domingo, 2 de septiembre de 2018

(Sobre Nick Kirgios)

Me gusta Kirgios. Es como un niño pequeño en un circuito profesional de tenis. Como un rebelde sin causa en un mundo de encorbatados oficinistas tenísticos; como un James Dean con tonsuras en la cabeza y encogido de hombros, indiferente al éxito. Como un artista punk en un concierto de música clásica. Como un quinqui de barrio en una reunión de pijos. Tiene ramalazos de genio y caidas en picado de ciclotímico empedernido. Necesita tratamiento. Necesita un consejero, aunque sea un juez de silla. Un modelo de vida, aunque sea un millonario suizo con un delicioso revés a una mano y cuatro hijos tiroleses. Necesita que alguien le ordene los bártulos de su vida y le prepare un café por las mañanas. Si lo consigue, su tenis podría disfrutarse con continuidad. Yo espero que su carrera sea larga; pues ya está visto que si tiene que madurar, madurará tarde. Al fin y al cabo, su tenis dislocado e imaginativo requiere poco de piernas y esas cosas. Con otro tempo tenístico, con la calma que da la edad (treinta, cuarenta, cincuenta años), podría funcionar requetebién.

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