miércoles, 6 de febrero de 2013




Hay un libro que se titula El encantador: Nabókov y la felicidad. Es uno de esos tratados de carácter misceláneo que se escriben ahora. Sin ánimo de profundizar en nada; entre el diario de viajes, la intimidad autobiográfica, la gracieta facilona y la colección de citas. Javier Morant ha pagado por ese libro y no ha podido acabarlo de leer. Normalmente, Javier Morant acaba todo lo que empieza. Es un tipo tozudo. Y le da igual leer una cosa u otra. Puede leer a Soledad Puertolas y creer que la literatura de Soledad Puertolas tiene que ver con la de Marcel Proust. Por el psicologismo, hay que suponer. Los juicios, los razonamientos de Javier Morant en lo que concierne a sus lecturas son misteriosos, personalísimos. A veces parece que se entere de algo; pero, generalmente, queda como un idiota. Javier Morant lo sabe y por eso calla siempre que tiene delante a alguien realmente instruido. Ayer, por ejemplo, uno de sus alumnos de la autoescuela se puso a hablar sobre el escritor francés Mathias Enard. El alumno decía estar leyendo un libro fascinante titulado Zona, un libro sobre Europa, sobre la Europa mediterránea o lo que sea. Pues bien, Javier Morant, creyendo que su alumno, mucho más joven que él, quedaría impresionado, se puso a hablar de un libro de Enard que había estado hojeando en una librería, titulado Remontando el Orinoco. Javier Morant, como un puto imbécil, habló sobre la prosa concisa de ese libro, sobre la metáfora del salmón y sobre cualquier barbaridad que se le ocurriera en torno a ese escritor. Habló sin saber muy bien lo que decía (solamente para impresionar a su interlocutor) hasta que se dio cuenta de que su alumno sabía mucho más sobre Mathias Enard de lo que jamás hubiese imaginado. En efecto, ese alumno había leído un libro de Enard dedicado a la figura del artista italiano Michelangelo Buonarroti. Habló ese alumno sobre el singular casamiento que se da en la obra de Enard, entre Oriente y Occidente. Sobre la postmodernidad de Enard, la amplitud de registros, de localizaciones, sobre las vastas influencias que convergen en su escritura, que van de Dante y Homero hasta William Burroughs y David Foster Wallace. Javier Morant se quedó absolutamente impresionado. Sobre todo porque estaba escuchando a un muchado de no más de veinte añitos. Javier Morant pensaba que a esa edad solamente se piensa en la cultura que se filtra por los pequeños altavoces de un teléfono móvil de última generación.

Al llegar a casa después del trabajo, Javier Morant lo habló con Silvia Serrat. Hemos perdido el tiempo, le dijo a su mujer. Somos unos incultos, añadió. E hizo un repaso mental de todas las supuestas obras maestras que aún le quedan por leer. Pensó que iba a morir siendo un ignorante, incapaz de hilar un discurso coherente y erudito como el de aquel alumno suyo. Ya de noche, ligeramente mareado por el efecto de sus somníferos, retomó el interminable En busca del tiempo perdido. Pensó que a estas alturas del libro todavía no era capaz de entender nada. Marcel Proust en todo caso se había hecho una paja literaria y maratoniana. Javier Morant pensó en la conveniencia de seguir con su empeño de leerse En busca de cabo a rabo. El Narrador, siendo todavía un adolescente, se enamora de la pequeña Gilberte Swann. Experimenta un rechazo similar al que en la primera parte sintiera el padre de Gilberte, Charles, por la madre, Odette. Las dos novelas tienen, hasta ahora, un esquema parecido. Ríos de psicologismo en torno a la insignificancia de unos amores caprichosos, insustanciales. Javier Morant piensa en Silvia Serrat, en ese amor que se tienen sepultado por la pringosa sustancia de la cotidianidad. Lee un poco de Proust y se mete en internet a buscar porno. Escribe en el buscador: "rubia voluptuosa chupando polla". La mecánica del sexo. Escenografiado. Tetas de plástico. Poses de falso éxtasis. Javier Morant revisa durante unos pocos minutos todo este catálogo de imágenes. Internet como un inmenso parque pornográfico. Luego piensa en su hijo, Domingo. En pocos años tendrá todo esto a su alcance. Ya lo tiene, pero, entonces, lo buscará. Hasta perderse. (Javier Morant no se cree capaz de educar a su hijo. El mundo es demasiado vasto y está cambiando a un ritmo vertiginoso, imposible de seguir.) Da una última calada al porro de esta noche y se acuesta. Lo que importa, piensa, es no dejarse impresionar. Saber mantener una cierta tranquilidad. O aparentarlo.

10 comentarios:

  1. Secuelas malas del excelente El loro de Flaubert, de Barnes

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  2. pues yo solamente pretendo escribir un diario de lectura, un diario "indirecto" de lectura, como antes hice con Contraluz, pero en segunda persona e "inventando" algunas cosas, para que me sea más divertido... y escribo el diario porque la lectura es larga y para obligarme a seguir leyendo, no para emular a nadie

    te agradezco el dato y te encomiendo que no lo leas; yo voy a continuar escribiendo

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    1. me has malinterpretado, por 'secuela mala del loro de flaubert' no me refería a tu post, exelente, sino a las referencias literarias falsas o reales. lamento el amlentendido

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    2. es frecuente en este medio el malentendido, disculpa

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    3. hay un libro muy gracioso sobre el tema; de Pierre Bayard: Cómo hablar de los libros que no se han leído

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  3. Muy bueno. Javier Morant. Me ha parecido reconocerle. Pero hay muchos como él. Es cruel el retrato y, a la vez, cínico. Porque Javier Morant no puede dejar de ser Javier Morant. Quizá tampoco quiere. Ya está cómodamente asentado en su mediocridad.

    Esto que escribes podría convertirse en una buenísima novela.

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  4. Yo siempre lo he dicho -lo que apunta Emma en su última frase-
    La historia del anterior blog era muy muy buena y una pena que se quede en el limbo de internet o en un archivo del ordenador.

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  5. J.M : tú tienes que dejar que Javier Morant hable a través de ti.

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  6. que hable Javier Morant, que diga lo que quiera...

    Cefi, la industria editorial no está para muchas fiestas; supongo que te refieres a aquel diario de las clases que escribí hace ya un par de cursos... lo he enviado a alguna editorial, pero ninguna me ha contestado

    lo que a lo mejor se edita es otra cosa, de hace más tiempo; pero no en papel, sino en formato digital, ya lo anunciaré en este blog si finalmente se lleva a cabo

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