miércoles, 1 de mayo de 2013




Escritores que cantan, cantantes que escriben.

Proliferan los cantantes que escriben. La industria editorial los reclama. Buenos músicos a los que se persigue y se les encarga su novela o sus memórias para que, de esa manera, se produzca una especie de trasferencia de la música pop a la literatura, aprovechando el tirón que tienen con sus fans. Que un tipo escriba buenos textos para sus canciones no significa que sepa escribir una buena novela. Antonio Luque cuenta que se le ofreció escribir su novela mucho antes de atisbar el resultado.

Bob Dylan siempre se dice que es un firme candidato a Premio Nobel de literatura. Sus memorias son de puta madre, pero su novela, Tarántula, es infumable. Su prestigio le empuja a aventurarse en territorios experimentales ya muy trillados, enroscando el contenido hasta hacerlo ininteligible, como si la ininteligibilidad fuese su objetivo. Como si alguien le hubiese dicho: Hazlo raro y retorcido y te dirán que es bueno. No repitió la experiencia, que yo sepa.

Antonio Luque dice, no sin sorna, que prefiere ser recordado como un escritor que canta. Su novela, Exitus, está llena de esos chascarrillos suyos, silepsis, aliteraciones y otros juegos ingeniosos con el lenguaje. En corto, resultan graciosos; pero en una novela relativamente larga como la suya todos estos juegos entorpecen la lectura. Cansan, agotan. Y resultan ilógicos en un texto de corte realista. Digamos que no pega bien la textura del lenguaje con las cualidades narrativas del texto. Yo no he podido acabar de leer esa novela.

No conozco la novela de Lou Reed; tal vez aún no la haya escrito. La novela de Tom Waits la escribieron otros: los Bukowski o Carver.

Yo a veces he discutido con mi madre sobre la importancia de los libros frente a las películas. Mi madre dice siempre que los libros son mejores porque cuentan más cosas, cabe más en ellos. Tiburón es mejor en libro que en el cine, dice ella. Mi madre me hizo leer el libro y me gustó. Pero yo le dije que aunque el libro sea mejor la película, en ese caso concreto, es mucho más importante.

Los cantantes son mucho más importantes.

Nick Cave sabe escribir novelas. Sabe mantener el pulso en un texto de largo recorrido. Me gustó leer La muerte de Bunny Munro. Encuentro ciertas concomitancias con la literatura de Cormac McCarthy. Sin embargo, como es evidente, Cave no alcanza a McCarthy. El escritor, McCarthy, tiene en su medio mucha más riqueza, más matices, más recursos. En el caso de Nick Cave se cumple de nuevo la regla: el cantante es mucho más importante que el escritor. A pesar de que, como decía mi madre, en la novela se cuenten más cosas que en una canción.

Algo parecido sucede con Steve Earle, otro cantante que se pone a escribir a la manera de Cormac McCarthy. Recuerdo que leí una entrevista en la que el cantante, al verse comparado con McCarthy, se puso a criticar los finales pesimistas del escritor. Pues eso: Steve Earle escritor es un Cormac McCarthy con finales felices.

Bruce Springsteen no se ha atrevido con los libros, que yo sepa. El cantante es más importante.

Johnny Cash escribe áspero, como canta. Pero sus memorias, Man in Black, no impactan como la presencia del cantante y su voz.

Leí en alguna parte que le han pagado muchos millones a Keith Richards por firmar sus memorias. Yo creo que el guitarrista ni siquiera habrá escrito ese libro titulado escuetamente Vida.

El mejor, de entre todos los cantantes-escritores, tal vez sea Leonard Cohen. Tal vez sea el único que se acerque a la fórmula del escritor de oficio que circunstancialmente se pone a cantar. A pesar de que esa circunstancia le de fama e importancia y acabe siendo un oficio. De hecho, creo que Cohen comenzó como poeta e hizo un primer disco sublime sin apenas saber tocar una guitarra acústica. Absolutamente recomendables, a mi modo de ver, todos sus poemarios y una novelita libertina titulada El juego favorito.

