viernes, 5 de julio de 2019

(Acerca Kyrgios y Nadal)

Ayer, en torno a la mesa de un restaurante transilvano, unos amigos ancianos discutíamos sobre esta tendencia poderosamente actual y nefasta del culto al cuerpo. Los tataranietos de uno de mis amigos son culturistas; para ellos, esculpir sus perfectos cuerpos es casi lo más importante en la vida. Comer lo que les dictan los nutricionistas, emplear dos o tres horas de su tiempo ejercitando la musculatura. Me acordaba yo del título de un libro cuyo autor no recuerdo: "De la inteligencia y el placer". Y lanzaba yo un interrogante en la conversación que no pareció entenderse: ¿Y el placer?

¿Qué actitud es más inteligente, la que persigue la perfección del cuerpo o la que quiere proporcionarse el placer de los sentidos?

Al mismo tiempo, argumenté que lo importante para nosotros, los vampiros, no es tanto la belleza muscular perfecta sino las deformidades, sobre todo si se trata de pequeñas deformidades que se conjugan con otras características que nos convierten a los seres humanos -vampirizados o no- en seres singulares. Como "esa característica curvatura" de la espalda de Kyrgios. O esa ya característica falta de cabello en la cabeza de Nadal.

Esas dos características se enfrentaron ayer como si se estuvieran enfrentando el Yin y el Yang. El bufón cheperudo contra el terminátor alopécico. El desorden contra la rutina bien adiestrada. El no entrenar contra el sobreentrenar. El desprecio a la victoria contra la costumbre de ganar a toda costa. ¿Dónde está ahí la lección? ¿Va a cambiar algo en la actitud de Kyrgios por el simple hecho de caer derrotado por su antítesis? Si algo ha dejado claro Kyrgios más allá de toda esta catarata de defectos que suele exhibir es que no envidia a nadie. Y mucho menos a Nadal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.