miércoles, 10 de abril de 2013

Cuarentón bailando animoso
mientras el hijo infantil observa
perplejo. Penoso. No obstante,
uno encuentra por casualidad,
removiendo unos viejos discos,
un recopilatorio anticuado
de los Stone Roses
y no puede evitar ponerlo
en el reproductor, y
escucha aquella vieja
canción, Fools Gold,
y baila como antaño y
se da cuenta de que ya no sabe
bailar. En efecto, baila
como un viejo.
Como aquellos viejos
que bailaban desacompasados
en los márgenes de las discotecas
cuando uno las solía frecuentar.
Pero uno intenta bailar
mientras esa canción,
Fools Gold, le produce
un raro ardor.
Entonces deja de sonar
y el peso de los años cae sobre uno,
de súbito, como por arte de magia.
Recuerda que ni siquiera
le gustaban los Stone Roses.
Todo ha sido un espejismo,
un dejarse llevar.
Tarda medio segundo en
recuperar la compostura.
Todo ha acabado.
Todo acabó.
Está bien así.
El infante se ríe
y baila. El infante se pone
a bailar cuando uno ha dejado de bailar.
Como en una extraña concatenación.


4 comentarios:

  1. Avergonzarse de los viejos -con vergüenza ajena porque uno aún no lo es- es no ser previsor o no tener esperanza; aunque entiendo al niño avergonzado de su padre: está creciendo, pero todavía poco

    ResponderEliminar
  2. Joder, me siento atraído por el patetismo que irradian algunos de tus poemas y escritos... como si por ellos transitara algún personaje de Beckett... o como esas canciones de Javier de Torres también... patetismo como punto de partida.

    ResponderEliminar
  3. Confieso que soy doblemente patético: Fools gold me sigue poniendo de buen humor y si por un remoto azar sonara en algún local público creo que sería hasta capaz de contonearme desacompasadamente en los márgenes de 'la pista'.

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.