El indie-rock es una especie de intelectualización del rock. Una forma de elevarlo de estatus, de convertirlo en alta cultura, elitista, para iniciados. No es raro que sus estrellas pretendan rubricar su posición gracias al medio literario. Bill Callahan, Michael Paul Hinson y Willy Vlautin escriben sus novelas. Yo no he leído ninguna.

Los últimos, los más recientes que yo me he encontrado en las librerías: el francés Dominique Ané y el norteamericano Dean Wareham. Ambos, autores de Regresar y Postales negras, respectivamente. Yo creo que estos dos son ejemplos más que dignos de cantantes que, en un momento dado, se inmiscuyen en un territorio que no es el suyo; sin falsas pretensiones y sin obviar su realidad de cantantes, de estrellas de la canción popular. Como el Dylan de Crónicas, Ané y Wareham se limitan a sumergirse en sus recuerdos y a tratar de escribir con honestidad sobre lo que ellos conocen bien, sin coartadas de falsa pompa literaria. En los límites de ese territorio acotado por su propia biografía y el contexto de la música popular ganan enteros. Se hacen únicos, imprescindibles.

5 comentarios:

  1. Últimamente he asistido a charlas, coloquios... de títulos como "Literatura y rock" con la presencia de músicos cuyas letras de canciones se consideran algo más que letras, véanse el mencionado Luque o Santiago Auserón. También contaban con la otra parte: escritores de verbo muy lírico, la mayoría de las veces poetas.
    De ninguno de esos actos he salido convencido de lo que me contaban a pesar de gustarme el escritor y el músico por separado. Hubo una en que Quique González y Kirmen Uribe hacían un espectáculo en el que el madrileño había musicado algunas letras del vasco y éste último intentaba entonar algunos de sus versos.
    Pereza y Benjamín Prado eran otros. Una vez di con unos cuantos poemas no publicados de José Ignacio Lapido, músico al que admiro -en gran parte por sus letras- desde hace muchos años: los poemas me decepcionaron tanto que di por concluido el vínculo entre literatura y música exceptuando a Cohen, Diego Vasallo o Raúl Bernal.

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  2. hay intépretes muy buenos de poemas de otros; supongo que conoces a Paco Ibáñez, o a Serrat interpretando a Machado, caminante no hay camino...

    yo sí creo en la relación entre la poesía y la música; de hecho los poemas se suelen llamar "canciones"... pero creo que hablo en el post de otra cosa, de un fenómeno, digamos, comercial...

    Antonio Luque yo creo que es un gran escritor de canciones; y, como digo, utiliza juegos del lenguaje que me suelen hacer mucha gracia, pero que me cansan y entorpecen la lectura de un texto largo... es decir, lo natural para Luque sería publicar un poemario; pero a las editoriales no les sirve pues los poemarios no se venden, de modo que se le encarga una novela... lo mismo pasa a mi modo de ver con el resto de estrellas indie, los Callahan, P. Hinson, Cave, etc.

    son un engaño para fans; solamente me valen cuando hablan de sí mismos, de su experiencia como músicos; como el Dylan de Crónicas...

    un saludo

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  3. Nuestro hombre en Bananas3 de mayo de 2013, 22:18

    ¿Diego Vasallo? Válgame Dios...

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  4. Yo creo que la canción, el lieder, y demás son un género poético.

    también creo que muchas letras de canciones, como muchos poemas, son basura

    También creo que no todos los poemas son musicables o como se diga

    Entre los letristas de canciones que se reivindican explícitamente como poetas veo un complejo que no viene a cuento (ni a poema), dan ganas de decirles: ¡por supuesto!

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  5. Patti Smith, por ejemplo, primero fue escritora y llegó al rock para darle expresión a sus poemas. Su libro autobiográfico "Eramos unos niños" ganador del " National Book Award" es entrañable.

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