viernes, 21 de diciembre de 2012



Youtube. YouTube. Yutub.

Busco en YouTube vídeos de Nabokov. Para oírle hablar. A ver si hay alguna entrevista o algo. Voilà. Una entrevista para una tele francesa, de una hora, subtitulada en castellano. Un Nabokov ya viejo contesta en perfecto francés al entrevistador. Al parecer, el escritor dominaba tres lenguas: la suya materna (el ruso, aunque dice haber aprendido antes a hablar inglés que ruso), el inglés (idioma que lo encumbra en los Estados Unidos) y, al parecer, el francés (el tipo fue criado por una institutriz suiza, creo haber entendido). Del francés dice que no sabe doblegarlo a su antojo. Desde luego, las otras dos lenguas le permiten todo tipo de contorsiones. (En la entrevista, Nabokov admite que con el idioma inglés matiza mejor las descripciones; es el idioma más rico en posibilidades, según su opinión.)

Me trago media hora de aburrida entrevista; en la que un par de entrevistadores franceses le hacen la ola al ruso. (Debía imponer, el tipo: su singularidad, su genio, esos aires de intelectual refinado y huidizo, su devastadora ironía.) (Pero, sobre todo, su obra, sus novelas míticas, sus memorias y conferencias.)

El tipo habla de su época de profesor de literatura rusa en Cornell. Dice que al empezar a impartir clases se dio cuenta de su ineptitud para hablar en público; dice que por ese motivo empezó a escribir sus famosas conferencias sobre literatura, que se limitaba a leer en las aulas a sus alumnos, evitando cualquier improvisación. Así era Nabokov. Debió ser un tipo tan obsesivo que era incapaz de admitir cualquier eventualidad. Todo bajo control, perfectamente calculado; inclusive, lo impartido en un aula.

En la entrevista que estoy viendo Nabokov parece leer las respuestas que da. Me fijo al escucharle confesar que guionizaba sus clases. En efecto, el tipo lee sus respuestas, brillantes, ocurrentes, inteligentísimas. El entrevistador formula una cuestión y Nabokov lee. Debió ser una condición para dejarse entrevistar. Todo bien atado, las respuestas calculadas y cuidadosamente escenografiadas.

Curiosamente, en la lista de documentos afines, en el lateral derecho de la pantalla del ordenador, aparece un vídeo de Charles Bukowski. Cuando me aburro de Nabokov le doy al vídeo de Bukowski. Un documental de hora y media, nada menos. El personaje que se creó el viejo Hank, desde luego, difiere mucho de Nabokov. A Bukowski no le cuesta improvisar. En cualquier entrevista o recital aparece amorrado a una botella, desbarrando y soltando sandeces. De alguna manera, Nabokov y Bukowski suponen dos estereotipos radicalmente contrapuestos. Digamos, la complejidad máxima, hipercalculada, incapaz de permitir que nada suceda por azar, frente a la simplicidad total, el payaso de vuelta de todo, supersentimental, dejándose vapulear por todos. Habéis llegado tarde, dice Bukowski, queréis que os hable de sexo y alcohol y tengo ganas de enviaros a la mierda. Los focos, la fama, el público, como dice Bukowski, llegaron tarde. Sin embargo, el escritor no se privó de representar su papel, el papel que todo el mundo esperaba de él. El borracho irreverente.

Quince minutos son suficientes. Al ver a Bukowski me acuerdo de Dovlátov. ¿Habrá cosas de Dovlátov en YouTube? Las hay. Pocas y en ruso, sin subtitular. Veo un vídeo que parece la grabación de una comida familiar. Este tipo, pienso, tiene una mirada muy franca. Tenía un físico grande y fuerte (medía, al parecer, más de dos metros). No obstante, manifiesta una gran fragilidad. El vídeo dura muy poco, tres o cuatro minutos. Sin puestas en escena, sin máscaras de intelectual perverso o de borracho díscolo. Una simple comida familiar. Un tipo honesto (al menos, en apariencia) diciendo algo en ruso. Tal vez, si Dovlátov se hubiese expuesto más no me parecería lo mismo. La franqueza gana, es lo que pienso. Hay algo imbatible en esa mirada, en esa actitud sin coartadas.




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