martes, 29 de noviembre de 2016




Hay algo que me gusta de la literatura; de las posibilidades de la literatura. Me gusta la capacidad que tienen algunos escritores de fijar la mirada en las cosas o acontecimientos más nimios. Hay muchos ejemplos de ello. El principal y tal vez más importante es Marcel Proust. Pero también el hoy desprestigiado Haruki Murakami tiene mucho de ello; de estirar casi cualquier anécdota como si fuera un chicle que se pega y empasta en cualquier lugar. Recuerdo leer asombrado páginas y más páginas de Carta a mi mujer de Francisco Umbral, dedicadas a rememorar un coche.

Esta estrategia literaria trae muchas veces resultados banales (muchas veces la lectura de Murakami resulta superflua; y eso, creo, le achacan sus detractores). Aunque otras veces como lector uno se asombra, se deja deslumbrar y acaba descubriendo cosas que antes eran imperceptibles. Uno lee fundamentalmente por ese motivo; para aprender a ver los hallazgos de otros, para digerirlos y disfrutar de la digestión.

Damián Tabarovsky es de esta clase de escritores. Sus libros parten de detalles aparentemente nimios por los que, casi de sopetón, penetra su literatura como un ejercito, en tromba. Tabarovsky hace que la caída de una hoja no solamente sea la caída de una hoja. Pues lo nimio es siempre el síntoma de algo. O una grieta que destapa toda una arquitectura de equívocos, falsedades e inexactitudes. Tabarovsky yo diría que pretende restaurar algo; esto es, el mundo tal y como debería ser.

Su último libro se titula El amo bueno. Unos perros ladran. Los perros no saben. Solamente ladran, asustados, inquietos. Es tarea del observador restituirles el valor, la dignidad y la belleza. La tesis de Tabarovsky podría ser similar a la de la película El sirviente, de Joseph Losey. Hay que escarbar en las imágenes para encontrar el simbolismo adecuado. El ladrido de los perros es el síntoma de algo; una grieta que descubre toda una constelación de equívocos, de inexactitudes.

2 comentarios:

  1. Entre los ‘microscopistas’ no te olvides de los franceses, de Georges Perec y de Raymond Roussel

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  2. Me he olvidado de muchos. Levrero, por ejemplo, en sus últimos libros... Y muchos de los franceses, como apuntas, pues esto que digo es un invento francés.

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