domingo, 25 de octubre de 2015

(Cuatro o cinco kilómetros)


Me calcé mis viejas New Balance. Tienen casi veinte años. Son de las antiguas, cuando aún no había molduras en las suelas: un trozo de goma de una dureza en la parte del empeine y más blanda en el talón. Las viejas New Balance eran rojo granate, pero están ya muy descoloridas. La tela tiene rotos por todas partes. Mi padre y mi hermano, que calzan igual que yo, las han cogido algunas veces para hacer jardín o para ir al campo. Les he dicho que no las cojan, que son mis zapatillas favoritas de correr, pero no hay manera. Con el tiempo la suela se ha endurecido, con lo que no debe ser muy bueno correr con ellas por el asfalto. Hay ocasiones en que la rodilla cruje. Dejé las llaves escondidas cerca de la puerta y salí a la calle. No calenté, empecé lento.

Está nublado. Alguna que otra gota aterriza en la calva. Hace calor, pero me he puesto pantalón largo. Me hace parecer lento. No hay nadie. Olor a humedad. El cansancio de la semana. Todo pesa un poco. Intento entrar en ese estado en el que no se piensa en nada concreto. La imaginación circula libre alrededor del paisaje. Disfruto una especie de estado de semiinconsciencia.

En un principio, algo tan sencillo como correr no se recuerda. Lo más sencillo se vuelve complicado: los manuales de atletismo hablan de que, al bracear, el dedo pulgar descanse sobre el índice, el brazo oscile formando noventa grados con el antebrazo, el tronco se desplace vertical, ligeramente inclinado hacia delante y el pie haga un recorrido del talón al empeine amortiguado por el movimiento de flexión de la rodilla. Hay corredores con personalidad que extienden los brazos casi rectos, haciendo el movimiento incómodo y tenso. Yo apenas consigo la fórmula de los noventa grados y avanzo con las manos demasiado elevadas y el puño casi cerrado. He visto corredores que prácticamente andan y he visto corredores saltarines. Me olvido. Apenas me fijo en el paisaje. Ya casi me lo sé de memoria. Hay cuestas bastante difíciles. En las cuestas hay que inclinar más el cuerpo hacia delante, imprimir más fuerza en el balanceo de los brazos, al final, como si se esquiara, y avanzar sobre la punta de los pies. Tiene cierta lógica. Alguien llega a lo lejos. Un tipo corre con su perro. Es un tipo grande que avanza a grandes zancadas, haciendo mucho ruido sobre el pavimento, chas, chas. Si haces ruido estás corriendo mal, no estás amortiguando bien el golpe del pie con la flexión de la rodilla y las articulaciones sufren. Chas, chas. Lleva un Dóberman cogido con una correa. Conozco de vista a este tipo. Es grande y fuerte, pero como el perro se lance a por mí no sé si va a poder detenerlo. Cuando se acerca, procuro parecer amistoso. Le saludo efusivamente. Estas cosas los perros las notan. Creo que el tipo es policia o algo así, puede que guardia-jurado. Ha contestado a mi saludo con un movimiento seco de cabeza. Avanza jadeando, claro. Pronto me alejo.

Si te disfrazas de atleta has de estar muy en forma. Si no, con una camiseta de algodón basta. Ya estoy lejos de casa; como se ponga a llover ahora voy a llegar empapado. El pueblo se ve pequeño. Hay una cierta inocencia en las panorámicas del pueblo. Con la de mezquindades y envidias que allí se esconden. Me cruzo con Margarita. La conocía antes. Ahora sólo nos saludamos. Va paseando a su pequeño perrito. Me cae bien. Era una tía bastante humilde que se ha casado con un planchista y se dedica a coleccionar coches. Creo que ni siquiera trabaja. El marido la trata como una reina. Va por ahí con su descapotable y su perrito. Se ha operado las tetas; de manera que casi le cuelgan de la clavícula. Margarita hace aerobic y pasea su perro, eso es todo. Margarita conserva una cierta pobreza en la mirada.

Las cuestas, de bajada, siempre son delicadas. Ahí vienen las lesiones importantes. El cuerpo ha de colgar casi completamente vertical y la flexión de las piernas ha de jugar para amortiguar bien el golpe.

Cuando llego a casa, me siento en un escalón. Justo entonces empieza a llover. El primer impulso es de levantarme. Pero me quedo sentado en el escalón. Grandes gotas de lluvia aterrizan en la ropa, cabeza, brazos y piernas.

Yo me quedo un rato mirando la piscina de agua sucia. Una vecina riñe a su hijo. Nubes negras. Hace calor. El agua de lluvia proporciona una sensación agradable. Noto punzadas de frío. No sé si lanzarme a la piscina o irme a la ducha. Me desnudo. Mi polla imita el tamaño y la forma de un cacahuete. No hay agua caliente. Buaaahhh...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.