viernes, 28 de septiembre de 2018

(Sobre Borg, McEnroe y Gerulaitis)




La segunda foto del artículo es de una iconicidad insuperable. Ya muy asentada en la simbología occidental. Como reza el artículo fue una guerra de contrarios. Y en la película explotan y fuerzan esta simbología. Yo creo que gran parte es inventado. Ni Borg era tan hermético ni McEnroe tan canalla.

A mí hay algo que me sorprendió en la película, que no sabía: esa especie de ritual que ejercía Borg antes de los partidos, caminando sobre el cordaje de sus raquetas, como para palpar la tensión o como si fuese un rito supersticioso.

Ambos son iconos, como digo, ya fuertemente enraizados en el imaginario colectivo. Y en lo tenístico su impronta es también indiscutible. Borg inaugura una línea tenística, una manera de entender el juego, un estilo, que hoy nos lleva directamente a Nadal. Y McEnroe continúa con una tradición tenística que pasa luego por tenistas tan importantes como Edberg, Sampras o Federer. Con un rasgo absolutamente singular, de genio artístico.

Que fuesen tan amigos tampoco lo sabía. Ambos tenian fama de ser aficionados a la Coca Cola. En esa amistad, lógica por otra parte (muy ochentera, muy de discoteca y Coca Cola), como tercer vértice, faltaría el eslabón perdido: Vitas Gerulaitis. El homo sapiens a medio camino entre Borg y McEnroe. Lamentablemente malogrado.

(...)

Puede que Gerulaitis tuviese una estética muy garrula, que anticipa al primer Agassi; sin embargo, su tenis era extraordinariamente clásico, no muy distanciado del de los grandes jugadores australianos de las décadas anteriores: Newcombe, Laver, Roche, etc.


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