miércoles, 31 de enero de 2018







Sargent no es Corot. Sargent no es Degas. No es Velázquez. Tampoco Manet. Sargent no es, ni siquiera Pinazo. En algún lugar lo he visto comparado con Sorolla. Yo no lo veo. Sorolla es un pintor mucho más local que Sargent, dicho en sentido peyorativo. Sorolla es un folclorista que vendía una habilidad con los pinceles que, eso sí, estaría a la altura de la habilidad de Sargent. Yo a Sargent lo veo más parecido a Ramón Casas, si es que hay que compararlo con algún pintor español.

Sargent es un buen representante de algo que podríamos llamar el canon de la imagen occidental. Da igual que hablemos de fotos o dibujos o pinturas. Hay un canon naturalista, funcional, que todavía nos sirve, fuera de las innovaciones formales del arte.

En ese sentido, Sargent parece que se hubiera propuesto, digamos, vivir dibujando. Como quien hace fotos. Una vez alcanzado cierto criterio estilístico, una vez asumidos sus recursos dibujísticos, Sargent siempre lo hizo igual. Varió mucho sus motivos; sin embargo, formal y conceptualmente siempre hizo lo mismo. Una imagen cercana a Velázquez o a Manet, cercana a Casas o a Degas, o a Corot. Menos singular que la de todos estos; pero igualmente efectiva y tan degustable como la de sus precedentes.

Fue un pintor viajero. Se movía mucho por el mundo y tuvo una vida mucho más moderna que lo que fue su arte. En cierto sentido y por lo prolífico que fue, podría considerarse una especie de reportero, con amplias series dedicadas a los diversos lugares que visitaba. Al mismo tiempo que se ganaba la vida con solvencia realizando correctísimos retratos; como un fotógrafo cualquiera.

Una vez las formas modernas se han vuelto retro, definitivamente de un tiempo remoto, el clasicismo de Sargent emerge con una autoridad nueva.


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