera una excreción. Entonces recupero parte de mi memoria; recupero, en cierto modo, una parte de mi propio ser. Se desprenden de mí pedazos de piel mal digerida por los jugos gástricos del animal. Y nado felizmente a su lado. Deambulo en un medio líquido para mí desconocido; hasta que llego a reconocer algo: una casa de algún familiar, la plaza en la que mi hijo juega con sus amigos al fútbol, el restaurante favorito de mi mujer o, simplemente, el portal de nuestra casa.

Produce cierta impresión estar nadando junto a un animal mostruoso y, de súbito, apearse para entrar en propia casa. Todo parece suceder sin necesidad de tránsito. Mi mujer, en ocasiones, sobre todo últimanente, permanece dentro de la ballena mucho más tiempo que yo. Esto es, cuando yo me separo de la ballena, cuando salgo de su interior por alguno de sus orificios, en ocasiones mi mujer se queda dentro, separada de mí; en esos instantes, yo fuera y ella dentro, recupero los recuerdos que me atan a mi mujer, puedo jurarlo; sin embargo, ella no está, no puedo acceder a ella, no puedo volver a entrar en el cuerpo de la ballena para buscarla. Siento entonces una enorme tristeza. Y, al mismo tiempo, no puedo dejar de sentirme liberado y exultante, al nadar libremente junto a un animal que me ha devorado y me ha dejado escapar. Un animal monstruoso que, en ese preciso instante, se está convirtiendo, para mí, al menos, en una presencia amable y tranquilizadora.

Entonces soy yo quien devora a otras especies de menor tamaño. Sigo fumando en el agua, mientras nado; de modo que el humo de mis cigarrillos atrae a multitud de peces fumadores, de colores muy vivos y alegres. Algunos de esos peces son pequeñísimos. Me hacen cosquillas al introducirse en los orificios de mi cuerpo. Revolotean en mi interior, causándome un cosquilleo muy gracioso. Y yo me pregunto, al llegar a mi casa, al entrar por la puerta, al prepararme algo de comida, al ducharme e irme a la cama, si he digerido ya esos diminutos peces o han sido expulsados de mi cuerpo. Si siguen ahí y están vivos yo ya he dejado de sentir cosquilleo. Si han salido, no los he visto salir. Por lo que deduzco que tal vez la ballena tampoco sea consciente de mí, al entrar y salir de su cuerpo. Al fin y al cabo, ser consciente no es lo que importa.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho tu serie de la ballena. Para bien y para mal, se nota que realmente estás dentro de ella, aunque de vez en cando salgas a fumar o a comer a un chino

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