sábado, 1 de junio de 2024

Fotografía e infamia

En ocasiones la imagen fotográfica me parece abominable por la sensación de hiperrealidad. Por la profusión de detalles, capturados por las máquinas sin discriminación. Supongo que con los años he desarrollado cierta sensibilidad antifotográfica. Quizá anti determinado uso de la fotografía, para ser más exactos. La brutal democratización de la foto a través de los teléfonos móviles no me ayuda a superar esta aversión.


No me ayuda estar en un restaurante y ver el posado de una instagramer en la mesa de al lado. O descubrir las abominables fotos en las que mi hijo adolescente registra sus bromas y atrevimientos. 


Hace años escribí sobre el tema en un curso universitario. Antes de los móviles la sociedad ya era calificada por los expertos como sociedad de la imagen. De lo poco que recuerdo de mis antiguos estudios, me impresionó algo que se decía del sujeto en aquella llamada, precariamente, sociedad de la imagen. El sujeto en ese tipo de organización social, en que prevalece lo visual, tiende a desear ser imagen y no otra cosa. Esto es, tiende a supeditar todos los atributos del ser a la imagen que se proyecta de su persona. Hay una pérdida que, con el desarrollo que se ha producido en esta cuestión en los últimos años, se ha acentuado (la perdida, digo) hasta un punto anteriormente insospechado. 


Que todo quede registrado  por el ojo de una cámara es aberrante, por mucho que haya entrado en la nueva normalidad de nuestros hijos. Como el replicante de Blade Runner, he visto cosas en mi posición de padre espía que no creía nunca que llegaría a ver. Yo mismo he hecho cosas de las que me arrepiento, muchas; me he puesto deliberadamente en situaciones que, de saberse, probablemente podrían haberme arruinado la vida. El problema es que ahora, ante situaciones de ese tipo, siempre hay un gilipollas dispuesto a registrarlo todo con la estúpida cámara de un teléfono móvil.








 

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.