sábado, 1 de diciembre de 2012




Javier Morant comenta con Ebbinghaus su afición a la literatura. Lo hace abiertamente y casi por casualidad. No tenía pensado hablar con Ebbinghaus de literatura, por no resultar presuntuoso y no aburrirle; pues un psicólogo no tiene por qué sentirse interesado por la literatura y, en cualquier caso, Javier Morant no está seguro de que su especial aflicción (como él dice, su "pulsión de muerte sobredimensionada") tenga nada que ver con la literatura o la literatura pueda hacer algo para paliarla. Ebbinghaus le interroga acerca de sus horarios, de los itinerarios que sigue durante la semana y los fines de semana, las horas de ocio y cómo y con quién las pasa. Javier Morant, de ese modo, repasa en voz alta todas sus actividades cotidianas y concluye diciendo: Llevo una vida absolutamente normal; inclusive, debería considerarme una persona afortunada. En efecto, Javier Morant confiesa que su entorno es relativamente amable; el problema no está en el exterior, dice, sino en su extraña susceptibilidad. Todo le hiere, cualquier banalidad, por insignificante que parezca, supone una agresión que mina su autoestima hasta hacerle desear morir. Una vez pasado el tiempo, dos o tres días, no más, Javier Morant se da cuenta de lo poco importante que ha sido aquello que le atormentaba y se siente capaz de relativizarlo. Entiende su poca importancia; no obstante, no tarda en producirse otro hecho igualmente insignificante que le vuelve a abrumar. A menudo piensa que su organismo psicológico es incapaz de inmunizarse frente a todas esas agresiones insignificantes por las que se siente atacado. Como si careciese de las defensas necesarias para salir a la calle y relacionarse normalmente con la gente. Curiosamente, frente a las grandes agresiones, en los conflictos importantes, ante los hechos verdaderamente relevantes de la vida, Javier Morant no tiene problemas; los afronta con arrojo, como si en realidad hubiese sido formado para ello, para enfrentarse a calamidades importantes y estar permanentemente alerta, ante situaciones límite. Es la calma relativa de la vida cotidiana lo que no soporta: los gestos irrelevantes, las ironías, los dobles sentidos, sentirse excluido en determinados círculos, la falta de empatía de determinadas personas, los desprecios encubiertos, toda una constelación de signos que articulan el juego social y la sensación de ser totalmente ineficaz en la manipulación de estos signos. La literatura le ayuda, dice. Entonces, Ebbinghaus arquea una ceja e interroga, de nuevo. A ver, a ver, explícame eso de que "la literatura te ayuda". Sí, dice Javier Morant, leer me ayuda a entender y relativizar todas estas cuestiones. Leer libros buenos, libros serios, escritos con honestidad. La historia de la literatura está llena de excluidos sociales, de personajes incapacitados para la vida y que sufren terriblemente a causa de esta incapacidad, desgraciados que hacen poesía con sus desgracias, convierten la sustancia negra de la existencia en algo bello o heroico. La literatura está llena de ejemplos, dice Javier Morant. Te hace pensar que no eres el único que lo pasa mal frente a la incertidumbre; hay o ha habido otros, no estás solo, esto es, no tienes por qué sentirte solo. Entonces, dice Ebbinghauss, ¿qué haces aquí? ¿Para qué acudes a la consulta de un psicólogo? No lo sé, dice Javier Morant; tal vez porque darse cuenta de que uno no es el único no supone un paliativo. Quiero dejar de sufrir, dice. Intentarlo, al menos. En ocasiones me he sentido tan mal que he estado demasiado cerca del suicidio, confiesa. Necesito que alguien me salve la vida.

Ya, dice Ebbinghaus. Y se queda un momento callado, meditando. Anota algo en un cuaderno y se quita las gafas, haciéndolas balancerar alrededor de una patilla. Yo no puedo solucionar eso que pides, dice Ebbinghaus. No puedo cambiar tu personalidad, tu psicología. Puedo ayudarte a hacer conscientes tus problemas psicológicos, aflorarlos, y ayudarte a afrontarlos de la mejor manera posible de acuerdo con tu personalidad. Has de conocer tus debilidades y aprender a vivir con ellas; al igual que un cojo aprende a vivir con su cojera. En ese momento, Javier Morant odia a Ebbinghaus. ¿Cómo puede haber hecho un diagnóstico tan peregrino? ¿Para eso le paga? ¿Para decirle que "se tiene que conformar" con lo que tiene, con lo que es, con el desastre que ha sido hasta ahora? Javier Morant centra su atención en la barriga flácida de Ebbinghaus. Como si de esa barriga se pudiese extraer alguna clase de significado. Como si esa flacidez, esa adiposidad de la barriga, fuese extrapolable. Javier Morant piensa que está siendo tratado con esa misma blandura, con esa dejadez de la barriga. Tiene ganas de irse, de largarse a su casa. Entonces, Ebbinghaus añade: ¿Escribes? ¿Cómo?, dice Javier Morant. Alguien que dice ser aficionado a la literatura debería escribir. ¿Escribes?, repite Ebbinghaus. Oh, no, dice Javier Morant, no puedo o no sé; nunca se me ha ocurrido, no soy capaz de enlazar dos frases seguidas. ¿Ni siquiera a nivel terapéutico? ¿Nunca has escrito un diario?, interroga de nuevo el psicólogo. Oh, no, no. Lo intenté siendo adolescente, pero ya no. Me sentiría disminuido. No soy tan arrogante, no tengo esa ambición. No esoy hablando de ambición, prosigue Ebbinghaus, no digo que escribas como los grandes escritores, sino que utilices la escritura como terapia, para poner en orden tus ideas, para distanciarte de tus problemas. Yo diría, dice Ebbinghaus, que tienes el perfil del escritor de diarios. Creo que escribir diariamente te ayudaría. Necesitas algo que te ayude a relativizar todo eso que dices que te aflige. Necesitas convertir aquello que te aflige en un síntoma encapsulado, es decir, alejarlo de ti, que llegue a ser algo fácilmente soportable, molesto en un momento determinado pero soportable. En ese momento, Ebbinghaus mira el reloj y se levanta, de súbito, dirigiéndose hacia la puerta e invitando, con un leve gesto de la mano, a Javier Morant a salir. Se dan la mano y Ebbinghaus se despide diciendo: Piensa en ello.

Javier Morant se va a casa tratando de entender todo aquello. "Síntoma encapsulado", piensa. ¿Qué puta mierda es eso?

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